Otro Prestige es posible
Cuando el Prestige navegaba de un lado para otro siguiendo órdenes contradictorias, todavía se estaban pagando las indemnizaciones por el accidente del Aegean Sea, un petrolero que acabó sus días ardiendo empotrado en las rocas de la Torre de Hércules en el año 92. En 1976 otro petrolero, el Urquiola, había chocado con una arista submarina en la bocana del puerto coruñés generando otra catástrofe ecológica, y así sucesivamente. Con una precisión escalofriante, la tragedia marítima se repite. La cuestión que nos planteamos hoy es si la sentencia que hemos conocido va ayudar, como debería, a que se eviten nuevas catástrofes. La respuesta es evidente: no.
Once años después de aquella tragedia, y tras un largo proceso judicial, la sentencia nos ha dejado aturdidos, sofocados e idignados. Es inexplicable que nadie sea penalmente responsable de un accidente que causó una marea negra de dimensiones colosales. Aquello que hemos escuchado a lo largo de tantos años de que “quien contamina, paga” ha quedado hecho añicos en unos cuantos párrafos. Viendo lo que está ocurriendo en España con los juicios por delitos ecológicos, tenemos que sacar la terrible conclusión de que aquí se contamina, pero no se paga. Y para los más escépticos recordemos el caso de la mina de Aznalcollar, causante del enorme vertido sobre el Parque de Doñana que también se saldó con la total impunidad de los responsables.
Los casos legales que siguen a estas catástrofes tienen un enorme seguimiento internacional. Basta recordar el complejo caso legal que siguió al accidente del Exxon Valdez en Alaska - que se saldó por cierto con una indemnización de más de 5.000 millones de dólares -. Las sentencias ejemplares no evitan los accidentes, pero sirven para hacer avanzar políticas preventivas y para castigar a las compañías responsables últimas del transporte de crudo. La sentencia del Prestige hace un flaco favor a la Marca España en el exterior, ya que nos muestra a nuestro sistema judicial como impotente o incompetente ante el crimen ecológico.
Es dramático que los responsables por acción, o por decisión negligente, de este crimen ecológico no sean castigados. Es un insulto a las miles de personas que se movilizaron para rescatar con sus propias manos las costas gallegas de un chapapote que las ahogaba. Si no hubiera sido por aquellas miles de personas, la costa gallega no se hubiera recuperado todavía. Su esfuerzo se merecía la recompensa moral de una sentencia justa. No la han tenido.
Ahora sólo nos queda pensar en el futuro. La realidad es que el transporte marítimo de productos petrolíferos es hoy mayor que en el año 2002, y por tanto, el riesgo sigue estando ahí. Sentencias como la que hemos sufrido no aportan absolutamente a evitar nuevas catástrofes. Al contrario, el mensaje que manda la sentencia a los que se benefician economicamente del petróleo va exactamente en el sentido contrario a la protección del bien común Mientras los ciudadanos reclamamos más seguridad, la justicia responde quitando importancia al drama. No nos engañemos, otro Prestige es posible, y esta sentencia no va a ayudar a evitarlo. La impunidad es una mala receta para prevenir el crimen.