Cuando pensamos o hablamos sobre la política, tendemos a enmarcar en frentes distintos a los políticos y a los ciudadanos. No es un símil exacto, pero es como si adjudicásemos una especial distinción entre los conductores y los peatones. Cualquiera puede ser peatón y conductor indistintamente sin que eso arrebate a uno o a otro papel su principio protagonista. La pregunta es sobre la relevancia o no de hacer la distinción. Con la banalización y con la extrema profusión de la información política, la conversación en torno a partidos, políticos y elecciones se ha impregnado de opinión muy poco documentada, hasta el punto de que todo hijo de vecino se ve capacitado para esbozar una teoría política de cualquier situación. Contra los puristas y los politólogos esa es la verdadera política. La política es de todos. O todo es política. La política no es lo que ejercen los políticos, es el ser social político que nos concierne a todos. Una protesta, una acción pública reivindicativa, un tuit, puede ser una acción política.
He asistido a la reunión de la Asociación de Comportamiento No Verbal y Detección de la Mentira, ACONVE. Aunque parezca extraño no se refiere a la política, sino que tratan la mentira en el delito o la selección de personal. Esta vez, me invitaron para hablar de este tema en el ámbito de la política. Creo que cualquier reflejo de la autenticidad personal en las formas es el principal atributo con el que ahora estamos trabajando los asesores en imagen política. Ese fue mi tesis. Les amplío. No es la importancia del gesto en sí, sino que ese gesto, o ese comportamiento, responda de manera congruentemente con lo que el político piense, o sienta, o crea, o diga. Eso es lo que entiendo por autenticidad. Cualquier entrenamiento sobre la comunicación no verbal de un candidato debería, pues, pasar por un cambio de actitud o una finalidad ética tanto de sus actos como de sus palabras. Pero no, en ningún caso, de una impostación o construcción falsa de su imagen. El engaño ni se compra, ni es posible, ni se contempla.
Para los que siguen buscando razones del porqué de la victoria de Trump, les diría que este atributo, el de la autenticidad, es el que mejor adorna al personaje Donald Trump, un tipo que es igual de impresentable como lo que aparenta. No oculta lo que piensa, ni con la palabra, ni con el gesto. Es auténtico, es congruente. Su gran valor no es cómo es, sino que lo que es evidente. No nos engaña. Con este atributo cualquier candidato o candidata puede conectar de forma automática con los electores. Y conectar con alguien es el primer paso para enamorar.
Toda esa presunta democratización de la política es positiva, como lo es la capacidad de cualquier político para conectar con el electorado y la ciudadanía, pero tengo mis dudas de que haga crecer la calidad del debate, de la oratoria, de la documentación, y sobre todo de la ética política. La carrera en que entran todos los políticos por la notoriedad, la diferencia, la popularidad y la cuota de medios es muy posible que nos lleve mucho más a la banalidad, la ineficacia y la desafección que a la utilidad y la calidad de nuestra democracia.