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El PP: ¿destino Bolsonaro?

Aznar a Casado: "Debe confrontar con el Gobierno como si Vox no existiera y con Vox como si el Gobierno no existiera"

José Saturnino Martínez García

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Cuando el PP ganó las elecciones en 1996, hasta higiénico me pareció. Estaba harto de la corrupción del PSOE, de los GAL y su desidia en cuestiones como el aborto. Entre 1996 y 2000 no tengo recuerdos políticos, ni buenos, ni malos. Después de dejar a media España asesinada, en la cárcel, “depurada” o en el exilio, la derecha con raíz franquista había vuelto al Gobierno y se comportaba como cualquier otra derecha europea, hablando catalán en la intimidad y sentándose a negociar con ETA.

Con la mayoría absoluta de 2000 empezaron los problemas, como el apoyo a una guerra basada en mentiras, con el 80% de la población en contra. El remate fue el trauma de 2004. La duda era si repetirían mayoría absoluta, no si dejarían de gobernar. Pero el atentado del 11M, pocos días antes de las elecciones, rompió los escenarios con los que trabajaban. En vez de reconocer lo que había pasado, decidieron, en contra de la evidencia policial, construir la versión de que había sido ETA (apoyada por el PSOE en la versión más lisérgica). La frustración llevó al PP a la irracionalidad, a narrativas que no se sustentaban en hechos.

Este delirio vino acompañado con una campaña política sin sentido patriótico, donde todo valía para derribar al Gobierno. Lo acusó de estar tras un atentado terrorista, y a Zapatero de insultar a las víctimas de ETA, sí, al presidente que logró que ETA dejase de matar, o ante la mayor crisis económica desde la Guerra Civil, la mayor vista en el mundo en décadas, votaron para que España se hundiera, que ya la levantarían ellos, según Montoro.

Volvieron al Gobierno en una etapa difícil, en la que lo primero que hicieron fue subir los impuestos, justo lo contrario que predican continuamente. Con la izquierda fracturada, el PP repitió la expectativa de que le esperaban muchos años en el Gobierno. Pero de nuevo, lo inesperado, esta vez en forma de condena judicial que desencadenó la moción de censura. Por segunda vez, su mala gestión ante lo inesperado les llevó al desastre.

No sé si la falta de adaptación a estos traumas explica su tendencia creciente al delirio, a lo irracional, a lo anti-ilustrado. Por un lado, la nueva narrativa delirante habla de golpe de Estado; no sé cómo calificar las sensaciones que me produce ver un día sí y otro también a gente diciendo que se ha conculcado la libertad de expresión y que no se pueden meter con el Gobierno, ¿cómo es posible vivir en esa contradicción con los hechos? Cuando la presidenta de Madrid niega que haya muertes por contaminación, afirma que los techos altos curan la COVID, que la comida basura es sana o se mete en cuestiones genéticas entre españoles y latinoamericanos…

Pero puede que su negación de los hechos y la ciencia no se explique por la pérdida del principio de realidad, debida a los traumas no superados de perder el gobierno. Puede que sea que el referente ya no es la derecha europea ilustrada, sino la ultracatólica de Polonia, la del Brexit, la de Hungría, la de Trump, la de Bolsonaro. En el dilema entre la derecha ilustrada y la anti-ilustrada, entre la liberal, que sabe perder, y la iliberal, de tendencias autoritarias, está optando por la segunda opción.

Esta estrategia política puede ser racional, en vez de delirante. La cuestión es que muchas de las políticas del PP no cuentan con gran apoyo entre la población. Ya se vio en que no fue capaz de cambiar la ley del aborto ni con mayoría absoluta. Estar en contra de que los más ricos no tengan la misma presión fiscal que las clases medias, de mejorar los derechos de los trabajadores, de un ingreso vital mínimo, de que la Iglesia pague impuestos por sus propiedades, de la eutanasia… son muchas las medidas políticas defendidas por el PP que no cuentan con apoyo popular. Así que sigue la estrategia del populismo de derechas, gritar mucho, decir una cosa y la contraria, promover bulos, estar en contra de los razonamientos coherentes basados en evidencias… Lo de Ayuso puede que no sea una anomalía, sino una estrategia para no hablar de políticas públicas, para polarizar y llevar el debate a las emociones, a patrimonializar la bandera España, el dolor de las víctimas, para que nos olvidemos de que las competencias en las residencias de la tercera edad y en sanidad son autonómicas. La adinción a las “ayusadas” nos cortocircuita el cerebro para discutir de política de forma razonable. O un Casado que hablaba de Venezuela, para luego decir que en ese momento había que haber confinado, para luego decir que hay que desconfinar, proponer políticas de test que son inviables o bajar impuestos cuando las estimaciones son que el Estado dejará de recaudar casi uno de cada tres euros que ingresa. España es más progresista y plural territorialmente que el PP. Si no puedes ganar un debate razonable y argumentado, patea el tablero sobreactuando mucho.

La deriva al delirio irracional de la derecha española ¿se debe a su frustración por no gobernar o es una estrategia racional para que no hablemos de sus políticas?, ¿Casado quisiera ser Merkel, pero delira, o es un discípulo de Bolsonaro y Trump?. Ojalá delire.

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