Adolfo Suárez llegó a ostentar la Presidencia del Gobierno por el voto mayoritario de los españoles recién llegados a la democracia. Es cierto que venía del pasado dictatorial pero no tenía ataduras con el futuro, por eso pudo maniobrar políticamente de forma habilidosa, tanto en el plano nacional como internacional. Recuérdense sus entrevistas, tan denostadas por la berroqueña derecha española, con Fidel Castro o el Presidente de la Autoridad Palestina Yasser Arafat.
En mi opinión, uno de sus mejores logros, desde el punto de vista interno, fue su gran visión sobre la cuestión catalana. Restaurar la Generalitat y conseguir que el President Joseph Tarradellas, último depositario catalán de la legitimidad democrática republicana, aceptase su Presidencia, puso en marcha el sistema de las autonomías y llevó a los constituyentes a reconocer, la letra del texto constitucional no puede ser tergiversada, que en España coexisten nacionalidades y regiones.
Las señales que ha venido emitiendo Catalunya desde la vigencia de la Constitución de 1978, han sido constantes. Algunas encerraban pretensiones imposibles, en algunos casos prematuras, y a menudo, perfectamente razonables. Durante estos 40 años se ha perdido un tiempo inestimable para encajar la estructura política de España, con soluciones parecidas a las de Escocia o Quebec.
El estatuto catalán originario fue el producto de diálogo entre todas las fuerzas políticas, algunos ya anunciaron que era un punto de partida y no un monolito petrificado. Los cuarenta años de Dictadura han endurecido el debate de los españolistas, apegados al lema de la España, una, grande y libre. Su obsesión por la lengua del imperio, raya en el ridículo. Pienso que la cuestión del idioma ha sido manejada por la Generalitat con una gran inteligencia y un sentido pragmático que ha llevado a gran parte de la sociedad catalana a ser perfectamente bilingüe e incluso a manejar el castellano mejor que en otras latitudes.
Durante muchos años he sido invitado a los cursos de derecho penal organizados por los alumnos de la Universidad Pompeu Fabra. Generaciones de alumnos se ha relacionado conmigo para los detalles organizativos. Siempre me recibieron con exquisita amabilidad. Hablaban con naturalidad el catalán entre ellos y el castellano conmigo. No entiendo por tanto, cuál era el problema creado por la orquesta mediática madrileña e incluso discrepo de algunos matices de las sentencias mayoritarias de la Sala Tercera del Tribunal Supremo sobre la lengua vehicular.
En materia económica la situación es más compleja y reconozco que no estoy capacitado para encontrar las fórmulas que pudieran ensamblar la relevancia de Catalunya cuantificación del producto interior bruto, su capacidad industrial evidente, su potencial exportador e incluso su relevancia financiera. Muchos especialistas han escrito sobre las diversas posibilidades que podían manejarse para hacer un acoplamiento equitativo. Sus teorías siempre han caído en el vacío.
Hemos llegado a un punto de no retorno en el que quizá por la evidencia de la globalización económica y la imposibilidad de la desconexión de las economías se manejan argumentos tremendistas e incluso se compara la situación económica de una Catalunya independiente, con la que está viviendo Grecia. Me parece un disparate establecer paralelismos.
El Presidente Suárez no habría conseguido, no creo que tuviese nunca ese propósito, desactivar los sentimientos de independencia de muchos ciudadanos de Cataluña, pero hubiera abierto las vías para que sus legítimas aspiraciones tuviesen un cauce menos traumático. El punto crítico se sitúa por la mayoría de los analistas, en la iniciativa del Presidente José Luis Rodríguez Zapatero, que estoy seguro hubiera secundado Adolfo Suarez, cuando intentó, dar la palabra a los Parlamentos catalán y español y a los ciudadanos de Cataluña para que lo refrendasen.
Un Tribunal Constitucional abocado a decidir por el recurso de inconstitucionalidad del Partido Popular, rompió un principio fundamental de la doctrina política, revisando, con discutibles criterios juridicistas, la esencia misma de la democracia. La soberanía reside en el pueblo y no hay razones sólidas y consistentes, desde el punto de vista político, jurídico y constitucional, para convertir esta voluntad, libremente expresada, en un pleito entre partes confrontadas.
Hemos llegado al momento culminante. Ya no hay posibilidad de marcha atrás. Todos los observadores políticos o por lo menos la mayoría, coincide en reconocer que tanto el presidente Arthur Mas como sus socios han conseguido transformar unas elecciones parlamentarias, que tiene unos objetivos muy definidos de políticas económicas, educativas, sanitarias, energéticas, laborales y otras, en un plebiscito. Alguien insensatamente les ha proporcionado la munición necesaria para producir este fenómeno contradictorio y en cierto modo, aberrante para la ciencia política, como es, transformar la representación política de los electores por la voluntad plebiscitaria de los catalanes que, tienen muy claro que están votando por la independencia y no por los escaños.
Estoy seguro que el Presidente Suárez, con su capacidad y habilidad política y con la baza Tarradellas en la mano, hubiera evitado que llegásemos a una situación como la que se va a desencadenar el próximo día 27 y los venideros. A pesar de todo no pierdo el optimismo. El President Mas ha dado un plazo de 18 meses para consumar la independencia. Creo que no ha puesto todas las cartas sobre la mesa. A partir del día 28, debe hacerlo, por lealtad a la democracia y señalarnos, de forma clara y precisa, cuales son los pasos de su hoja de ruta.
Quizá sea posible y creo que no es utópico, pensar que en algún punto del camino se pueda reanudar el diálogo y reconducir la situación. Se necesitan políticos no leguleyos obstruccionistas.