El populismo, como acusación, es el nuevo comodín político para distraer de errores y atropellos. Ni la Real Academia de la Lengua ha acertado aún a definirlo y sin embargo en cualquier parte encontraremos a quién nos diga qué es populismo y a quién se lo asigna. En España, la mayoría de los más dóciles adoctrinados dirá que es Podemos, las candidaturas ciudadanas o prometer lo que no se puede cumplir. Algo que –según aseguran- es lo que caracteriza a los mencionados. Dada la escasa experiencia aún en labores de gobierno de estas formaciones “populistas”, se coloca el calificativo prioritariamente a la Syriza de Tsipras. Y los peor intencionados meten en el mismo saco a la ultraderecha más reaccionaria y xenófoba. Todo es “extremo”, salvo ese centro… que nos ha asestado golpes radicalmente fuertes y no lleva visos de parar.
Lo cierto es que llaman “populismo” a la demagogia. Es decir, una degeneración de la democracia, en la que los políticos usan falsas promesas y apelan a los sentimientos más primarios de los ciudadanos para conseguir o mantener el poder. Puestos a mirar, no cabe mayor demagogia que la desplegada por el PP con su programa de chicle y vuelta y vuelta. Las medidas electoralistas –con dinero de todos– como el devolver a los funcionarios parte de la paga que les quitaron. Acusando a otros de corrupción como si descendieran límpidos del cielo. La propia repetición de las consignas, de su cinismo manifiesto, se rige por los manuales más acreditados de la manipulación política. Una mentira mil veces repetida termina siendo verdad para quien no reflexiona. Y parece que a sus laxos votantes les funciona. Y ya, como estrella de la fiesta populista, pasean al candidato catalán que ora hace gimnasia abierto de piernas, ora se fotografía con emigrantes de aquellos que prometió “limpiar”. El colmo de la desvergüenza.
Como lo es la carga ideológica y manipuladora de buena parte de los medios grandes en períodos electorales como éste. Con las continuas amenazas a los catalanes para condicionar su voto. La ejemplar clase empresarial ha salido este lunes en el Telediario de TVE contando que precisan estabilidad política para crecer. Y ya se sabe lo que ésta pide. Su campaña se ha extendido ya por la prensa con su mensaje catastrofista a evitar si ganan los buenos.
“Populismo”, para resumir, es “todo lo que no sea el bipartidismo defensor de la ideología neoliberal”, máxime si intenta algún cambio. Eso es lo que realmente quieren decir y ahí tenemos a quienes, hasta con buena intención, terminan por ser cómplices también de la trágala. Se ven, así, muy prudentes y objetivos. Los cambios desestabilizan y dan miedo. A otros, les da mucho más miedo que todo siga igual. Las inquisitivas preguntas, incluso de periodistas solventes, no se formulan a todos los actores y en su justa proporción. Grecia es un ejemplo paradigmático.
“No queremos que nos pase como a Grecia”, dicen y repiten, seguidos del coro que en la calle ha engullido la idea. Como la Grecia de Tsipras, se entiende. Porque “lo de la Grecia de Samarás y Papandreu” es el estado anterior, el origen, y ya lo hemos padecido. Ese camino de corrupción, despilfarro, mala gestión y luego recortes y privatizaciones, es idéntico al desarrollado en España por sus correligionarios, en mayor o menor medida. ¿Han visto ustedes a algún periodista preguntar a Rajoy por las actividades, incumplimientos y responsabilidades de Samarás y los gobiernos de Nueva Democracia que fueron quienes ocasionaron la quiebra? ¿Afearle que su colega –y él aquí, de paso- no cumplió lo que prometió? ¿Indagar en cómo llegó Grecia con ellos a una deuda pública que suponía el 158% del PIB en el primer rescate e interesarse por la que ha aumentado Rajoy aquí hasta el 98% por valor de más de un billón de euros? ¿Mencionarlo siquiera? Yo no. Quienes causaron la ruina de Grecia fueron los partidos tradicionales. Y pensaban seguir en ello, Samarás había firmado más recortes y más ventas del patrimonio público. Estos sí que son calcados. Y los medios se cuidan muy mucho de relacionarlos.
Esencial saber lo que entienden las realidades oficiales por prometer “lo que no se puede cumplir” y por qué no se puede cumplir. ¿Hay alguna imposibilidad física en hacer una mejor distribución de las cargas y la riqueza? ¿En gobernar buscando el bien de las personas y no prioritariamente el propio sin hacer ascos a robar y ungirse de prebendas? ¿En dar un trato a los ciudadanos siquiera similar al de los bancos y sus problemas?
Tsipras cedió y no le permitieron ni coser el extremo de la herida. Más aún, ahondaron en ella, y él debió retirarse. Es imprescindible insistir en que se le dio un castigo moral y ejemplarizante endureciendo las condiciones por haber consultado a los griegos. Ese día marcó un antes y un después en la historia de la UE, cuando todos callaron y firmaron ese escarmiento. Dejó al descubierto en qué Europa vivimos. Esta profunda anormalidad que ya constatamos a diario.
Entonces, la razón de defender lo que hay es porque “de toda la vida de dios ha habido ricos y pobres y el pez gordo come al chico”. Y así mil años más, como en la Edad Media. Algún día habrá que cambiar ese axioma. No ha funcionado nunca. Han sido esas políticas las que nos han traído hasta aquí, a todos. Y los oprimidos explotan ya de forma incontenible saltando sobre las conciencias, si se tienen. Lo malo conocido, las viejas fórmulas, solo funcionan para unos pocos. Sin duda para quienes se emplean –incluso desde los medios– en convencer a los votantes. Mucho mejor quedarse como estamos, con esta gente tan seria y consecuente que cumple lo que promete. Y muchos, millones, lo creen o quieren creerlo.
El mundo es mucho peor hoy, transcurridos ya 7 años de la crisis. Otro de los puntos aún sin retorno fue consentir que el capitalismo solucionara sus juegos malabares refundándonos a los ciudadanos y haciéndonos pagar sus pérdidas. Y en la zozobra han cambiado los términos de convivencia.
El egoísmo, el desprecio de todo cuanto no sea uno mismo, el desprecio de todo cuando no sea dinero, pisotear los derechos humanos, la ley de la selva en definitiva, desembocan en este virus que se está adueñando de Europa. Y que de nuevo trae el germen del fascismo. Los Viktor Orban avisan. Y de lejos. Los García Albiol también. Los Rajoy son ya libros abiertos. Los que asignan populismos, y ocultan la mitad de la verdad, de igual modo. Avisaron y ya están aquí. Lo próximo es tener sentada a Marine Le Pen en El Elíseo y en Bruselas, seguir con Cameron y con Rajoy –el mejor aliado de Orban fuera del Este–, ver cómo sigue creciendo la extrema derecha, la peste que ya nos costó muy cara en el siglo XX.
Hay veces en que lo prudente y moderado termina dando cobertura a uno de los períodos más terribles y trágicos de nuestra historia: el que estamos viviendo. Solo será superado por lo que vendrá, si no se varía el rumbo. Existen otros caminos y hay que andarlos: éste lleva al abismo.