El Post: el periodismo no fue un sueño
“Cómo me gusta esto”. Lo dice Ben Bradlee, director del Washington Post, saliendo de un reguero de papeles esparcidos por el suelo y las mesas, a los que un grupo de periodistas están extrayendo las revelaciones que contienen. Es el Informe McNamara, 7.000 páginas que relatan lo que el secretario de Defensa de Kennedy llamó “Historia de la toma de decisiones de los EE. UU. en Vietnam, 1945-66”. En realidad es el encubrimiento que las administraciones de cuatro presidentes norteamericanos hicieron en la Guerra de Vietnam, prolongada pese a saber con certeza que no la iban a ganar y que se llevó las vidas de más de 58.000 soldados estadounidenses e incontables víctimas indirectas.
Un periodista de raza, el reportero del New York Times Neil Sheehan, fotocopia a escondidas los informes catalogados de Alto secreto, comienza la publicación en su propio periódico, la detiene el entonces presidente Richard Nixon con denuncias judiciales y la retoma el Post en una batalla épica por la libertad de expresión y contra la mordaza que intenta imponer la Casa Blanca. Múltiples periódicos hacen suya la información como apoyo. Van a juicio, la Justicia, el Tribunal Supremo, apuesta por el derecho a la información de los ciudadanos. “La prensa está al servicio de los gobernados, no de los gobernantes”, afirma en su auto. Periodistas de medio mundo, españoles en particular, nos emocionamos. Cómo nos gustaba esto.
Steven Spielberg ha llevado al cine la gesta del periodismo en aquellos años 70 para hablar de la prensa y el poder hoy. Los documentos del Pentágono relata una peripecia real que algunos nuevos redactores de la Historia intentan incluso presentar como falsa, aun existiendo pruebas documentales de su veracidad. Lo cierto es que el Informe McNamara se redactó dejando al descubierto que EEUU hizo guerra y sucia mientras decía buscar la paz.
Vi la película el sábado. Ese mismo día apenas ninguna portada de la prensa española traía las revelaciones, las acusaciones, de destacados imputados de la trama Gürtel en Valencia. La noticia era de máxima relevancia. Implicados en las acciones delictivas aseguraban que el partido en el gobierno de España y de varias comunidades contrata obra pública a cambio de comisiones que cobra en B y que, si se tercia, todo el que tiene acceso a meter la mano, lo hace. Con nombres. Con nombres que se suman a las múltiples investigaciones sobre otros casos de corrupción. A la prensa de los kioskos, se sumaba RTVE, la televisión pública estatal. Abrió ese día con la caída de un árbol en Holanda y retrasó y minimizó cuanto pudo la Gürtel. En torno a dos millones de seres siguen esos telediarios. Los otros tantos que atienden los informativos de las dos principales cadenas privadas también van bien servidos.
Llovía sobre mojado, llovía a cántaros y sigue diluviando cada día. El periodismo convencional español ya no es crítico, ya no sirve a los gobernados cuando alguna vez lo hizo aunque no fuera masivamente. En la Transición muchas cabeceras fueron decisivas para el cambio, RTVE también. Después hubo épocas, sin duda mejores que ésta. Se diría que ahora cada puntada lleva el hilo de un interés que no es el de los ciudadanos. Cruzadas netas donde se marca el Bien y el Mal inapelables. Este martes, el periódico que todavía fuera de España se toma como referencia, escribe en su editorial: “El juez Llarena se ha negado a entrar en el juego de Puigdemont y lo ha hecho con argumentos jurídicos de calado político”. “De calado político” un juez, más aún, un magistrado del Supremo. Salta por los aires la separación de poderes entonces. Y no pasa nada.
Y aún colea la “encuesta de estado emocional” que daba la mayor intención de voto a Ciudadanos elevada a verdad suprema. El insensato sin escrúpulos, como fue llamado el líder del PSOE, sigue tan sentenciado como Rajoy. Y no porque no haga méritos por su cuenta sino porque así parece haber sido decretado. Otro artículo de fondo llega a decir que se sirvió “de la demonización” del PP “para recuperar la secretaría general del partido”. La corrupción y las injustas políticas sociales no demonizan suficiente al partido en el poder para la prensa adicta. De la caverna mediática oficial ni se precisan detalles.
