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¿¡Qué privilegios!?

En el último artículo que escribí, llamado '¿De qué hablamos cuando hablamos de igualdad?', escribí este párrafo: “Quizás la pregunta ya no debería ser tanto '¿eres feminista?'. Para evitar respuestas fáciles y falseadas deberíamos preguntar mejor y afinar el tiro. Por ejemplo: 'Oye, Risto, ¿estás dispuesto a perder privilegios?' o 'Risto, ¿estás preparado para que el género opuesto tome el poder que tu género les ha arrebatado?' (...) si señalamos directamente al foco del problema, a los privilegios, ésos que les son completamente invisibles, veremos una enorme diferencia en sus respuestas. Obviamente, la inmensa mayoría de ellos contestará '¿privilegios? ¿qué privilegios?”.

Los comentarios, aunque suene chanante, fueron en esta línea:

“La verdad es que lamento tener que repetir algo que ya se ha dicho hasta la saciedad, pero no (...) responden a la pregunta más elemental, y aquí va la horrible machirulada : ¿¡Qué privilegios!?”.

“Vaya hoy nos levantamos en plan trollazo columnista.715 palabros, 8 veces aparece la palabra privilegios en el texto. En ningún momento explica que (sic) privilegios tengo yo comparado a ninguna mujer Española por el hecho de ser hombre”.

“El titular lanza una pregunta que no se responde en todo el artículo porque el argumento gira en torno a que los hombres deben perder unos privilegios (...) En ningún momento explica que (sic) privilegios tengo yo comparado a ninguna mujer española por el hecho de ser hombre”.

Y, bueno, un larguísimo etcétera con decenas de votos positivos. Además, con la particularidad de que los autores de estos comentarios son muy asiduos a esta columna, es decir, no son unos recién llegados que se topan con un artículo feminista. Me pregunto qué parte no entendieron de todos los escritos anteriores que trataron los privilegios.

Quizás, si escribimos un artículo ad hoc sobre privilegios, listamos algunos de ellos, le ponemos enlaces con estudios irrefutables y, además, usamos negritas, consigamos hacer entender esta vez de qué hablamos cuando hablamos de privilegios.

  • Empecemos por el efecto Jennifer-John: la publicación científica Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America (PNAS), publicó en 2012 un estudio al que se le ha conocido popularmente como “El Efecto Jennifer-John”. Se le entregaron a 127 profesores dos currículums falsos exactamente iguales, la única diferencia era que uno pertenecía a un hombre (John) y el otro a una mujer, (Jennifer). Adivinen quién ganó por goleada en la estimación en cuanto a contratabilidad, competencia y oferta de salario.

He aquí un privilegio masculino en detrimento del género femenino. (En Carne Cruda hicieron un programa especial sobre éste y otros privilegios masculinos en el ámbito científico, si les interesa el tema). Seguimos.

  • Un estudio de la publicación científica Science reveló que es a partir de los seis años cuando las niñas comienzan a relacionar brillantez con el género masculino. La directora de la investigación aseguró que “a pesar de que el estereotipo que empareja la genialidad con los hombres no coincide con la realidad, puede tener un peaje en las aspiraciones de las niñas y en sus carreras futuras”. Teniendo en cuenta cómo son evaluados después los John y las Jennifer en su vida laboral, no es difícil imaginar que los privilegios masculinos no es cosa de la infancia, sino que viven con nosotros, no mueren nunca.
  • En la universidad española las mujeres suponen un 54,3% del alumnado y un 57,6% de los titulados. Si miramos al profesorado, las mujeres ya bajan al 40% y los hombres suben al 60%. Cuanto más subimos en el escalafón, menos mujeres encontramos: una mujer cada cuatro hombres (20%-80%). Y un paso más arriba: sólo una mujer dirige una de las 50 universidades públicas (2%). Y, volviendo a tener en cuenta todo lo anterior, perdonen si nos reímos con el “es que a ellas les gustan otras cosas”.
  • Medicina androcentrista: otro privilegio masculino que, lejos ya de afectar a nuestras carreras, afecta a nuestras vidas. Por ejemplo, un estudio hecho por la Sociedad Española de Cardiología reveló que “en España, la enfermedad cardiovascular es la primera causa de muerte en mujeres, de forma similar al resto del mundo occidental: en Europa ocurre una muerte por este motivo cada 6 minutos (en Estados Unidos, en cambio, fallece una mujer por esta causa cada minuto). Pese a la contundencia de estos datos, por parte de las propias mujeres se la sigue considerando 'una enfermedad de hombres”.

La rama de la cardiología, obviamente, no es algo puntual en cuanto al resto de especialidades, éste es sólo un ejemplo de cómo nos afecta a las mujeres que sea la anatomía masculina la más investigada, en detrimento de nuevo de la femenina. Aquí tienen un artículo con otros aspectos relacionados con la salud que están invisibilizados por el machismo.

  • En el ámbito de la sexualidad, no es nada nuevo que el género masculino es el que, no sólo se salva de padecer acoso sexual, violaciones, etc., sino que es el perpetrador. A este hecho hay que añadir el privilegio que disfrutan los hombres cuando al denunciarse una agresión las culpadas son las mismas mujeres. En España basta con insultarlas en redes sociales, ponerlas en duda o preguntarle en el juicio si cerró bien las piernas. En unos países, como Sudán del Sur, son condenadas al ostracismo. En otros, como Arabia Saudí, son castigadas con latigazos o encarceladas por “adúlteras”.

No podemos olvidar tampoco que los hombres son los consumidores de prostitución mientras que las mujeres son quienes la ejercen masivamente. Está normalizado socialmente que los hombres se crean con el derecho de poseer los cuerpos de las mujeres.

  • Sobre la brecha de género, enlazamos directamente al Foro Económico Mundial. La frase que lo resume quizá sea ésta: “El mundo tardará otros 118 años (hasta 2133) en cerrar la brecha económica por completo”. En este sentido, no es deseable que los hombres cobren menos, sino que las mujeres cobren más, pero ¿cómo de reducido se vería el salario masculino si los puestos de mayores responsabilidades y, por ende, de mayor salario, comienzan a ser ocupados por mujeres? Porque no sólo cobramos menos por el mismo trabajo, sino que ocupamos peores puestos. Hagan las cuentas y verán que sí, que la brecha salarial es debida al privilegio de ser hombre. Añadan aquí el techo de cristal, otro privilegio masculino: nosotras nos damos de bruces contra dicho techo, ellos pisan sobre él.

Podríamos seguir ahondando en muchos otros campos, pero es obvio que quien no lo haya aceptado llegados a este punto, no lo hará porque esta lista sea más larga. Siempre recurrirán al decálogo de excusas que encabeza el “sí, pero no os quejáis de no pagar en las discotecas” y que clausura el “nadie habla de los 30 hombres asesinados por sus mujeres”. Y de ahí nadie los va a sacar... sencillamente porque ellos mismos no están interesados en salir.