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El presente de tu presencia

Imagen de archivo de una cena de Navidad.
24 de diciembre de 2022 21:21 h

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Todo lo que se da está en el tiempo

Derrida

No me felicites mal, mejor no me felicites. No me desees que tenga una noche, un día, un año feliz si vas a hacerlo mal. No me mal regales, prefiero que te abstengas. Resulta insoportable la sensación de que no puedes dedicarme ni un gramo de tu atención ni de tu tiempo.

Seguro que aún las están recibiendo, esas felicitaciones baldías que te cosifican. ¿Recuerdan cuando había que comprar una postal de Unicef y escribir a mano, una por una, esa frase que, aunque fuera repetida, llevaba el esfuerzo de tu amanuense paciencia? Llegaron luego los sms, aquel invento de los móviles que aún no se habían vuelto inteligentes. Comenzaron las cadenas que pretendían ser ocurrentes. Los más esforzados seguíamos personalizando cada envío por respeto al que estaba al otro lado, para no despersonalizarlo, para mostrarle que era a él a quien nos dirigíamos. Aquello murió y aún no era pecado de lesa otredad. Ahora les estarán entrando fotos, memes, clichés reenviados muchas veces. Así lo indica, por si cupiera duda. No hay forma de distinguirlos de la felicitación oportunista de una óptica o un banco o de cualquiera que le pone al marketing un espumillón y que en muchos casos es más respetuoso que tus propios conocidos, porque ha comprado un programa que al menos es capaz de colocar tu nombre propio delante del producto. No esperen que conteste a ninguno de ellos.

No hay tiempo para dar al otro y ese dar tiempo es darse a sí mismo, que es como darlo todo. “Al dar todo el tiempo de uno mismo se da todo, se da el todo, y todo lo que se da es el tiempo y se da todo el tiempo de sí mismo”, dejó escrito Derrida. Así que si no tienes el tiempo o la molestia, mejor olvídate de mí. De los que se olvidan apenas se puede llevar cuenta, de los que te invaden y te quitan de en medio con un click en una lista, de esos… si llegas a pensar en su falta de respeto o en la desconsideración o en lo lejanos que están del lugar en que te hallas. A menos que tú mismo te comportes así. ¿Tan importante te crees que piensas que una caricatura de felicitación, a la que no dedicas más esfuerzo que dar “enviar a todos”, es algo que los demás tengan que celebrar? No intentes borrar la singularidad, la humanidad del otro. Nada que no la respete tendrá ninguna importancia. Molesta ser deshumanizado. Mejor nada.

Habrá regalos a su lado. La impaciencia y el pragmatismo nos han llevado a introducir costumbres ajenas por ser más prácticas. Tal vez ya sea bastante absurdo anclarse a tradiciones en las que no creemos para añadirles otras, que ni siquiera tienen raíces entre nosotros, por ser más propicias para el objeto, por permitir disfrutarlo antes o más tiempo. Seguro que Papá Noel o Santa Claus se habrá dejado sentir muy por debajo de su latitud de origen y habrá regalos a su lado. Apuesto algo a que muchos ya están esperando a que vuelvan a abrir las tiendas para ir a cambiarlos.

Es odioso ese cambalache del cambio de regalos. Pensado para los errores en las tallas cuando se empezaron a regalar cosas tan prosaicas como ropa o zapatos, se ha convertido actualmente en una verdadera ceremonia de monetarización. En los grandes almacenes, el día después, se puede ver a cientos de personas devolviendo absolutamente todo y adquiriendo con el montante total lo que ellos desean. Algunos incluso lo dejan a modo de crédito en ese centro para cuando lo necesiten. Es tan obsceno que nunca deja de sorprenderme. Un regalo no es un trasvase de dinero efectuado a través de un objeto que deba subvenir a las necesidades o caprichos exactos del regalado. ¿Cuándo empezamos a ser tan materialistas y tan maleducados?

Regalar no es realizar un mero trasvase económico, por eso son tan odiosas las tarjetas regalo o resultaban tan prosaicos los sobres con unos billetes de los abuelos o del que no sabía o no quería molestarse en pensar qué ofrecerte. Regalar es también ofrecer el tiempo. Un regalo envuelve los pensamientos del otro sobre ti, sobre tus gustos, sobre lo que te ha oído decir que ansías o que simplemente nunca osarías ofrecerte a ti mismo como capricho. Un regalo es un presente y el presente no es sino un tiempo. Ofrece el tiempo de pensar en agradar, en sorprender, en devolver ese fragmento de infancia que se descubre en la mirada admirada del otro al quitar el papel, por la sorpresa, por la ilusión, por abrir los ojos a lo inesperado. La admiración ante cada instante de vida es la base de la felicidad, porque es la vida lo que es un regalo, el regalo por antonomasia. Tal vez por eso seguimos conservando unas fechas para agradecerlo a quienes nos lo hicieron, si es que aún están, si es que aún estás a tiempo.

Y luego está la ofrenda del sacrificio, de poner a otros por encima de uno mismo, aunque sea por una noche o por unos días. En un programa de televisión llevaron a una psicóloga a explicar cómo se puede controlar la gestualidad o la palabra para sobrevivir a estos encuentros navideños sin discutir. Tuvo mucho éxito. Estremece pensar cómo la deshumanización social ha transformado en un problema lo que no es sino la vida misma. Controlarnos para mejorar la convivencia es la base de aquello que antes se llamaba educación, algo muy distinto de la instrucción, aunque le hayamos intercambiado el nombre. Regalemos educación. Regalemos nuestra paciencia, nuestra voluntad de convivir sin conflicto. Conviene dejar aparte esos chistes de cuñados o de suegras, porque si empezamos a mirarlos como a Juana, a Ignacio o a Luis, si los miramos como individualidades y nos maravillamos de lo diferentes que podemos ser los seres humanos, si los respetamos y los oímos, si aceptamos que su visión de la vida y sus opiniones estén a años luz de las nuestras, habremos alejado el cáliz de la disputa.

No se crean lo que ven. Ese supuesto clima de tensión es parte del marketing. Casi nadie de los que ustedes creen enfrentados lo está tanto como para olvidar la urbanidad, la educación y hasta el buen rollo.

Darte a ti mismo es lo único valioso que puedes dar.

Por eso no les voy a felicitar ni les voy a desear feliz año genéricamente.

Les respeto. Les doy mi tiempo y mucha parte de mí misma en estas columnas y recibo a cambio el suyo cuando las leen y piensan y comentan sobre ellas.

Hagan el presente de su tiempo a los que quieren. Ahora y siempre.  

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