El próximo bulo puede ser el tuyo

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Me estoy pensando mucho si escribo o no este artículo, y te confesaré por qué: por miedo. Miedo a ser señalado. Miedo a que hablen de mí. Miedo a la mentira y el insulto. Miedo a que me caiga encima una tormenta de mierda. Miedo al acoso, en redes y no solo en redes. Miedo por mi familia. Tanto, que me lo estoy pensando, y no sé si acabaré publicándolo.

¿Pero qué dices, Isaac, a qué viene tanto miedo? ¿Es que vas a contar un secreto del rey? ¿Te vas a meter con Mahoma? ¿Con el intocable Corte Inglés? ¡Que vivimos en democracia, se puede escribir de cualquier cosa sin miedo a las consecuencias!

Mientras me pienso si escribo o no este artículo, te contaré una historia: hace un par de años, alguien hizo circular un bulo sobre mí. No daré detalles para no hacerle el juego, solo te digo que era un bulo sin pies ni cabeza, de brocha gorda, fácil de comprobar y fácil de desmentir. Pero un bulo es un bulo, y no necesita la mínima verosimilitud para echar a correr. Me encontré la bola rodando por Twitter. En seguida empecé a recibir decenas de llamadas y mensajes insultantes en mi teléfono privado, pues mi número se había difundido. En un canal de Telegram animaban a hacerme una visita sorpresa en mi casa. Yo estaba de viaje esos días, y tuve que advertir a mis hijas que no abriesen la puerta a nadie y mantuviesen las ventanas cerradas.

Me estoy acordando de aquello y creo que no voy a seguir escribiendo. Solo te cuento que mi tormenta de mierda amainó en un par de días: en cuanto el autor lanzó un nuevo bulo y señaló otro objetivo a sus seguidores. Además, yo era un mindundi, una pieza de caza menor, un insignificante novelista que escribe en un periódico. Ni me imagino lo que soportan quienes están en primera línea. La intranquilidad me duró todavía un tiempo, de vez en cuando reaparecía el bulo, hasta olvidarse del todo. Consulté con un abogado que conocía bien la forma de actuar del responsable del bulo, me informó de las posibilidades de una denuncia, pero no lo vi claro, lo dejé pasar. Pleitos tengas, eso dicen. Supongo que hice mal, pero mi prioridad era no agitar más un asunto que inquietaba mucho a mi familia. Si tienes hijos pequeños, me entiendes. El mismo temor que ahora me hace dudar si continuar este artículo.

Aquel bulo lo lanzó un tipo del que yo no sabía casi nada, apenas había oído su nombre. Entonces tenía cien mil seguidores en su canal de Telegram, hoy suma más de medio millón. Desde entonces, me asomo de vez en cuando a su canal. Allí he visto correr cientos de bulos, tan inverosímiles como el mío, mucho más graves que el mío, y que afectaban sobre todo a políticos y periodistas. En su mayoría políticos y periodistas de izquierda, sobra decirlo. Pero también a cualquiera que se signifique políticamente. De un conocido creador cultural difundió el nombre del colegio de sus hijos. De otros amenazó con publicar las direcciones de sus casas para que se las ocupasen. Así todo.

En su canal comparte también fotos de políticos y periodistas (de izquierda, claro). Fotos de su vida privada: de viaje, de compras, en un restaurante o un hotel; fotos hechas a escondidas por cualquiera de su medio millón de seguidores, fotos que no muestran nada delictivo y cuyo único objetivo es que los fotografiados se sepan observados en todas partes y a todas horas. También lanza supuestas revelaciones sobre corrupción, filtraciones de dudoso origen, fotografías e identidades de ciudadanos supuestamente implicados en delitos, amenazas a jueces y funcionarios, y por supuesto a políticos y periodistas. De izquierda normalmente. Todo ello mezclado con noticias falsas, teorías de la conspiración, refritos informativos cocinados para que siempre sepan a lo mismo: a odio. Y mucha xenofobia, que es otra marca de la casa.

El fabricante y difusor de toda esa basura (al que no voy a nombrar, no por miedo sino para no darle más cancha, como erróneamente hace el PSOE estos días) acaba de sacar 800.000 votos en las elecciones europeas. Tres escaños en Bruselas. El suyo le garantizará aforamiento para dilatar y entorpecer las muchas causas judiciales que le persiguen, y tener así barra libre de bulos, amenazas, tormentas de mierda, señalamientos, linchamientos digitales. La estrategia está clara: no va tanto de intoxicar y desinformar, como de meter miedo. Matonismo. Atemorizar a políticos y periodistas (de izquierda mayormente), y a cualquier ciudadano que se signifique. Tú, por ejemplo. Que sepas que puedes ser el siguiente. El próximo bulo puede ser el tuyo. El matón quiere que te lo pienses bien antes de implicarte. Que te lo pienses bien antes de presentarte a unas elecciones. Que me lo piense yo bien antes de escribir este artículo.