Aún Venezuela sigue viviendo los días declarados de duelo. El pueblo sigue haciendo largas colas para ver fugazmente el cuerpo de Chávez. Las mayorías desean despedirse de él para agradecerle todo lo que ha hecho por ellos. El funeral de Estado no será el último día que se permita seguir velando al presidente comandante Hugo Chávez; en voz del propio Ejecutivo, habrá una ampliación a –por lo menos– siete días para que el pueblo siga acercándose para hacerle, de frente, su último saludo. Luego, será embalsamado en el Museo de la Revolución para que quede ahí para siempre. Serán días duros, de más llanto, de más lagrimas, de mucha emotividad, de épica, de recuerdos, y de tomar aire político para lo que se podría venir en los próximos días.
El próximo martes acabará el duelo, y se da el pistoletazo de salida para resolver institucional y constitucionalmente esta situación de falta absoluta del presidente reelecto. Cada fuerza política, representante de dos modelos antagónicos, se pondrán en marcha para afrontar esta situación después de la muerte del presidente más importante de la historia de Venezuela. La oposición desea hablar de “transición” procurando crear en el imaginario que se pasará de un estadio a otro, del chavismo a otro estadio donde no podría ser posible el chavismo sin Chávez.
En esa misma línea, Estados Unidos, en palabras de Obama en el momento de sus condolencias, ya manifestó que “en Venezuela se inicia un nuevo capítulo en su historia, Estados Unidos sigue comprometido con políticas que promuevan los principios democráticos, el Estado de Derecho y el respeto de los derechos humanos”. De esta forma, traduciendo, Obama fija el objetivo: comienza una nueva etapa política posChávez. Los medios hegemónicos, nacionales e internacionales, también dedican espacios a las dudas, a las especulaciones y a fomentar rumores que vayan conformando la “tormenta perfecta” en aras de una profecía autocumplida.
No obstante, estos anhelos, tanto internos como externos, se quedan en esto, en deseos de cambio sin contar con la voluntad popular. El pueblo, no hace mucho, el 7 de octubre, quiso que Chávez ganara por goleada, con un apoyo del 55,14%, con diez puntos de diferencia del candidato opositor, Capriles. A mitad de diciembre del año pasado, el electorado volvió a mostrar su predilección por el proyecto chavista: 20 de 23 gobernaciones fueron ganadas. Estos datos son votos a favor de Chávez como proyecto político, del chavismo como nueva identidad política, de una manera diferente de hacer política a favor de las mayorías. Y serán las mayorías quien vuelvan a decidir qué pasará en Venezuela en este nuevo momento donde la Carta Magna, en su artículo 233, fija nítidamente que ahora es momento de elecciones.
No habrá transición, ni capítulo nuevo, porque en Venezuela, Chávez ha ganado cuatro elecciones presidenciales, con referendo revocatorio de por medio, con nueva Constitución ampliamente aprobada, y además, con dos reformas constitucionales sometidas a referendo, en las que en una de ella, ganó el No. Es por ello, que el chavismo volverá a preguntarle al pueblo qué desea en este momento tal como así lo pidió el mismo Chávez a la hora de su partida a La Habana cuando se fue a operarse por cuarta vez: “Si algo ocurriera, que a mí me inhabilite, para continuar al frente de la presidencia (…), mi opinión firme y plena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario, que obligaría a convocar elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente”.
Es la última petición de Chávez, un nuevo alegato a la democracia, y así será, habrá elecciones en breve. ¿Cuándo? Esa es la gran incógnita. La presidenta del Tribunal Supremo de Justicia ya se pronunció ayer ratificando la convocatoria en los próximos 30 días. He aquí donde comienza la primera batalla jurídica: la oposición se aferrará al párrafo segundo del citado articulo 233, que dice “Se procederá a una nueva elección, universal, directa y secreta, dentro de los 30 días consecutivos siguientes”.
Esto es cierto. Pero tan cierto como que el propio poder electoral dicta tiempos para todas las etapas de unas elecciones que requerirían más de este tiempo límite. No es fácil conciliar todo el respeto por el proceso electoral, así como con la logística necesaria, con el mandato constitucional. Sin embargo, bajo el escenario actual, las elecciones cuanto antes beneficiarían mucho más al proyecto chavista que a la posición, a quien le coge a pie cambiado y aún bajo la resaca de dos pérdidas electorales consecutivas.
El momento actual es de máxima emotividad, de máximo apogeo, de fuerte apoyo popular al chavismo en este homenaje a Chávez. A pesar del posible coste político y electoral de la devaluación, este efecto queda ciertamente eclipsado por una lógica del voto donde es tan importante la estabilidad macroeconómica como los sentimientos de apego a este líder de masas. Ahora también queda atrás la oposición económica que fue el vehículo elegido por la derecha después de verse incapaz de disputar desde la ortodoxa trinchera partidaria.
En los últimos meses, la oposición optó por el flanco económico: el índice de escasez (20%, en enero), la inflación (con repunte también en ese mismo mes) y la oferta limitada de dólares. Aunque cierto es que las cifras macroeconómicas no pasan por el mejor momento, los logros sociales compensan sobremanera este malestar: la pobreza se redujo del 50% al 27,8% (según CEPAL), la desigualdad pasó de 0,49 a 0,39, la FAO afirmó que Venezuela tiene garantizada la seguridad alimentaria, la Unesco le declaró como país libre de analfabetismo, y en vivienda, el año pasado se entregaron 200.000 viviendas para los más necesitados.
Todo esto explica que el último barómetro (de GIS XXI) aseverara que el 70% de la población apoyaba la gestión de Chávez durante el último año (como buena o muy buena), mientras que la oposición presentó una valoración negativa (el 41% consideró que la gestión opositora era mala o muy mala). Otro barómetro, Hinterlaces, ya hizo la primera encuesta en intención de votos para una hipotética elección: Maduro obtendría el 50% de los votos, Capriles, el 36%. Es importante resaltar que este último dato es previo a este momento donde el chavismo vuelve a apropiarse de la agenda política y mediática, y que así puede suceder en los próximos días, incluso semanas.
La oposición es plenamente consciente de esto, y no será fácil para ellos –representados en la actualidad por la Mesa de Unidad Democrática– enfrentar esta nueva batalla electoral en una fecha tan cercana a este momento histórico. La estrategia opositora será no “golpear al mito Chávez” y dedicar todos sus esfuerzos a cuestionar la sucesión, introduciendo bulos acerca de la división entre las filas chavistas, preconizando disputas en el seno de las Fuerzas Armadas y retomando la arista económica como eje para el desgaste.
Su otro reto, sin duda, es volver al llamado de cerrar filas en torno a una pretendida unidad que quedó en entredicho después de la derrota de octubre. De hecho, ya han dado algunos pasos para ello, fundamentalmente dejando que sea Carriles quien leyera el comunicado de condolencias con un perfil bajo, de respeto y sin el tono agresivo de los últimos días.
En el otro lado, el chavismo la tiene clara: Maduro es el candidato, todos lo saben porque así lo dijo Chávez en su última presencia pública. En estos momentos, buscar fisuras es no entender de política; el chavismo, más que nunca, está unido en todas sus líneas, en lo cívico, en lo militar, y también en su Ejecutivo y Legislativo. Las disputas internas, si vinieran, serán para más adelante. Ahora todos tienen claro que la batalla es volver a ganar la legitimidad en las urnas para seguir gobernando con un proyecto político socialista, revolucionario y boliviariano, esto es, el chavismo.