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El precio de olvidar un 27 de septiembre

Suso de Toro

Si ya sabe lo que ocurrió en la madrugada del 27 de septiembre de 1975 en instalaciones militares de Burgos, Barcelona y Hoyo de Manzanares puede ahorrarse leer este artículo. Efectivamente trata de la muerte por fusilamiento de cinco jóvenes, José Humberto, José Luis, Ramón, Juan y Ángel.

La actualidad dice que debiera escribir sobre la dimisión del ministro Gallardón, pues tiene alcance político ya que Gallardón pertenece al mismo grupo generacional de Rajoy, jóvenes franquistas que se reunieron bajo Manuel Fraga Iribarne para fundar la derecha. La tensión dramática en su despedida se debe a que no es una dimisión sino el final de una agonía, Rajoy lo cocinó cual “bistec tártaro” y se lo merendó. Que haya quien diga a estas alturas que Rajoy es un político moderado, demócrata o que es falto de carácter, sólo se explica bien por una falta de perspicacia mayúscula o bien por un cinismo de aúpa.

La actualidad también me dice que debiera ocuparme de escribir algo sobre el viaje del rey Felipe a Washington, asunto muchísimo más trascendente que el canibalismo en la derecha posfranquista y sobre el que no veo que se diga lo esencial: este rey se presenta ante el emperador de turno para renovar el vasallaje del Reino de España a los EE UU. El rey Juan Carlos sucedió a Franco por un acuerdo entre éste y el imperio que incluía entregar el Sáhara a Marruecos, mantener las bases y entrar en la OTAN. Felipe sucede a su padre para mantener la continuidad, volverá bendecido. Lo más extraordinario de la entrega total de la soberanía del Estado español a los EE UU, antes de entregar el resto a Alemania, es que nadie se acuerda de eso, se ha vuelto trasparente. Y mientras nos volvemos todos locos discutiendo la soberanía del Estado sobre los catalanes.

Pero tanto el canibalismo dentro del PP como el servilismo de este Estado ante sus amos no me van a disuadir de escribir como cada año allí donde me dejen sobre aquellos fusilamientos tan tan lejanos y olvidados que, sin embargo, a mí me parecen cercanos y vívidos.

El franquismo fue un régimen criminal y contra él nacieron generaciones que lucharon con la palabra y también con las armas. Las organizaciones a las que pertenecían aquellos cinco jóvenes antifascistas cometieron crímenes y matar es matar, mataron a algunas malas personas que torturaban y a otras que eran guardias simplemente porque no tenían muchas más oportunidades que escoger eso o la emigración. Es cierto que militantes de aquellas organizaciones habían matado, como es cierto que el Régimen utilizaba a la Guardia Civil, Policía Armada y Brigada Político Social para encarcelar, torturaba y matar personas desarmadas. Y el Régimen utilizaba la muerte como regla de aprendizaje, nuestras lecciones fueron conocer cómo se pedían penas de muerte en el Consejo de Burgos, cómo ametrallaron a Amador, Daniel y decenas de obreros en Ferrol, cómo asesinaron a Puig Antich directamente sus torturadores en un cuartucho siniestro, cómo acribillaron por la espalda a Moncho Reboiras también en Ferrol, cómo fusilaron sin posibilidad de defensa a esos cinco jóvenes…

Eran unos rehenes del Régimen molestos para todos, nadie los quería. La principal organización antifascista, el PCE, en aquel momento no solo estaba muy lejos de la lucha armada sino que defendía la “reconciliación nacional”. Se trataba de luchadores desesperados, ni siquiera muchos de quienes comprendíamos su desesperación, porque era la nuestra, estábamos de acuerdo con sus métodos. Sus cadáveres escarnecidos fueron entregados a sus humillados familiares y la historia siguió su curso, más detenciones, torturas y muertes, hasta que brindaron con champán por una constitución que barrió mágicamente las tinieblas del pasado. Hicieron magia y ante nuestros ojos se desvaneció tanto el franquismo como el antifranquismo. Sin embargo, aquellos asesinatos fueron lo más real de aquel periodo, fueron una firma al pie del testamento político de Franco y la garantía de que el proceso político que, sin duda, sería arduo y azaroso nunca dejaría de estar bajo la tutela del Ejército.

Pero si escribo cada año un artículo sobre aquellos jóvenes no es por compasión, eso fue hace ya 39 años, sino por puro egoísmo. Escribo para recordar que aquello existió porque lo que vino después lo sepultó y solo se nos permitió recordar a un abuelete “autoritario” y a una “dictablanda”. Escribo este artículo para desmentir a los intelectuales que se dedicaron a explicar que los antifranquistas no eran demócratas. Por supuesto que no lo eran. Simplemente era imposible ser fácticamente demócrata en España, solo se podía ser franquista, antifranquista o no. Fuimos educados muerte a muerte por asesinos.

Aquellos jóvenes fueron generados políticamente directamente por el franquismo. Dos de ellos procedían de Vigo, concretamente del 72 en Vigo. ¿Les parece que cae muy lejos? No tanto. A principios de los años noventa un alcalde de Vigo del PSOE, no le llamaré “socialista”, recibía a un cargo del Ministerio del Interior en su ciudad y tras entrevistarse revelaba a la prensa que un amigo mío había “cantado” cuando fue detenido y torturado en la huelga general viguesa en el año 1972. Aquella autoridad del Gobierno había sido uno de los torturadores desplazados a una ciudad en huelga total, miles de despedidos, cientos de detenidos y cientos de torturados, y sus méritos canallescos como esbirro le habían deparado una brillante carrera en la democracia española. No, el franquismo y los franquistas no nos quedan tan lejos, estuvieron siempre ahí, progresando y gobernando. Y de aquel 72 vigués, de la radicalización obrera tras aquella represión, nació aquella izquierda desesperada. Años después un alcalde de la misma ciudad, “socialista”, se reiría con las anécdotas y chascarrillos que le contaría un verdugo de paso por provincias.

Aquellos cinco cuerpos caídos no son una estampa agradable para nadie, mucho menos para una sociedad infantilizada que conmemora el asesinato de Miguel Ángel Blanco, pero no es capaz de recordar aquellos otros días de aguarda en que el Ejército los tuvo presos para el matadero. Olvidar, insistía Shakespeare una vez y otra, puede ser una bendición para un corazón oprimido pero el precio de que hayamos olvidado esas cosas terribles es tener a Rajoy y demás gobernándonos.

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