Dicen que el mundo de las emociones es el mundo de lo femenino. Eso dicen. Lo que parece obvio es que cuando las mujeres se mueven, todo avanza. Vean qué ilustrativo cómo concluye el correo que acabo de recibir del colectivo de mujeres periodistas “Las Periodistas Paramos”: Solo de imaginar todo lo bueno que puede salir de este movimiento surgido el pasado 8 de marzo se nos ponen los pelos de punta.
Estos días se ha celebrado en Bolivia la Conferencia Internacional de Mujeres Presidentas de Parlamentos y una de las conclusiones es que las mujeres sufren violencia física y política en el sur del continente americano y en África. Si comparamos con ello, las mujeres europeas no parece que podamos sufrir situaciones así, pero la percepción general de que el sistema que nos circunda es patriarcal y de discurso único se ha manifestado el pasado 8 de marzo y esta semana.
La respuesta a la sentencia cobarde y cavernaria sobre los cinco acusados, conocidos muy acertadamente como 'la manada', sacó a la calle a hombres y mujeres de todas las edades en un ejercicio colectivo emocionante. El mensaje era “no queremos que esto pase más” y para eso hay que cambiar marcos legales y casi diría que el mismísimo sistema que rige nuestra convivencia. Se equivocan los que creen que las mujeres salen a la calle contra los hombres. Se equivocan o se defienden.
La política es un entorno emocional y racional. Gestionar emociones colectivas es lo más difícil porque a veces significa legislar en caliente y otras, instalar el miedo o el odio para obtener votos. Ya antes, en esta columna que me brinda eldiario.es del que cada vez me siento más integrada por su profesionalidad y su osadía periodística, nos hemos preguntado qué pasa cuando la institución política no traduce las emociones colectivas en decisiones y soluciones.
La emoción política que ha dominado esta semana a los miles de personas que salieron a la calle es la indignación, a diferencia de la del 8 de marzo, que presentó una coreografía de esperanza por el cambio. Era una emoción creativa y positiva, transformadora y horizontal. La de esta semana en todas las capitales de España fue reactiva a una situación injusta e insultante, siendo lo peor que esa decisión injusta la habían tomado unos jueces. Nada moviliza más que una emoción fuerte, en este caso, la rabia. Éstas fueron algunas de las frases que se corearon por miles de gargantas de hombres y de mujeres: “Se llama patriarcado. No es un caso aislado”, “Estamos hasta el culo de tanto machirulo”. “Madrid será la tumba del machismo”, “Tranquila, hermana, aquí está tu manada.”, “No es abuso, es violación”, “Luego diréis que somos 5 o 6”.
La calle es el concepto más importante que debe asumir la política. Es en la voz libre de los ciudadanos, con sus emociones expresadas en colectivo, quienes muestran a la política su decisión libre y sin jerarquías. Es el resumen de lo que siente un país. Y eso tiene que leerse y traducirse.
Con la emoción se clama. Se reflexiona con la razón y esa es la tarea de las instituciones: traducir una emoción colectiva en soluciones. Que la política aprenda de la calle.