De la precariedad, ¿se sale?

16 de febrero de 2023 22:43 h

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Soy millenial. La generación cuya mentalidad cambió en primero de carrera cuando explotó la crisis económica. La que se graduó no con sueños, sino con miedo. Miedo a no tener trabajo, miedo a volver a casa a continuar con el restaurante chino familiar y no a trabajar en lo que había estudiado (mucho menos aspirar a un buen puesto o unas buenas condiciones laborales, solo aspirabas a trabajar), miedo a haber gastado recursos familiares para nada, miedo a que la ecuación de dinero y esfuerzo tuviera como resultado: nada.

Mi psicóloga me explicó que el cuerpo tiene memoria emocional: al igual que recuerdas sensaciones físicas, pasa lo mismo con las emocionales. Y, en mi caso, el miedo laboral siempre estuvo más o menos presente después de terminar la carrera. Ese miedo hizo que me aferrara a los trabajos, me gustaran más o menos; era seguridad y era una nómina. Pero, en mi caso, yo he sido una persona laboralmente afortunada. Y con afortunada quiero decir que jamás he necesitado pedir la prestación del desempleo, porque siempre he tenido trabajo, mejor o peor, pero trabajo al fin y al cabo. Pero el miedo estaba ahí. Sobrevolando mi cabeza tenía el pensamiento de “hoy tengo, pero, ¿ y el día de mañana?”.

Una periodista, después de trabajar como colaboradora habitual en un medio de comunicación, vio que el resultado de su esfuerzo durante unos años fue seguir siendo colaboradora. Ningún contrato de por medio. “Es muy difícil mantenerse motivada así”, me comentaba. 

Parece que, aunque te esfuerces y tengas talento, no hay nada al final del camino.

Un exempleado de Microsoft me comentaba: es una distopía entrar en Linkedin y ver cómo se está celebrando el lanzamiento de la AI en su buscador Bing a la vez que están despidiendo 10.000 empleados, sobre todo cuando el estado financiero de la empresa es positivo (anunciaron 183 billones de dólares en ganancias y el CEO se lleva un bonus de 57 millones de dólares). 

Parece que el avance tecnológico pasa por encima de las personas.

Las ciudades económicamente exitosas suben todo tipo de números: alquileres, airbnbs, turistas, bares, precios… menos los sueldos. Casos que ahora se tildan de éxito -libertad, apertura, economía, turismo o comercio, como pueden ser Madrid y Málaga- tienen también como resultado pérdida de calidad de vida de la gente local, que ve cómo su piso de 800 euros es vendido realquilado por 2.700 o cómo la sanidad pública está siendo desmantelada.

Parece que el éxito de las ciudades no tiene en cuenta a la población que ya vive ahí.

El otro día hablaba con una amiga 10 años menor que yo:

-Dicen que se acerca otra crisis económica, entre la guerra y la inflación -le decía yo.

-¿Otra crisis? Yo nunca he conocido la prosperidad -me contestó ella.

Nuestros padres nos hicieron creer que estudiando viviríamos mejor que ellos. Pero otra amiga me comentó: “He asumido que nunca me podré comprar una casa.” 

“Encuentra algo que te guste y no trabajarás un día en tu vida”, “Mañana puede ser un gran día”, “Conseguirás lo que te propongas”... Estos eslóganes muy de tazas Mr. Wonderful (que facturan ahora alrededor de 30 millones de euros anuales) los empecé a leer cuando me gradué de la carrera y estaba en mi primer trabajo. Ahora estamos en un momento más introspectivo, y las inofensivas tazas pueden ser leídas como parte de “la dictadura de la felicidad”, porque no está bien estar triste o desmotivada. Yo creo que también es síntoma de lo que le pasa a mi generación (si no, Mr. Wonderful no facturaría tanto), que necesitamos algo para ilusionarnos y motivarnos laboralmente, necesitamos pensar e idealizar que algo mejorará, que habrá alguna oportunidad nueva o un sueldo mejor, que quizá seremos indispensables, que creceremos mucho en la empresa, que quizá mañana sea el día en que algo pase. Porque, al igual que decía Emma Thompson en Love Actually: ¿Te quedarías sabiendo que cada día será un poco peor? Y yo añado: ¿Te motivaría saber que mañana, como mucho, será igual a hoy? ¿Darías lo mejor de ti, harías horas extra, serías innovadora, renunciarías a días de vacaciones? Yo, mirando atrás, no lo hubiera hecho.