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¿Estamos preparados para hacer frente a la siguiente sequía?

2 de diciembre de 2021 22:18 h

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Una de las características propias de nuestro clima es la de que cada cierto tiempo tiene lugar un periodo de sequía, que puede extenderse durante varios años. La última sequía importante que tuvo lugar en nuestro país fue la de 1990-1994, de la que ya han pasado 25 años. En ese periodo se produjeron restricciones para los diferentes usos del agua, incluyendo el abastecimiento de poblaciones. De hecho, sufrieron cortes y restricciones una buena parte de los habitantes de la mitad sur del país.

En ese periodo 1990-1994, la eficiencia en la utilización del agua era muy baja, pues las pérdidas en las redes de distribución eran muy altas, y era muy mayoritario el riego por inundación, el menos eficiente. En ese sentido hemos mejorado mucho. Es innegable que la eficiencia en la utilización del agua se ha incrementando notablemente en los últimos años en nuestro país, tanto en el regadío como en el abastecimiento a poblaciones. Sin embargo, hay por el contrario otros elementos que, como veremos a continuación, nos hacen actualmente mucho más vulnerables frente a un episodio de sequía como el de 1990-1994.

Aunque la eficiencia en el regadío se ha incrementado mucho, la práctica totalidad de los ahorros obtenidos se han empleado en abastecer a nuevos cultivos, de tal manera que la superficie actualmente regada en España supera ya los cuatro millones de hectáreas (planes hidrológicos de las demarcaciones hidrográficas), frente a los 3.344.000 hectáreas que había en 1998 (Plan Nacional de Regadíos-Horizonte 2008). En tan sólo 20 años la superficie de riego en España se ha incrementando en más de 700.000 hectáreas. Lo cierto es que actualmente el consumo total de agua del regadío es bastante mayor al que había en los años noventa, y ahora además, el margen para el incremento de la eficiencia se ha reducido ya sustancialmente.

Pero hay otro elemento nuevo que no estaba tan presente en la sequía de 1990-1994. Nos referimos al cambio climático que ya se está produciendo. Uno de los efectos derivados del mismo son la subida de las temperaturas, que producen un incremento de la evapotranspiración, reduciendo el volumen de agua que va a parar a los cauces y los acuíferos, que es la que podemos aprovechar. Es decir, para un mismo nivel de lluvias, el agua disponible y aprovechable es menor. Según los datos de AEMET, la temperatura media en España se incrementó en el periodo 2011-2020 en 1,14 grados centígrados con respecto a la del periodo 1971-2000. A consecuencia de ello, en los últimos 25 años, para un nivel de lluvias similar, las aportaciones a los cauces se han reducido del orden del 15-20%. 

El crecimiento del regadío en España continua imparable, y se está acentuando además en los últimos años. A los más de 4 millones de hectáreas de regadíos legales existentes, hay que sumarles un 5-10% de regadíos ilegales y “alegales”, aunque algunos estudios recientes hechos en algunas importantes zonas de riego del país, afirman que el regadío ilegal podría alcanzar en las mismas del orden del 30%. 

Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el crecimiento de la superficie regada que se ha producido en algunas comunidades autónomas durante los últimos 25 años, justamente después de la última sequía, ha sido espectacular. En Castilla La Mancha la superficie regada se ha incrementado en ese periodo en un 46,5%, en Andalucía en un 38,3% y en Extremadura en un 27,1%.

Actualmente, el regadío supone un 85% del consumo total de agua del país pero, si tenemos en cuenta los retornos (el agua que tras utilizarse vuelve al dominio público hidráulico), el consumo “neto” del regadío sería del 93-94%, pues el abastecimiento a poblaciones devuelve al medio un 80% del agua utilizada, mientras que lo que retorna del regadío es menos del 10%, y además bajando, dada la extensión del riego localizado.

Los efectos de este crecimiento del regadío se hacen notar en nuestras reservas de agua. En el último año hidrológico, que va desde el 1-10-2020 al 30-9-2021, según AEMET, la precipitación acumulada ha sido de 606 milímetros, tan sólo un 5% por debajo de la media del periodo 1981-2010, considerándose por tanto un año normal en lo que a precipitaciones se refiere. Pues bien, a pesar de haber sido un año normal, el nivel actual de los embalses se encuentra alrededor de 14 puntos por debajo de la media de los últimos 10 años para esta misma semana. El agua según llega a los embalses se deriva a los regadíos. Además, ya se riega prácticamente durante todo el año. Los embalses están dejando de ser almacenes de agua para ser simples estaciones de transferencia. Y ello es debido a que la superficie de regadío existente es mucho mayor de la que nuestro país puede soportar de forma sostenible, que debería situarse entorno a lo 3-3,2 millones de hectáreas regadas y no más, por lo que no solo no hay que crear nuevos regadíos, sino que habría que dejar de regar del orden de un millón de hectáreas. Sin embargo, tanto el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, como las comunidades autónomas del centro y sur de España, siguen apoyando directa e indirectamente la creación de nuevos regadíos, lo que nos lleva a un escenario de cada vez mayor vulnerabilidad e insostenibilidad.

Actualmente se podría decir que estamos “viviendo al día” con el agua. Por todo ello, frente a un periodo de sequía de varios años, que es algo propio de nuestro clima y que por tanto tarde o temprano va a producirse, nuestro país es ahora mucho más frágil y vulnerable que en los años noventa. Pues el consumo actual es mucho mayor, los embalses apenas funcionan ya como almacenes de agua y, a la vez, a causa del cambio climático, el volumen de agua disponible para un mismo nivel de precipitaciones es menor que hace 25 años. Teniendo en cuenta todos estos condicionantes, podemos afirmar que, o se reduce drásticamente la superficie regada a los niveles antes indicados, o vamos directos hacia un “colapso hídrico”, cuyas consecuencias ambientales, sociales y económicas serían gravísimas para nuestro país, y que se producirá cuando tenga lugar la próxima sequía plurianual.