Las universidades son un espacio de crítica, reflexión y libertad. Hay quien afirma que suelen situarse en las afueras de las ciudades para pensar sin interferencias, para ensayar las teorías más extravagantes incluso, en total libertad. Hay quienes sostienen en cambio que las Universidades deberían estar en el centro de las ciudades, entremezcladas y abiertas a que los ciudadanos pueblen también sus aulas, utilicen sus bibliotecas y enriquezcan sus saberes.
El Campus de Somosaguas de la Universidad Complutense de Madrid está fuera de la ciudad porque el régimen franquista así lo decidió en 1968. Los estudiantes de Ciencias Políticas y Económicas, precisamente por las materias que estudiaban —recordemos los vectores principales de nuestra crisis— eran los más reivindicativos. Fuera de la ciudad no cortaban calles, se limitaba su influencia sobre el resto de la ciudadanía y se les podía controlar mejor, con vigilantes policiales infiltrados y hasta un cuartelillo de la Guardia Civil en el Campus.
La mayoría de los estudiantes de la Universidad son jóvenes. Se están formando como especialistas en sus carreras, sí, pero también están ahondando en su formación cívica. Para muchos la Universidad es una escuela de vida más amplia que la circunscrita a sus asignaturas. Al contrario que sus mayores, la mayoría no suele tener empleos que perder, familias que atender ni achaques que cuidar. Son jóvenes, y muy libres para la política. Es quizá el segmento de población que más horas del día dedica a pensar, dialogar, leer. Criticar. Y no es sorprendente que en la situación política y económica que atraviesa nuestro país, con más de la mitad de los jóvenes en paro, se dediquen a protestar.
Tras el fin del franquismo se decidió que la autonomía universitaria protegería la libertad del profesorado a la hora de impartir sus materias, pero también dejaría los campus universitarios libres de policías. La asfixiante presencia de los grises, el antagonismo evidente que supone la fuerza bruta y la represión con las bibliotecas y el cuidado de la palabra, hacían que esta norma se erigiera como básica para cualquier régimen que se quisiera denominar democrático. Tan solo las autoridades académicas podrían permitir, en condiciones excepcionales, la entrada de la policía en la Universidad. Esto supondría admitir, asimismo, un fracaso en su relación con alumnos y asociaciones.
El miércoles por la tarde el decanato de Económicas de la Complutense decidió interrumpir las clases del aulario central porque “venían los de Políticas” a encerrarse —en realidad iban también de otros centros—. Esta actitud de las autoridades académicas no presagiaba nada bueno. Un encierro en una facultad es una acción política tradicional por la cual un grupo de estudiantes pasa la noche en señal de protesta durmiendo en un edificio universitario. He participado de estudiante en varios encierros, precisamente en ese aulario y también en Francia. Por huelgas que avisaban de las medidas neoliberales que hoy ya están encima. Contra una ley de extranjería excluyente que deterioraba, a nuestro juicio, la democracia. Y solicitando la admisión de varios estudiantes no comunitarios a los que se había dejado sin residencias. Solo en este último caso logramos el objetivo marcado. En todos esos encierros nocturnos me formé políticamente, hablando y escuchando en las asambleas, dialogando sobre libros y corrientes que las teorías dominantes de nuestras Facultades no nos enseñaban. Pintando carteles. Cuidando unas de otros. Y sí, a veces se cerraban las puertas y al día siguiente venían los cerrajeros. Nunca acudió la policía. Generalmente el edificio amanecía decorado de coloridas pancartas. Puede que incluso alguna pareja se tomara demasiado literalmente el haz el amor pero no la guerra. Nada grave.
Por qué el miércoles el decanato desaloja y cierra, como si estuviera ante una turba peligrosa, el aulario de Económicas en Somosaguas es un misterio. Al día siguiente, tras pasar la noche en Psicología y las primeras horas de la mañana en Políticas, cuando el encierro estaba presto a su fin y apenas había estudiantes por el campus, las autoridades académicas solicitaron que antidisturbios armados irrumpieran en él para cargar y detener a varios estudiantes. El Rectorado se justifica a partir de una agresión de los alumnos a cuatro trabajadores, así como porque se “bloqueaba” el paso al personal del centro. Lo único que ha trascendido hasta el momento es que un vicedecano sostiene que se le agredió en un forcejeo por dejar abierta una de las puertas, y ha desvinculado a los agresores del movimiento estudiantil contra los recortes. Por otra parte, la plataforma de trabajadores de la UCM niega que se hubieran sentido coaccionados, o que estuvieran retenidos, afirmando que podían salir del edificio sin problemas. Es más, afirman que solo sintieron miedo cuando llegaron 18 furgones de antidisturbios.
La pregunta que surge entonces es si el recurso a un destacamento de la Unidad de Intervención Policial se justifica por lo que estaba sucediendo. A todas luces parece que la respuesta es negativa. Si esto es así, emerge otra inquietante cuestión: ¿hasta dónde se va a estar dispuesto a llegar para vender la decisión como “justificable”?
Era una protesta estudiantil contra los recortes educativos y por la subida de tasas que expulsará a muchos de su Universidad, como llevaban días anunciando. A mi entender tampoco habría ningún problema en que los estudiantes hubieran querido difundir las movilizaciones de este 25 de abril en Madrid, algo que por cierto han desmentido tajantemente. La libre actividad y discusión política es materia primordial en un espacio universitario. Contra sus restricciones creció en la Universidad de Berkeley el Free Speech Movement de 1964, auténtico despertar de toda una generación.
Esta escalada de represión y criminalización contra jóvenes estudiantes, críticos y libres no es la manera propia de la Universidad —¡menos aún de una Facultad de Ciencias Políticas!— para resolver los conflictos. Los agudiza. En ella utilizamos la palabra. El encuentro. El diálogo. Si el recurso a la policía responde a una agresión concreta previa, esta protección deberá ser siempre proporcionada. Las imágenes de antidisturbios en la Complutense no parecen muy equilibradas.
Mi breve experiencia de apenas cinco años como profesor me viene confirmando cada día que el sector más responsable, valiente, honesto, libre y democrático que tenemos en la Universidad es el estudiantado. No es por tanto casualidad que sean ellos quienes en este momento crítico, de recortes brutales de lo público y de las libertades, empiecen a ser detenidos por orden de profesores con cargos académicos. Si se confirma que el rector o los decanos del Campus autorizaron esta intervención de forma desproporcionada e injustificada, parece inevitable exigirles las más altas responsabilidades.