El Catedrático y Decano de Filosofía José Antonio Pérez Tapias que acaba de abandonar el PSOE, partido a cuya secretaria general optó, escribe un artículo con argumentos que produzcan soluciones. Él cree que la cuestión territorial sin resolver aparca problemas graves de nuestra sociedad. Una frase, casi al margen, me ha llamado la atención: “Cuando los líderes políticos convoquen a la prensa para hablar sobre empleo, por ejemplo, no dejarán de preguntarles por su posición respecto a lo que sucede en Catalunya”. Pienso que no es consecuencia, sino origen. Antes fue Venezuela, antes ETA. Las prioridades informativas siempre tienen un Lucifer para distraer la atención de lo esencial. Y estas ruedas de prensa –en el caso de que les permitan preguntar además- caen en ese error fundamental. Desesperante oír tomar la palabra para preguntar una y otra vez por Catalunya, por Puigdemont, y vuelta y otra vez, en un país que bate récords de desigualdad social y en el que los juzgados rigurosos nos muestran a gritos nuestra pringada realidad.
El problema no es Catalunya, es España, los aparatos de poder del Estado con más precisión. Lo sabemos muchos y desde hace mucho tiempo. La corrupción ha infectado la médula espinal de esta sociedad y la prensa concertada es parte esencial, tanto por lo que dice con doble intención como por lo que oculta. Todavía quedan, por supuesto, esforzados profesionales que realizan con rigor su trabajo incluso en medios hostiles, pero no es suficiente. La prensa ya está vencida, por eso ahora los poderes van a por Internet, a por las redes sociales que se les escapan. A confundir llamando Fake News a la verdad. El presidente Trump es un experto en la materia, pero hay muchos más, aquí también.
Cuando una noticia relevante llega a un medio, involucra a los periodistas. En el Washington Post fue decisiva la actuación de su editora Katharine Graham, la primera mujer en ese cargo y casi por casualidad, como un descarte de los titulares masculinos. Amiga personal de McNamara, reiteradamente minusvalorada, sacó fuerzas de su ética y optó por cumplir con el compromiso de todo periódico con sus lectores, con los ciudadanos. Quien crea que esto se hace solo por posicionamiento empresarial desconoce los riesgos que se afrontan. Esto ocurre cuando, por ejemplo, llegan noticias, hechos, correos de personas destacadas, hasta de las más altas instancias, y sabes que la publicación acarreará complicaciones. El día que pienses que vale más el condumio, el que todos lo hacen, no sé qué estabilidad a salvaguardar, vale más que lo dejes y te dediques a otra cosa. La sociedad no tiene la culpa.
El informe sobre Vietnam existió. Se desclasificó en 2011, con todos sus detalles. Aún se vende el original o así lo anuncian. Por 5 euros, ya ven. La profunda arrogancia de Richard Nixon escribiría nuevos capítulos de infamia de forma inmediata. El Watergate ya se gestaba y fue de nuevo el Washington Post con la editora Graham y el director Ben Bradlee el que desenmascaró la trama con el trabajo de sus periodistas, resistió el envite de Nixon y logró su dimisión como presidente de los Estados Unidos. Un hito que en cierto modo tapó para la historia aquellos decisivos papeles sobre Vietnam que involucraban también a Truman, Eisenhower, Kennedy y Johnson.
Cómo me gustaba esto. Encajar las piezas, denunciar los abusos, servir a la sociedad, serle útil. El momento de la película que desató mis lágrimas fue ver a miles de ciudadanos estadounidenses a las puertas del Tribunal Supremo luchar por su derecho a la información y por la libertad de expresión. Cuesta creer que tantas personas sean indiferentes ahora a esos derechos, concatenados a varios otros.
Las mentiras tanto como la guerra les habían matado a miles de compatriotas, a seres queridos de muchos de ellos. El poder corrupto y la manipulación cuestan también miles de vidas y sin duda un enorme sufrimiento. Hacen caminar a la sociedad sobre arenas movedizas. Y, ahora como entonces quizás, múltiples víctimas caen en la trampa, arrastrando a otros. Con el barro al cuello yerguen la cabeza para gritar las consignas generales evidenciando una escala de prioridades ilógica.
Y aun así el periodismo sigue siendo una buena idea, una de las pocas tablas para salir de este atolladero.