Los principales avances sociales -prestaciones y derechos- en este país, a menudo cuestionados -para después asumirlos- por la derecha, los ha traído la izquierda. El riesgo de involución es claro. Dados los retos a los que ha tenido que enfrentarse (los rescoldos de la larga crisis de 2008, la pandemia, y el impacto de la guerra de Ucrania), este Gobierno de coalición lo ha hecho más bien que mal, como se le reconoce en Bruselas, e incluso, pese a todos, entre muchos empresarios en España.
Aunque Sánchez no ha sabido explicarlo bien. Ha hecho demasiado hincapié en lo logrado y demasiado poco en lo que queda por hacer, que es inmenso, y en la recuperación de los que se han quedado atrás. Rodríguez Zapatero explica mejor, y con más emoción, las políticas del presidente que el propio Sánchez.
La ley del divorcio la impulsó desde la centrista UCD el socialdemócrata Francisco Fernández Ordóñez (que se integró posteriormente en el PSOE). Incluso esa ley no estuvo exenta de polémicas por parte de los recalcitrantes. Los avances en la igualdad y en la protección de la mujer (a pesar del craso error técnico en la rebaja de penas en la ley del consentimiento), el matrimonio homosexual, las regulaciones del aborto dando más peso a la libertad de decisión de la mujer, los derechos de los LGTBI (con algunos excesos en la ley trans), o la recuperación de la memoria histórica han sido en un momento dado cuestionados por el PP, aguijoneado no por toda sino por la parte más retrógrada de la iglesia católica y su excesiva influencia. Vox los ha convertido en parte de su razón de ser, junto con el sempiterno “problema de España” -para calmar Cataluña, los socialistas pagaron un precio electoral fuera de esa comunidad-, la inmigración y el mundo rural.
El desarrollo del Estado de bienestar con las universalizaciones de la sanidad pública, la educación gratuita, las pensiones se le debe, en este país a la socialdemocracia Y eso que mientras el Estado de bienestar subía en España, en el resto de las economías europeas avanzadas, guiadas por la fiebre neoliberal, bajaba. No llegamos a encontrarnos. El Estado de bienestar necesita repensarse a la luz de las nuevas sociedades, las nuevas necesidades, las nuevas oportunidades y posibilidades, incluidas la nueva globalización y la revolución tecnológica en curso. Pero en todo Occidente, también en España, se ha abierto camino desde la derecha el discurso contra lo público y contra los impuestos que han de sostenerlo, aunque no contra las subvenciones a las empresas.
Desde 1980, en política económica y social se había impuesto el neoliberalismo, incluso entre una parte de la socialdemocracia. El neoliberalismo ha muerto con el auge de China que ha propiciado, más que con el auge de la desigualdad que ha generado en el seno de las sociedades, remplazado ahora por lo que Rodrik llama el productivismo, el nuevo subvencionismo a la industria, que no el cambio en el objetivo friedmaniano de las empresas de maximizar sus beneficios (en provecho de sus accionistas, sí, pero también, o sobre todo, de sus gestores).
La socialdemocracia dominaba el discurso cultural e ideológico. Ya no. En buena parte de Europa, la nueva extrema derecha se ha abierto paso en unas guerras culturales esenciales. Son varias y se venían fraguando desde hace tiempo. El centro derecha se ha visto contaminado por ellas y la pesca de votos en un mismo caladero y un mismo corazón. Vox sabe muy bien lo que hace al pedir, nada inocentemente, responsabilidades culturales en las instituciones en las que van entrando -ayuntamientos, comunidades-, con la vista puesta en el Ministerio de Cultura (antes denostado) si entra en el Gobierno. Más allá de estas elecciones, la socialdemocracia, debe reflexionar y proponer cómo afrontar los nuevos desafíos, incluida la brecha urbana/rural y la revolución tecnológica. Si no lo hace, se verá desbordada por la derecha y por su izquierda. Se está viendo en Francia o en Alemania. Se ha visto con Trump en EE UU.
En el terreno económico, las derechas se limitan a atacar al “sanchismo” (antes era el “felipismo”, después el “zapaterismo”, como si la izquierda no tuviera derecho a gobernar tras ganar elecciones) y al gobierno de coalición, ignorando, adrede, el calado de las crisis por las que hemos pasado, en las que no aportaron ningún apoyo. La recuperación económica va bien, pero muchos ciudadanos no viven en sus carnes el PIB, sino la dura realidad del día a día. En plena crisis, el gobierno de Rajoy recortó la inversión en educación y en investigación (es decir, la inversión en futuro, que se ha recuperado) y menos en obra pública, al contrario de las economías serias europeas, y de lo que ha hecho la coalición.
Se dirá que con José María Aznar se vivió un gran boom económico. A un precio enorme. Impulsando una gran burbuja inmobiliaria y (con el Banco de España no actuando) una gran burbuja financiera. El primer Gobierno de Rodríguez Zapatero intentó deshincharla demasiado lentamente y le pilló la crisis de septiembre de 2008, y esas burbujas reventaron de forma incontrolada. Fallo de Estado, lo llamamos, y fin de la fiesta. Sí, Aznar/Rato nos metieron en el euro (¡menos mal!), como todos los demás que quisieron entrar, aunque Grecia tuvo que esperar un año más. Para ello tuvo que privatizar (proceso empezado por Felipe González) algunas empresas públicas, pero, como bien contó el añorado Jesús Mota en Aves de rappiña, con un ejercicio de ingeniería para que la derecha se quedara con su control. Muchos de los presidentes de las empresas públicas siguieron cuando se privatizaron, algo que nunca hizo Margaret Thatcher. Y no hablemos, con Irak, de una política exterior hecha contra el sentir de gran parte de la ciudadanía y los intereses de España. Ni del medio ambiente.
La reforma laboral de la coalición ha permitido, como en tantos países europeos (el modelo de origen es alemán) los ERTES que tantas situaciones han salvado durante la pandemia, y la mayor creación de empleo en la recuperación. El PP, que votó en su contra, acepta ahora no cambiarla en lo sustancial porque se lo ha pedido la CEOE, porque ha funcionado. Se dijo que la subida del SMI (Salario Mínimo Interprofesional) traería el apocalipsis económico. Ha sido lo contrario. El debate sobre los excesivos márgenes de beneficios de las empresas está lanzado (ya desde tiempos de Rodríguez Zapatero). Y el PP vuelve a prometer bajar los impuestos, como Rajoy, que acabó subiéndolos.
De lo que no hay duda es de que España necesita transformarse, en todos los sentidos, pero no para retroceder. Recuperar el discurso es esencial para ganar las guerras culturales que rigen el combate político en la era de la posverdad. Las derechas han aprendido de Trump: miente que no importa. Sí importa. Al menos mientras no llegue ese estallido de manipulación que va a suponer en las campañas hiperpersonalizadas la simbiosis de las redes sociales con la inteligencia artificial generativa, con posibilidades sumamente preocupantes. Lo veremos primero en EE UU. Las campañas se han convertido en batallas en unas guerras culturales que, pase lo que pase el 23J, irán a más en España dificultando cualquier entendimiento entre entre los votantes y entre los dos partidos grandes.