La política no conoce amigos
La anécdota se ha contado tantas veces como versiones hay de la misma. El excéntrico Churchill ante un diputado conservador que le comentaba su agitación por estar sentado a su lado en el Parlamento y frente a los enemigos laboristas: “Los que tiene frente a usted son nuestros adversarios. Los enemigos se sientan en nuestro mismo banco”, le espetó. Luego, Adenauer, uno de los padres de Europa, diría aquello de que están “los enemigos a secas, los enemigos mortales y los compañeros de partido” y Andreotti, que en la vida “hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido”.
Nadie como Pedro Sánchez para saber que los partidos son una trituradora de personas y de afectos, un artilugio que lo mismo teje complicidades que destroza fidelidades, un aparato de intrigas constantes, una máquina de conspiradores entre los que cuenta mucho más estar que hacer… Ahora se le acusa de haberse desprendido sin miramientos de quienes le acompañaron en su conquista, caída y reconquista del PSOE, de no dar explicaciones ante el Comité Federal del partido, de pasar de puntillas sobre la crisis orgánica que desató la salida de Adriana Lastra y de no dejar títere con cabeza en la sede federal de la calle Ferraz.
Por no quedar, no ha quedado ni la dircom, una compañera de partido a la que conoció en sus años de juventud y sus primeros tiempos de militancia en la agrupación de Tetuán. Y, como en España, ya lo decía Rubalcaba, enterramos mejor que nadie, las redes sociales se han llenado de fraudulentos mensajes de afecto y reconocimiento para quienes hace dos días eran la escenificación del mal. Los mismos que cantaron la Traviata contra el séquito de Lastra, su capacidad para el enredo y su pusilanimidad se dedican en estas últimas horas a hacer una exaltación de la amistad que nunca existió o a poner en valor un trabajo que no hace tanto identificaban como materia indispensable a resolver para que Sánchez y el PSOE pudieran afrontar esta última parte de la legislatura.
Ahora se enteran de que el poder no conoce amigos, si acaso sólo aliados y que estos cambian en función de las coyunturas, aunque en la política todo se viva con una gran intensidad y en las redes sociales todo sea vehemencia e impostura. Cuando el objetivo es llegar al poder o mantenerlo, no hay amistades que valgan, sólo piezas utilizables y descartables. Siempre fue así. En el PSOE, en el PP, en Unidas Podemos, en Ciudadanos y en toda organización política. Sorprendernos ahora de los códigos que utilizan los gobernantes y quienes aspiran a gobernar es un ejercicio de cinismo y una visión tan naif de la realidad política que nos lleva a olvidarnos de la historia reciente y remota.
Cuando a Pablo Casado lo tiraron sus barones y sus “amigos” por la ventana de la calle Génova fue un inexorable ejercicio de erudición y sensatez política mientras que cuando Sánchez prescinde de lo que le resta es sólo un líder cesarista y sin escrúpulos con un sentido utilitarista de los afectos, como si estos alguna vez en el PSOE, y en todos los partidos, hubieran sido inquebrantables. Sobran ejemplos y falta memoria.
Felipe González y Alfonso Guerra fueron quizá el paradigma de cómo el poder arrasa una relación personal, pero hay otros muchos. Zapatero y Eduardo Madina. Susana Díaz y José Antonio Griñán. Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón. Susana Díaz y Mario Jiménez. Susana Díaz y el propio Pedro Sánchez. En realidad, de la ex presidenta de Andalucía y su particular sentido del querer habría para una tesina o para un tratado de psicología, pero la realidad es que en la vida pública no hay alianzas perennes y sí infinidad de patrones de traición. Iglesias y Errejón; Iglesias y Yolanda Díaz; Aznar y Rajoy; Casado y Ayuso… Los hay de todos los colores y condiciones. Es la política, amigos, donde nadie casi nunca derrama una lágrima por los que fueron amigos o compañeros de partido. Y todos cierran, si no las filas, al menos las ventanas.
26