Hemos llegado a un punto en el que todas las noticias que llegan del poder son indignantes. Nada se salva. El sistema político español es ya incapaz de hacer nada que sirva al interés general. Empezando por un gobierno que en todos los frentes es aún más inepto y, a un tiempo, más brutal que el de Aznar, lo cual parecía imposible. La sensación generalizada y que, además se extiende incluso en ambientes muy próximos al poder mismo, es que una situación como la actual no puede durar mucho. Que va a ocurrir algo. Y, sin embargo, un análisis frío de las circunstancias, de las dinámicas políticas posibles, excluye esa posibilidad. Al menos hasta las elecciones generales de 2015. Para las que faltan 14 meses. A menos que se adelantaran. Una hipótesis poco probable, porque los sondeos pronostican hoy por hoy tal batacazo para el PP que lo lógico es pensar que Rajoy prolongará el desastre hasta el último minuto.
Pero el presidente del gobierno carece ya de capacidad alguna para revertir su propio fracaso. Aparece de manera más clara que nunca preso de los enjuagues que ha tenido que hacer para alcanzar el poder y para conservarlo.
El que Ana Mato siga siendo ministra es, sobre todo, el resultado de la terrible debilidad interna que Rajoy sufrió tras perder las elecciones de 2008. La aún hoy titular de Sanidad fue entonces uno de los pocos altos cuadros del PP que siguió apoyándole, y de ahí nacieron una relación y vaya usted a saber qué otras cosas que hacen muy difícil su cese.
El conflicto con Cataluña, que está ahí para quedarse y que asusta en Europa bastante más que en el resto de España, es también fruto de la irracional campaña electoral que el PP hizo para ganar en 2011.
El que Rajoy haya colocado a la cabeza de RTVE a José Antonio Sánchez, un espécimen puro del franquismo más extremo, además de un profesional mediocre, por decir algo, sólo puede deberse a que el líder del PP tiene pavor a los sectores más derechistas de su partido. Han bastado unas pocas denuncias de sus exponentes en el sentido de que los informativos de RTVE estaban al servicio del PSOE y de la izquierda para precipitar el relevo de González Echenique por alguien que parece merecer la confianza de esos sectores.
Aunque parezca increíble, lo que se dice en la 13 y en Intereconomía influye en la acción del gobierno bastante más que lo que está cociendo en la calle. Y esto se confirma en un momento en el que parece que los asesores electorales de Rajoy le están diciendo que es imprescindible afianzar una orientación hacia el centro en las actuaciones del gobierno, en que eso es imprescindible para mejorar las expectativas de voto. Pero hay prioridades que están por encima de la opinión de los expertos. Rajoy es mucho más rehén de su ultraderecha de lo que se podría suponer y en la dirección del PP hay un temor muy serio a una nueva edición del Vox que concurrió a las europeas… y casi obtuvo un escaño.
También el dramático episodio del virus del ébola puede tener su inicio en un problema político de Rajoy. Y, en concreto, en su difícil relación con la jerarquía católica, a la que tanto debe y de la que tanto depende una parte significativa del PP. Porque todo indica que la decisión de trasladar a España a los dos sacerdotes infectados respondió sobre todo a la petición expresa que en ese sentido hizo la poderosa orden de San Juan de Dios. Es posible que el gobierno no se sintiera con fuerzas para contradecir tales deseos y más cuando por aquel entonces ya había tomado la decisión de retirar la ley del aborto. Quedar bien con la orden pudo ser visto como a manera de compensar, al menos en parte, el negativo efecto que la retirada iba a producir en la jerarquía. Que el sistema sanitario no estuviera preparado para hacer frente a una decisión que se tomó de un día para otro no debió importar mucho. Y que los recortes hubieran dejado muy tocada a la sanidad madrileña tampoco.
Además de confirmar, por si hacía falta, su connivencia con la corrupción, el episodio de las tarjetas negras de Cajamadrid y Bankia muestra a un gobierno tan inepto como incapaz. Porque sabía de su existencia cuando menos desde el día en que, tras inyectar más de 23.000 millones de euros para salvar a la institución, se convirtió en su dueño y pudo acceder a todas sus cuentas. Prefirió callar para proteger a los que algunos llaman casta y otros nomenklatura. Alguien pudo decirle a Rajoy que corría el riesgo de que un día la cosa saliera a la luz. Puede que nadie se atreviera. Pero es aún más probable que nuestro ínclito presidente callara tras escuchar tal advertencia. O que levantara los hombros, como diciendo “¿qué otra cosa puedo hacer si estoy atrapado?”.
Un hombre como ese va a seguir mandando en España los próximos 14 meses. Los periódicos se van a hartar de contar las barbaridades que seguramente va a hacer en ese tiempo. Porque la historia demuestra que cuando un gobierno empieza a deslizarse por la pendiente ya no hay quien lo pare y que el ritmo de la caída no deja de crecer.
Desde hace unas semanas, no mucho más, empieza a vislumbrarse seriamente que el PP no sólo no va a ganar las elecciones de 2015, sino que, a menos que el PSOE no decida suicidarse definitivamente entrando en un gobierno de coalición, va a tener que dejar el poder. Por eso en este momento surgen dos cuestiones cruciales: una, la necesidad de volver a la protesta ciudadana, de no conformarse con asistir indignados al deterioro diario de nuestra vida pública y del sistema social. Otra, la de empezar a plantearse mucho más en serio que hasta ahora qué tipo de alternativa política puede sustituir al PP en el poder. Y, tanto o más importante que eso, cuál sería su propuesta, concreta y aplicable, para reconstruir la España que el PP y antes el PSOE han destrozado. No basta con alegrarse de que Podemos crezca sin parar en los sondeos.