El populista perfecto

7 de diciembre de 2023 22:29 h

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El populista perfecto es un varón blanco heterosexual. Su edad es irrelevante, aunque se recomienda que supere los 30 años porque un populista demasiado joven podría ser confundido con un adolescente estándar. Sufre un trastorno de personalidad narcisista que él identifica como genialidad, de ahí su adicción a la exposición pública constante. Gusta de verse y de oírse, pero mantiene una relación conflictiva con los medios de comunicación. No es de extrañar, ya que él no es un mero comunicador, sino un narrador.

El populista perfecto va creando su propia gesta a medida que la narra, lo que acaba provocando que no se pueda distinguir con facilidad qué es relato y qué realidad (suponiendo que sean cosas diferentes). Sabe manejar las expectativas, crear puntos de giro inesperados y construir cliffhangers de tensión vibrante. Su narrativa engancha incluso a quienes lo detestan porque el desenlace es absolutamente impredecible (lo mismo puede acabar de secretario general de Naciones Unidas que haciendo un videopodcast desde la cárcel).

El populista perfecto considera su triunfo político inevitable al saberse elegido por fuerzas superiores. Desde su perspectiva, la historia de la humanidad es una línea recta que empezó con un mono bajando de un árbol y culmina en él haciendo la V con los dedos. Esta situación de privilegio evolutivo hace que pueda concederse alguna excentricidad simpática y perdonable, como lavarse el pelo cada mes y medio o tener un cocodrilo por mascota (ejemplos aleatorios).

También es un hombre práctico, y sabe que, como Napoleón o Alejandro Magno (sus referentes en team building), necesita rodearse de los mejores soldados. Por eso permite que, de vez en cuando, otras personas salgan a su lado en la foto. Personas cuidadosamente elegidas que bajo ninguna circunstancia deben olvidar el tremendo privilegio que supone ser un guiñol de tan insigne mano. La dificultad de cumplir este requisito y, al mismo tiempo, ser inteligente provoca que esta camarilla acabe formada por gente no muy espabilada cuando no abiertamente idiota.

El populista perfecto no olvida que más de la mitad de la población son mujeres. Si bien esto le perturba (sus amigos de verdad siempre han sido hombres), sabe que necesita el apoyo femenino para cumplir el papel que el destino le reserva. Esta necesidad, combinada con la altísima estima que tiene de sí mismo, hace que desarrolle herramientas de macho alfa por más que su genética no le acompañe.

En términos ideológicos, el populista perfecto no se adhiere a ninguna corriente preexistente porque con él empieza todo. Puede que, en una concesión historicista, tome de aquí y de allá, pero en todo momento dejará claro que su visión política es, como mucho, una destilación única y genial de perspectivas anteriores. Porque el adversario natural del populista perfecto no es la izquierda ni la derecha, sino los de arriba, la casta, la estirpe, sin importar que, según varios indicios, él forme parte de ese grupo. Pero el verdadero talento del populista perfecto, el que lo eleva más allá de nuestro alcance, consiste en saber lo que le conviene a la gente muchísimo mejor que la gente.