Estamos comprobando en el desarrollo de las últimas polémicas políticas que lo que se debate no son ideas, ni programas, ni propuestas. Se trata solo de choques entre bulos y realidades, y de competencias por construir el relato, es decir, porque tu interpretación, tu historia, tu versión sea la que triunfe entre la población.
El ejemplo más reciente y elocuente es la polémica en torno a las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre las macrogranjas. Tenemos un choque entre la realidad de unas declaraciones y el bulo creado por algunos medios y explotado por la derecha. No voy a extenderme en el contenido de las declaraciones porque se ha hablado y escrito suficiente, lo que considero que vale la pena reflexionar es sobre la segunda parte de la historia: el balance de qué relato ha triunfado entre los ciudadanos, el de los defensores o los detractores del ministro. Porque aquí, desgraciadamente, no se trata de quién tenía la razón y decía la verdad, sino de quién ha ganado el famoso relato, quién ha logrado que su versión y su discurso haya sido el hegemónico.
Para algunos del entorno de Unidas Podemos, los ataques de la derecha contra Garzón han servido para que toda España conozca el problema de las macrogranjas. Así lo ha señalado Enrique Santiago, secretario de Estado de Agenda 2030, afirmando que “está permitiendo que todo el país conozca la gravedad del muy veraz desastre ecológico y social que están provocado las macrogranjas”. La exdiputada valenciana de la coalición y responsable de Memoria Democrática de Izquierda Unida, Esther López Barceló, afirma que el bulo creado y difundido desde la derecha contra Garzón afirmando que el ministro había dicho que la carne de España era de mala calidad había tenido un efecto Streisand, es decir, había logrado que en “todo el mundo, en todas partes” ahora se hablaba de la barbaridad que suponen las macrogranjas: maltrato animal, desastre ambiental, explotación laboral y riesgos nutricionales. “Os ha salido un poco mal, fachillas”, añadía. Existe alguna encuesta que parece que les da la razón.
Para otros, también situados en la izquierda, las declaraciones de Garzón suponen el suicidio de Unidas Podemos en las zonas rurales, con especial preocupación en Castilla y León, vísperas de elecciones.
No será fácil saber qué relato se lleva el gato al agua. Es indiscutible que la derecha ha movilizado a pequeños ganaderos contra un ministro que defendía sus producciones frente a las macrogranjas. Lo que supone una paradoja como la que vimos en Andalucía, con cientos de personas manifestándose contra una Ley de sucesiones que nunca les afectaría y cuya desaparición solo supondría menos recursos públicos para los que se manifestaban.
Por otro lado, es evidente que desde el PSOE, Gobierno incluido, han tenido claro que les resultaba más rentable situarse en el bando crítico contra Garzón. La ministra portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, se desmarcaba del ministro de Consumo diciendo que eran unas declaraciones a título personal y el presidente Pedro Sánchez, desde la SER, daba credibilidad al bulo de la derecha. Lo que ha generado duras respuestas desde Unidas Podemos, como estas declaraciones de Pablo Iglesias. Si desde la parte socialista del Gobierno han optado por desmarcarse de Garzón es porque consideraban que eso les resultaba más rentable políticamente, incluso les compensaba la imagen pública de conflicto en el Gobierno de coalición.
Por parte de Unidas Podemos es evidente que debían mantenerse firmes en la posición de Garzón, porque forma parte de su planteamiento político y porque las acusaciones de actuar contra los ganaderos eran falsas. Y dentro de esa estrategia de firmeza va incluido el discurso triunfalista de que haber ganado el relato. En política ninguno va diciendo que ha perdido ningún relato.
No seré yo quien se atreva a señalar si el balance de las declaraciones de Alberto Garzón y el tsunami creado por su tergiversación por parte de la derecha terminará a favor del ministro o de la oposición. Quizás nunca lo sepamos, o quizá esto termine con cada uno diciendo que ha ganado, que viene a ser lo mismo que no saberlo, lo que está claro es que hemos comprobado cómo funciona la política moderna: bulos como munición, batallas y codazos por imponer tu interpretación (relato), movilización de tropas en las redes sociales y cálculo de rentabilidades electorales.
Sinceramente creo que ninguno de estos elementos que he enumerado pertenece a la política saludable. Para empezar porque la batalla se condiciona por la capacidad de fuego mediático de cada bando, no es una guerra de la verdad contra la mentira. Es la ventaja del que tiene más tanques y municiones contra el que tiene menos. En cuanto a las redes, en teoría un entorno más democrático, tanto partidarios como detractores se dedican a contar su propia interpretación de las afirmaciones de Alberto Garzón.
Los ciudadanos han sido bombardeados desde los dos lados y apenas han tenido oportunidad o tiempo para escuchar o leer en toda su extensión y contexto las palabras del ministro, que hubiera sido lo más oportuno. Otra perversión.
Y por último, el álgebra del rédito electoral. La oposición recurrirá a cualquier asunto que crea que puede generar conflicto para explotarlo contra el Gobierno. No importa si para eso debe recurrir a mentiras o contradicciones, toda la munición que sirva para los cañones es válida. Y en cuanto al Gobierno, cuanto más se acerque la fecha electoral, más necesitará cada uno de los partidos que lo conforman marcar distancias con el otro, rentabilizar para sí los éxitos y endosarle al otro los fracasos.
Sin duda, vivimos la política del espectáculo, del relato, de la venta de una narración. El problema es que no sé si algún partido o político tiene la opción de salirse del formato para dedicarse a las ideas y los argumentos para convencer de ellas. Con seguridad lo harán algunos políticos, de hecho lo ha hecho Garzón en varias entrevistas, el problema es que la guerra no se da en el campo del argumento sosegado sino en el del ruido de redes y medios.
Al final hemos creado ciudadanos perezosos para leer y escuchar los razonamientos elaborados y complejos, pero que ahora se están hartando de verse convertido en meras dianas a las que le disparan relatos. Y así es como, cuando les digan que se acerca un meteorito, o lo ignoran o se ríen.