Presencia humana

26 de septiembre de 2021 21:34 h

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De repente te asustas en medio de la calle. Alguien te toca sin querer. Hay una pequeña confusión sobre quién dejará paso a quién en la acera. Al final os reconocéis. 'Es que con las mascarillas…'. ¿Qué se hace? ¿La mano, choque de puños, un abrazo aséptico, dos besos con...? ¡Absurda coreografía entre el cerca y el lejos! Pero qué demonios, estamos en la calle, eso sí podemos hacerlo, al menos: charlar a cara descubierta. Así que una sonrisa surge. Y parece tener un tamaño indebido y extraño. Como si se tratara de la composición de un collage, ¿quién ha puesto ahí ese elemento en medio de esa vieja-nueva cara? Ahora cualquiera parece un Joker con esa nueva sonrisa post pandémica, abierta, deseosa, asustada, herida, en medio de la cara. 

También está la gente que conociste en este año y medio. Es decir, que solo has conocido con mascarilla. Y de la que ahora completas el puzzle. Con la foto completa parece que ya no la conoces. Un glitch social. O esa otra gente que solo conociste por Zoom. Ahora su voz ya no es metalizada ni robótica ni tiene la textura mediada del audio, su expresión tampoco se congela eventualmente. Esa misma gente de pronto tiene estatura, tamaño, proporciones, olor, intimidad. Toca vérnoslas de nuevo con la proxemia. Hay gente baja, gente alta, gente que ocupa más, gente que no ocupa apenas. Y todas compartimos el mismo espacio, sin ese absurdo fondo de estanterías y sillones, luces indirectas o playas caribeñas en croma. La gente está ahí con toda su presencia. Humana. Contundente. Y solo pide paso. Solo pide ser contenida en toda la amplitud de sus tres dimensiones. Tacto, olor, estatura. Y te asustas un poco, una vez más. 

Están siendo días de reencuentros, de procesar rituales que dejamos en suspenso año y medio atrás. Semanas de alegría. Pero de una alegría un poco co(a)rtada aún. La ambivalencia de volver no siendo las mismas personas. De tener que lidiar con todas las taritas, individuales y comunes, con desiguales suertes, que nos ha dejado este paréntesis. Los encuentros transmiten fragilidad y ganas. El ansioso deseo de volver a ser lo que éramos. La necesidad de reacomodar los cuerpos, de reacuerparnos, recuperarnos, sobarnos, olisquearnos cual criaturas salvajes, despiojarnos, sacudirnos…, ¡pero para! Son días de reconstrucción, de reinicio social, de ganas de, a veces, gritar fuerte y que empiecen ya esos locos veinte que inauguramos en enero de 2020 sin saber que alguien metería nuestro reloj en un saco para golpearlo a continuación con un martillo. De momento bailaremos en modo entreguerras en estos meses por venir. Entre lo que pasó y lo que está por llegar. Tal vez nos cansamos de incertidumbre o es que todo nos vuelve a dar igual.