Siguiendo la doctrina gayfriendly de marear la perdiz del Papa Francisco, que ordena no botar a tu hijo de casa si es maricón pero llevarlo al psiquiatra apenas veas algo rarito, el Obispado de Alcalá ha hecho suya las teorías de un puñado de pseudociencias vomitadas por los charlatanes antigénero. Violando el artículo 70 de la ley contra la LGTBfobia de la Comunidad de Madrid, imparte, según este diario, terapias para gente que padece algo llamado PMS o AMS (proyección o atracción hacia el mismo sexo), el eufemismo que han encontrado para no llamar homosexualidad o lesbianismo a lo que es homosexualidad o lesbianismo.
En las decenas de cartas recibidas por este periódico, en las que hombres y mujeres aseguran haberse convertido en personas plenas gracias a los exorcismos homofóbicos de la Iglesia Católica, se afirma que podemos desarrollar en algún momento de nuestra vida una PMS, que es, según los involucrados, como decir alcoholismo o drogadición, un padecimiento, trastorno, mal, dolencia, una dependencia.
En la era del Papa argentino los gays no somos condenados, somos salvados. Las lesbianas no somos quemadas en la hoguera, somos rehabilitadas. Les trans no se van al infierno, huyen de él. Porque el infierno definitivo, afirman, es no ser heterosexual. Estos especialistas del Obispado de Alcalá se encargan de enderezar esa “desorientación” (ojito al juego de palabras), para acabar con nuestros sufrimientos. Los hombres “maduran” al reencontrarse con su masculinidad verdadera y claman que son varones y están recuperados.
Una de las causas de la AMS, por ejemplo, es haber sufrido abuso sexual en la infancia o juventud. Es decir, el cura te la causa y el cura te la quita. Los pederastas de la institución eclesiástica generan el ciclo de violencia, lo empiezan y lo terminan. ¿Quién mejor que un cura gay célibe para enseñar abstinencia, represión, celibato y vuelta al armario? Solo ellos pueden tener el cinismo de defender que reprimir impulsos, deseos y afectos es algo que puede enseñarse, es algo que cura, que sana o que te hace mejor persona.
La Iglesia es desde tiempos inmemoriales una compleja maquinaria de depredación y maltrato físico, sexual y psicológico. Saben cuándo atacar, lo hacen en los momentos de mayor vulnerabilidad, en la infancia y en las crisis adultas, durante las malas rachas emocionales de sus fieles, que es cuando les extienden la mano y prometen el cielo de la tranquilidad de consciencia: les dicen que si cambian serán aceptados por sus familias, en lugar de apoyarlos en la lucha para que su familia cambie y los abrace; les dicen que si dejan de sentir atracción por el mismo sexo podrán casarse y tener hijos, en lugar de decirles la verdad: que pueden casarse y tener hijos siendo lesbianas y gays; les dicen que sus vidas dejarán de ser miserables automáticamente si dejan atrás eso que son, cuando la vida puede ser igual de miserable seas como seas.
Otra de las causas de una PMS o una AMS, aseguran, es haber tenido un padre autoritario con el que no podías identificarte y tuviste que buscar calor y protección en tu mimosa madre. La conclusión desconcertante es que no debes luchar contra esa paternidad patriarcal y autoritaria sino culpar a tu madre por haberte hecho mariquita. En su ideario, no hay que luchar contra una sociedad que te señala si eres un hombre que siente y actúa de una manera determinada: lo que te proponen es luchar contra ti mismo.
Así pues, las heridas de desamor son las que te vuelven gay y lesbiana: no es que hayas sufrido desamor del mundo, de la sociedad, de tu familia o de tu propia iglesia, precisamente por ser gay y porque vivimos en un sistema heteronormado que nos oprime más a quienes tenemos una orientación o una identidad distinta a la hegemónica. No, es que el desamor, una herida primigenia, un dolor, el abandono, el abuso en la infancia, te han vuelto gay y por ser gay tu vida ha sido hasta ahora un vía crucis de masturbación, sexo gay al paso y pornografía (sic), lo que resumen como infelicidad. Listo, invertimos el sentido común y ya lo tenemos. Y ahora claman por libertad y por su derecho a no ser perseguidos por “no querer ser gays”, en un nuevo y perverso giro victimista.
Da igual que estemos en el siglo XXI, los métodos de un sector de la Iglesia Católica siguen siendo del siglo XV. Las terapias reparativas son hace mucho tiempo consideradas fallidas por cualquier ciencia mínimanente seria, castran voluntades, cercenan partes fundamentales de las personas y pretenden disimular una realidad diversa que finalmente termina por desbordarse o estallar, con consecuencias mortales. La Iglesia ofrece terapia para que las personas dejen de ser gays, es decir, para que se alejen de esa masculinidad que ellos consideran equivocada y apuntalen la dominante, la patriarcal. Lo que no ofrecen, claro, son terapias para que los hombres sean menos machistas, para que dejen de acosar, violar, pegar y matar, ni para los abusadores que habitan su propio seno. A ver cuándo predican con el ejemplo.