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Prostitución, aborto y la razón neoliberal

Beatriz Gimeno

Candidata de Podemos a la Asamblea de Madrid —

Es normal que Ciudadanos y Esperanza Aguirre se muestren partidarios de la regulación de la prostitución. Angela Merkel también lo es y contribuyó a la regulación de la misma en Alemania. Es normal, hablamos de una gran industria, la segunda mayor industria del mundo, mueve millones de euros y es un gran lobby con una enorme capacidad de presión social y política. Un lobby que paga a medios de comunicación y a expertos de todo tipo para conseguir una opinión pública favorable a sus intereses. Un lobby empresarial que, al igual que cualquier otro gran lobby, trabaja no para dotar de derechos a las personas más vulnerables, sino para aumentar sus propios beneficios.

En los próximos años, quizá meses, vamos a ver cómo la derecha se preocupa cada vez más de la prostitución. Su propuesta será regularla y su excusa serán los derechos de las prostitutas. El Partido Popular ya la ha incluido en el PIB y próximamente vamos a escuchar hablar mucho de estos derechos, como hace ya Albert Rivera. No sé si engañarán a nadie, quizá sí, pero es llamativo que el mismo partido que se opone a que los inmigrantes irregulares tengan derecho a la sanidad quiera ahora dotar de derechos a las prostitutas, la inmensa mayoría migrantes, muchas irregulares. No hace falta explicar que decir “derechos” y “Esperanza Aguirre” en la misma frase hace que ésta explote, es una contradicción en sus términos.

Vamos a abandonar de una vez la idea, prejuiciosa e interesada, de que las personas que nos oponemos a la regulación de la prostitución lo hacemos por una especie de moralina conservadora. Los liberales conservadores, minoritarios ahora, tienen sus propias razones para oponerse a la prostitución, pero más bien a quién se oponen es a las prostitutas (a las mujeres) y al sexo. Los moralistas religiosos conservadores asocian el sexo a algún tipo de mal y culpan a las mujeres, prostitutas o no, del comportamiento de los hombres.

Cuando las políticas sobre la prostitución las dictan los conservadores, son las prostitutas las que son perseguidas, como si ellas fueran las culpables de dedicarse a una ocupación creada, mantenida y promocionada durante siglos por el sistema patriarcal, que se ocupa, además, de crear las condiciones materiales necesarias para que millones de mujeres vean en ella su mejor opción.

Para saber lo que piensan estos moralistas de la prostitución basta con ver lo que ha opinado la Iglesia católica, todas las iglesias, desde siempre: la prostitución es necesaria, dijo San Agustín, pero ellas son escoria; y de ahí no se han movido. En la Edad Media las parroquias eran propietarias de muchos burdeles. No se habrá escuchado a un jerarca de la iglesia opinar mal de la prostitución, si de las prostitutas. En todo caso, esta opinión era la propia del capitalismo y precapitalismo patriarcal que ha sido sustituido por la globalización neoliberal y por otro tipo de prostitución.

La batalla de ideas es muy importante para el neoliberalismo. Se trata de invadir hasta el último reducto de las mentes con la idea de que el mercado es un buen regulador social y que, cuanto más libre es el mercado, mayor bienestar social. Se trata de que asumamos que todo es mercantilizable y que la justicia la determina la ley de la oferta y la demanda; que cualquiera puede ser un emprendedor y que la libertad consiste en poner precio a todo aquello por lo que alguien esté dispuesto a pagar: los óvulos, la sangre, los cuerpos, los úteros, los órganos, los niños y niñas (si se venden antes de ser concebidos)...

El apoyo a la industria de la prostitución, a la de los vientres de alquiler o a la de la privatización de la sangre entra dentro de lo que Esperanza Aguirre y Albert Rivera consideran el debate de las ideas. La de la prostitución es una batalla central para el neoliberalismo por varias razones. Por una parte porque es una industria global que a saber cuántas campañas electorales no estará financiando en todo el mundo y porque está conectada con poderosas industrias de todo tipo. En ese sentido estamos hablando de una empresa tan poderosa social y políticamente como Bayer, por poner un ejemplo. Pero con una ventaja añadida y es que además de producir dinero produce, con su sola existencia, ideología patriarcal y no olvidemos que el neoliberalismo tiene su propia política sexual; prefiere la desigualdad a la igualdad de género. La desigualdad de género es funcional al neoliberalismo por razones conocidas (Rosa Cobo lo explica muy bien aquí) y porque, como dice Marcela Lagarde cuando el género se mueve, todo se mueve. El feminismo ha conseguido mover algunas de las certezas sociales respecto al género y obviamente vivimos ahora una fuerte reacción patriarcal.

