Como sigan estirando la cuerda (y ayer en el Eurogrupo otro tironcito para nada), cualquier día nos llega una convocatoria para detener un desahucio pero no en el barrio, sino frente al portal de Grecia. Antes de que los dejen en la calle por no pagar.
Ya sé que no es comparable, pues un país no es una familia (por suerte para Grecia, que tiene con qué negociar). Pero la relación del país con sus acreedores se parece cada vez más a la de tantas familias que han acabado desahuciadas en nuestras ciudades. Oyendo estos días a los responsables del FMI, el Eurogrupo o e BCE, parece que estuviéramos oyendo al departamento de impagados de cualquier banco: Grecia debe “cumplir sus obligaciones”, pues de lo contrario “tendríamos una situación seria”, dijo ayer Dijsselbloem, que remató: “No quiero especular sobre qué pasará en caso de impago”. No me digan que no suena a cobrador que te llama a casa de noche.
En efecto, Grecia entró en el euro como quien pide una hipoteca. Tuvo unos años buenos, de vivir sin mucho agobio (con pésimos gobernantes, de acuerdo), hasta que llegó la crisis. Entonces se dio cuenta de que no llegaba a fin de mes, y que le costaba cada vez más afrontar los gastos comunes, y no digamos “cumplir con sus obligaciones”. De modo que hizo lo que tantas familias: fue a la sucursal y solicitó refinanciar la hipoteca, para pasar el mal momento. Pidió el rescate a quienes creía que eran como de la familia (Europa), y que acabaron portándose como el peor prestamista.
Como tampoco así le llegaba para pagar la letra, Grecia fue a la oficina y suplicó al director (el mismo que hasta pocos años antes le regalaba sonriente calendarios y bolígrafos) reestructurar el préstamo. Así hicieron en 2012, pero como pasa a las familias, tampoco así mejoró, todo lo contrario: cada vez más ahogados, mientras la deuda no dejaba de crecer a golpe de intereses de usura.
Tras años de agobio, Grecia ha llegado a una situación límite, y se ha plantado: o mejoran las condiciones con una reestructuración de verdad, o dejará de pagar letras. Y una vez más, como pasa en tantas familias, hasta llegar al momento dramático de dejar de “cumplir sus obligaciones” con los prestamistas, antes se ha quitado de todo: durísimos recortes, contrarreformas, y hasta pasar hambre.
Grecia tiene sobre la mesa una letra aplazada de 1.600 millones, que vence en diez días. Y aunque consiguiera pagársela al FMI, en seguida le llegaría otro pago que tampoco podrá afrontar. Y así lleva años, con el agua al cuello, pasando penurias para acabar cumpliendo con el cobrador del frac.
De ahí que Grecia se haya plantado con la llegada de un nuevo gobierno. Un gobierno que, recordemos, ganó las elecciones prometiendo precisamente eso: que no pagaría si no revisaban la deuda y mejoraban las condiciones. Y que no pagaría a costa de pasar mas hambre, ni tampoco de echar mano a la pensión del abuelo, como le piden ahora los prestamistas.
Cada noche el cobrador llama a casa de los griegos para meter miedo: “como no paguéis, os echamos. Grexit. Y a ver dónde vais a ir, sin techo europeo y convertidos en morosos de lista negra, nadie os prestará dinero.
“Grecia no quiere pagar lo que le piden, y no por capricho. Porque no puede, pero además porque no quiere: porque un comité de expertos ha analizado a fondo la deuda y le ha dicho lo que ya sabíamos: que es una deuda ilegítima, odiosa e ilegal. Que, volviendo al ejemplo de las familias desahuciadas, también a Grecia la han estafado. Repetidas veces. Cláusulas abusivas en los memorandos de rescate, ”intereses extremadamente elevados“ (usura, vaya), e ilegalidades varias del FMI y la Troika. Basta el dato de que el 90% de lo prestado ha ido a pagar a los acreedores, y menos del 10% a gasto público. Decían que rescatábamos a Grecia, y en realidad rescatábamos a los bancos acreedores.
Lean las conclusiones del comité que ha auditado una deuda que “no respeta mis derechos humanos y no debe ser pagada”. Léanlas, y así se cargan de razones para ir al portal de Grecia si los prestamistas intentan desahuciarla.