Se nos ha podrido el cerebro: quizá sea una buena noticia
No te sucede sólo a ti. La confusión mental, la sensación de letargo, la incapacidad de fijar la atención en una tarea, son señales de deterioro cognitivo más extendidas de lo que parece. Por eso el Diccionario Oxford ha elegido ‘brain rot’ (“putrefacción del cerebro”) como palabra del año. Hay días que casi puedo sentir cómo mi cerebro se reblandece. Si lo aprieto con el dedo se hunde como una patata podrida.
La patata podrida no se puede comer. El cerebro podrido no se puede usar. A bote pronto se me ocurren al menos cinco cosas que se estropean cuando lo hace el cerebro:
- El pensar de forma crítica (esa sensación de no saber ya distinguir si algo es real o inventado).
- Nuestras relaciones con los demás (estar con alguien sin estar, mirando en el teléfono cosas que carecen de importancia).
- Los espacios públicos virtuales (deambular por redes donde sólo vemos odio y falsedades).
- Nuestro acercamiento a la cultura (sin esperar que nos eleve, sino más bien que nos adormezca y disipe el insomnio).
- La capacidad de disfrutar del ocio (sin las obligaciones que impone el síndrome del FoMO, el miedo a perdernos algo).
Me quiero detener en las dos últimas, porque la abundancia de productos culturales nos puede inducir a error respecto a su florecimiento. Un ejemplo: se hacen más películas, más accesibles y a mejor precio que nunca. Willy Staley calculaba recientemente en The New York Times que, viendo contenido de Netflix a razón de tres horas diarias (la media de consumo de un estadounidense), una persona tardaría 29 años en consumir el catálogo actual. Parece que Netflix nos da todo, pero sólo agudiza nuestra niebla mental. Se ha convertido en un inmenso contenedor de residuos repleto donde, no es que no se pueda encontrar un título sugerente, es que no se puede buscar. Para sus dueños, en cambio, todo está bien, porque es una gigantesca máquina de hacer dinero.
El arte y la cultura sirven para dar sentido a la experiencia. Desde que las industrias tecnológicas han asaltado la cultura, ha dejado de cumplir esa función. En la economía de la atención, los productos culturales tienen valor en la medida que se pueden ‘monetizar’ (otro palabro). No es que resulte perverso querer vender una película, un texto o una pieza musical en cualquier plataforma digital. Tampoco se trata de los contenidos en sí mismos: el mundo digital está lleno de películas, textos, música o podcasts magníficos. El reblandecimiento del cerebro tiene que ver con el agotamiento de nuestra atención. Estamos mentalmente exprimidos y aun así desperdiciamos nuestro tiempo libre deslizando el dedo por nuestra TL: saltando de un vídeo a otro, encadenando interrupciones, inundados de contenido que no significa nada. Las redes y las plataformas han aplanado nuestro ocio.
¿Por qué la putrefacción del cerebro podría ser una buena noticia? Porque ser conscientes de ella constituye el indispensable punto de partida. Y porque el cerebro es un órgano plástico. Las huellas que deja en él la bazofia se pueden borrar. Los caminos neuronales del aturdimiento se pueden dejar de pisar, para que vuelva a crecer hierba fresca. Todo esto es reversible. Hemos de valorar nuestra atención como lo que es: lo más valioso que tenemos. Del mismo modo que podemos recuperar la forma de nuestros músculos tras unos años sin hacer ejercicio, podemos reverdecer el cerebro. Se trata de empezar a ejercitarlo. No resulta fácil, pero hay que intentarlo: elegir estímulos que nos hagan pensar en lugar de sumirnos en el atontamiento; que nos acerquen a los demás, en vez de llenarnos de odio, que nos induzcan a conversar con el otro en vez de aislarnos.
Las palabras nos dicen mucho del momento que vivimos. No puede ser una coincidencia que el diccionario más antiguo de Australia, el Macquarie, haya elegido como palabra del año “enmerdar” (‘enshittification’). Si pensamos en todo lo que se ha enmerdado, desde Twitter hasta la conversación política, veremos que se corresponde con el alimento que le damos a nuestro cerebro para que se siga pudriendo.
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