No es porque las feministas seamos puritanas ni porque se trate de sexo por lo que estamos contra la prostitución. De hecho, la prostitución no tiene nada que ver con las relaciones sexuales ya que una relación sexual necesita de dos o más personas y aquí sólo hay una parte, el hombre, teniendo sexo, mientras que la mujer está, en el mejor de los casos, esperando que él acabe y en el peor, sufriendo.

Tampoco es una cuestión exclusivamente individual, como los neoliberales lo plantean. Hablamos de una institución y, por tanto, es una cuestión también social. Se trata de desigualdad de género, se trata de desigualdad económica y se trata de ideología patriarcal. Se trata de una ideología que asume como natural unas supuestas “necesidades” sexuales masculinas y un supuesto “derecho” a saciarlas a costa de lo que sea, y que da por hecho que tiene que existir un contingente de mujeres a disposición de esas supuestas necesidades masculinas y de esos supuestos derechos. Este contingente se asegura creando las condiciones materiales de desigualdad y las condiciones culturales para que muchas mujeres tengan en la prostitución su mejor o única opción.

Con el neoliberalismo global, la prostitución cambia y su demanda aumenta (a pesar de las libertades sexuales de hombres y mujeres). Ha pasado de ser una salida personal para mujeres empobrecidas a ser una inmensa industria que necesita, como toda industria, aumentar constantemente la demanda. De ahí la necesidad de la trata. La demanda aumenta incentivada por una industria y por un lobby que es capaz de producir cambios en las mentalidades sociales y en los hábitos de consumo. Un lobby que trabaja con los medios de comunicación, con supuestos expertos, en las instituciones internacionales, en la publicidad, el cine…Tanto aumenta la demanda que a pesar de las condiciones de pobreza y explotación a las que viven sometidas millones de mujeres, no hay oferta suficiente; por eso, para mantener esta industria viva y asegurar el aumento sin fin de la demanda, es necesaria la trata.

La prostitución es, de todas las instituciones patriarcales, la que mejor normativiza las diferencias entre hombres y mujeres, las marca a fuego. La prostitución sitúa a los hombres a un lado y a las mujeres al otro de manera no intercambiable; y tiene consecuencias ideológicas, pedagógicas, culturales, éticas, y también económicas. Si la prostitución aparece como una solución aceptable para la pobreza femenina, para qué buscar otras, para qué formar a las mujeres, para qué educar a los hombres en la igualdad si la igualdad es incompatible con el uso de la prostitución.

La prostitución enseña desigualdad; disciplina a los hombres en un modelo de relación desigual, lo normaliza y naturaliza aun más. No importa la igualdad que alcancemos en otros ámbitos, siempre quedará ese espacio para que aquellos hombres para quienes experimentar subjetivamente la superioridad sobre las mujeres es un factor importante en la construcción de su personalidad, puedan hacerlo; para que puedan experimentar, sentir, gozar, aprender y reafirmarse en la desigualdad. Y eso no tiene nada que ver con que las mujeres que se dedican a la prostitución tengan sus derechos humanos y de ciudadanía intactos. Para ellas respeto, apoyo, solidaridad, justicia y ayuda si la necesitan. La batalla es contra la institución, contra los empresarios, contra los puteros y contra la ideología prostitucional.

Obviamente, los mismos que apoyan la institución de la prostitución son los que se oponen al derecho al aborto. Porque el derecho al aborto sí es un derecho personal y social que contribuye a mover el tablero del género, ya que otorga a las mujeres la plena libertad reproductiva, algo que no ha ocurrido nunca antes en la historia. Convierte a las mujeres en dueñas plenas de sus procesos reproductivos, de sus cuerpos y de sus proyectos vitales, mientras que la institución de la prostitución (aun cuando supusiera ventajas personales para alguna de las mujeres que se dedican a ella) cimenta la desigualdad material y simbólica de todas las mujeres. El aborto hace a las mujeres dueñas de sus cuerpos, mientras que la prostitución los pone al servicio de una determinada ideología y de una industria.

Por eso, en las próximas décadas vamos a ver como la prostitución es firmemente apoyada desde los sectores puramente neoliberales, que lo van a hacer, además, en nombre de los derechos de las mujeres, mientras que, al mismo tiempo, el derecho al aborto o la lucha contra la violencia machista serán fuertemente contestados desde esos mismos sectores. Es la política sexual del neoliberalismo globalizado: mercantilización de los cuerpos de las mujeres y de sus procesos reproductivos bajo la etiqueta de libertad y libre contratación, combinado todo ello con ataques ideológicos y materiales al derecho al aborto. Frente a ello no cabe sino más feminismo.