La Fundéu ha elegido el término “polarización” como su palabra del año 2023. A mí es una palabra que siempre me ha horrorizado, pero que queda muy lustrosa en crónicas, debates y artículos para definir el estado divisorio de las cosas. “Polarización” es un comodín multiusos como “tejer redes de afecto” o “política de bloques”. Estamos polarizados. Somos un país polarizado. Vivimos en una sociedad polarizada. Las palabras candidatas de la Fundéu son un magnífico baremo para calibrar lo terrible que ha sido un año: las otras finalistas del 2023 eran ‘amnistía’, ‘ecosilencio’, ‘euríbor’, ‘fediverso’, ‘fentanilo’, ‘guerra’, ‘humanitario’, ‘macroincendio’, ‘seísmo’ o ‘ultrafalso’. Al menos hace diez años teníamos “selfie”, “Whatsapp” o alguna otra palabreja naif e insustancial para compensar tantísima intensidad o ultraintensidad.
Pero hablemos de polarización. Al hablar de polarización seguramente lo primero que se te venga a la cabeza es la política. Y sí, nuestros políticos se afanan en agudizar nuestras diferencias porque la división es un valor altamente lucrativo para ellos. Pero, en realidad, la polarización proviene de muchos otros lugares, incluso del modo en el que vivimos. En realidad, todas las urgencias que nos rodean, la emergencia climática, las crisis humanitarias, incluso la salud (con la pandemia lo hemos comprobado de sobra), pasan por asumir que nuestras vidas polarizadas deberían estar bastante más entrelazadas.
Hay otra polarización imperante ahí afuera que, por supuesto, también se nutre de la política: la de la misoginia. Lo volví a comprobar esta misma semana a raíz de una noticia publicada por Onda Cero que aseguraba que el Lexatin (uno de los ansiolíticos más suministrados) se encuentra en situación de “rotura de stock” en algunas comunidades autónomas. Según está información, el Lexatin no está en situación de desabastecimiento, pero sí que en algunos lugares están teniendo problemas para acceder al medicamento. Probablemente, ahora mismo estaréis pensando qué tiene esto que ver con el machismo. Pues que en menos de unas horas el ejército de incels, siempre bajo pseudónimo y cuenta verificada, llenó las redes sociales de mensajes misóginos incidiendo en que las mujeres solteras, sin hijos y con gatos (qué culpa tendrán los gatos, de verdad) son las causantes de la ruptura del stock. Para esta panda de iluminados cada vez más creciente, las mujeres sin hijos son las consumidoras ansiolíticos en España. Porque ser madre, propósito único y original de una mujer, te convierte automáticamente en un ente completo, lleno, carente de preocupaciones y ansiedades. Revelación: La salud mental se solucionaba gestando.
La polarización proviene de que, tal y como publicó este diario en el mes de septiembre, las bajas laborales por salud mental se han duplicado en siete años. Duplicado. Quién no conoce a alguien cercano que se haya tenido que coger recientemente una baja por ansiedad en el trabajo y precisamente por el trabajo. Somos la sociedad del “no puc mes”, de la angustia en las tripas, del querer y no poder llegar, la que se paga psicólogos y terapeutas a 70 euros la consulta porque en la seguridad social tienen menos citas que la caterva de odiamujeres que inunda las redes sociales. Hablamos tanto de salud mental ahora mismo que ya casi hemos desgastado el concepto, lo hemos estirado como una goma del pelo que no puede volver a su forma original, como si en base a palabras, y no acciones, todo se fuese a solucionar mágicamente.
Ya que me toca publicar columna el uno de enero, yo a este 2024 con olor a nuevo le deseo más salud mental efectiva, menos frases de autoayuda barata, menos misoginia, menos polarización, menos uso de la palabra “polarización”, más “redes de afecto” y estar más cerca de la desaparición de la expresión “redes de afecto”; y , sobre todo, más tiempo con las personas que te asientan las tripas, y menos tiempo y pensamientos para las que te las revuelven.