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Una política de cuidados para poner la vida colectiva en el centro

Una política de cuidados para poner la vida colectiva en el centro
4 de enero de 2021 22:38 h

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“Sin nosotras, no se mueve el mundo”. Este reclamo, originariamente lanzado por las trabajadoras de hogar, ha permeado los últimos 8 de marzo. Son palabras que nos convocan a un cambio sistémico que, con la crisis de la COVID-19, se ha evidenciado más urgente que nunca. Cuando afirmamos que “si nosotras paramos, se para el mundo” estamos reclamando que se reconozca y valore este trabajo; dejar de mover el mundo solas; y, sobre todo, empezar a mover un mundo distinto donde el cuidado de la vida común esté en el centro. En este artículo nos preguntamos qué política pública puede responder este órdago y acoger la potencia de transformación y la capacidad de ilusionar que hay cuando luchamos desde los cuidados. 

Pero, antes de ello, ¿de qué hablamos cuando hablamos de cuidados? Hablamos de lo que no ha podido parar mientras todo lo demás paraba; son los trabajos que reconstruyen la vida de todas las personas día a día. Incluyen, pero desbordan, la atención a la dependencia y la infancia. Son aquellos trabajos históricamente asociados a las mujeres, repartidos entre nosotras de forma sumamente desigual; históricamente mal pagados o no pagados, sin derechos o con derechos de segunda; y que han sido siempre imprescindibles para sostener la vida en un sistema socioeconómico que no pone la vida en el centro, sino que explota la vida para el beneficio privado de unos pocos. 

La crisis vital evidenciada por la crisis sanitaria hunde sus raíces en el actual modelo socioeconómico insostenible y frágil, sostenido por una cara B de cuidados injustamente repartidos. Necesitamos un “ajuste estructural” para poner el sistema socioeconómico al servicio de la vida. Y aquí los cuidados pueden actuar como política faro, para guiar la transición, porque proporcionan una mirada privilegiada al sistema de abajo hacia arriba, viendo más agudamente y con antelación lo que cuesta desentrañar al mirar desde los mercados. Y pueden actuar como política palanca, porque son la base de todo lo demás: cambiando la base, modificamos el conjunto.

Los cuidados pueden guiar un ajuste estructural que transite por dos vías: una, la reorganización de los trabajos socialmente necesarios, desmontando su actual organización biocida (a mayor valor social, menor valor de mercado; y mayor nivel de feminización y racialización); dos, la substitución de la lógica de lo público-privado por una lógica de lo público-social-comunitario, en la que lo público no se desresponsabilice ni ahogue las iniciativas comunitarias. 

Para lograr ese ajuste hay que cambiar el conjunto de políticas. Extranjería, ordenación del territorio, vivienda… Mencionemos dos. Primero debemos empujar hacia una política económica que proporcione recursos suficientes para el cuidado de la vida colectiva. Si no, los costes no desaparecerán y se derivarán a esa base en forma de costes invisibles. Esta financiación ha de basarse en la redistribución y obliga a una reforma fiscal profunda y progresiva. Necesitamos también una política laboral que deje de pensar a las personas trabajadoras como sujetos sin responsabilidad ni necesidad de cuidados. Apostemos por la conciliación, las cotizaciones a la seguridad social que costeen la reproducción de la mano de obra y la reducción de la jornada laboral. ¿Cuánto tiempo de vida nos queda para el empleo si repartimos primero los cuidados? Estas y otras propuestas se profundizan si empujamos y vigilamos el conjunto de las políticas desde los cuidados.

Además de faro y palanca, una política de cuidados requiere políticas específicas para materializar un derecho universal a cuidados dignos, especialmente en las situaciones vitales donde la vulnerabilidad es mayor. Esto ha de hacerse garantizando condiciones laborales en el sector, protegiendo los cuidados del ánimo de lucro y avanzando hacia lo público-social-comunitario. Precisamos un sistema de promoción de la autonomía (más que de atención a la dependencia) publificado y ampliado, que integre formas innovadoras en línea con el envejecimiento activo (como las viviendas colaborativas); un sistema integrado de educación y cuidado infantil; un sistema de prestaciones de cuidados incondicionales y deslaboralizadas; y un centro para la profesionalización de los cuidados en precario. 

Precisamos habilitar estructuras institucionales que operativicen esa triple función (faro, palanca y políticas específicas). La configuración de un Sistema Público-Comunitario de Cuidados territorializado podría ser el modo de lograrlo en el medio plazo. En el corto plazo, el avance hacia ese sistema puede comenzar con un plan de choque que lance un mensaje de compromiso institucional sólido y responda a las situaciones más sangrantes. 

Este plan debería contener, cuando menos, cuatro tipos de medidas: el lanzamiento de una red de diálogo social y de una mesa interinstitucional para ir conformando el SEC; medidas de urgencia para equiparar el empleo de hogar a otros sectores laborales y proteger las condiciones de vida de las trabajadoras; ampliar el empleo público en atención a la dependencia y mejorar las condiciones laborales en el sector; y facilitar los cuidados en los hogares con la aprobación de una prestación incondicional y universal por cuidado de menores.

Habitamos un mundo en transición ecosocial; un mundo que está cambiando lo queramos o no y de cuyo devenir debemos hacernos responsables. Una apuesta firme y radical por una política de cuidados de transición puede y debe jugar un papel clave en este momento. Desde la inteligencia colectiva, la que tantas veces no queda atrapada en títulos formales; y desde el debate radicalmente democrático, construyamos una política de cuidados de transición. Ideemos una política que combine los conocidos mecanismos del estado del bienestar con otros instrumentos que actualmente están en los márgenes o ni siquiera existen, para reinventar el estado del bienestar y construir una lógica de lo común. Con estos hilos diversos, construyamos una política que logre responder a las urgencias (marcadas por arreglos del cuidado precarios o colapsados) de manera tal que, desde la reorganización, la vida en lo cotidiano siente las bases de un cambio sistémico hacia un modelo reproductivo sostenible que tenga el cuidado de la vida común como eje vertebrador. 

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