Puede que la historia se repita, pero nunca se repite tan rápida y absurdamente como en la familia socialdemócrata europea. Los socialistas españoles se han deshecho de Pedro Sánchez para permitir que Mariano Rajoy forme gobierno, como si pretendieran repetir el mutis por el foro de sus homólogos griegos, el otrora formidable PASOK.
En año 2011, después de haber apoyado el funesto 'programa' de la Troika para Grecia, el PASOK se libró de su líder, Yorgos Papandréu, para facilitar la formación de un Gobierno esencialmente conservador. Presionados por la oligarquía griega, los socialistas olvidaron que habían sido enemigos jurados de los conservadores y se convirtieron en desacreditados cómplices: el rabo que un gobierno impopular y reaccionario sacudía con regocijo. Seis meses después, tras las elecciones de junio del 2012, los socialistas habían perdido la franja del 35-45% del voto que tenían desde 1981 y habían pasado a un deprimente 5%.
Los recientes esfuerzos del PSOE son algo más que un déjà vu. Como en la Grecia del año 2011, cuando el dimitido Papandréu acusó a la oligarquía de haber provocado su caída, Pedro Sánchez denuncia presiones de círculos empresariales, grupos financieros y personas como el expresidente de Telefónica, César Alierta.
En el caso de Papandréu, los oligarcas decidieron que estaba gastado y que ya no podía imponer en el Parlamento las facturas que la Troika enviaba a Atenas; unas facturas que tenían que cobrar, porque eran prerrequisito de los distintos préstamos que la oligarquía griega necesitaba para posponer y disimular su bancarrota. En el caso de Sánchez, la oligarquía española llegó a la conclusión de que, si quería seguir disfrutando de la política de dinero fácil del BCE, de la tolerancia normativa con los problemáticos bancos españoles y del constante trasvase de rentas de los ciudadanos más pobres a sus bolsillos, Rajoy era la mejor apuesta. Y, por si eso fuera poco, Sánchez amenazaba con un Gobierno de coalición de la izquierda, al estilo de Portugal.
Otra de las similitudes entre el suicidio de los socialistas españoles y griegos es el argumento de que, como políticos “responsables”, tienen el deber patriótico de hacer lo que sea necesario para impedir gobiernos interinos. El PSOE del año 2016 afirma lo mismo que el PASOK del 2011: que su país no se puede permitir el lujo de otras elecciones y de más retrasos en la formación de un Gobierno “adecuado” que pueda tomar decisiones clave en lo que se refiere al presupuesto y a las “reformas” inspiradas por la Troika (aunque se trate de un Gobierno que los ciudadanos no votaron). ¿En serio?
Desde que empezó la crisis, la recesión griega sólo ha aflojado cuando había gobiernos demasiado débiles o —como sucedió con el primer Gobierno de Syriza, del que formé parte— nada dispuestos a obedecer las exigencias de la Troika. Pero la parálisis política también ha demostrado ser extremadamente conveniente en otros países de la Eurozona: durante los peores días de la crisis del euro, Bélgica tuvo el mejor índice de crecimiento de Europa gracias a —y no a pesar de— los reiterados fracasos en el intento de formar un Gobierno “adecuado”.
La ausencia de mayoría parlamentaria significaba que ningún Gobierno podía aplicar la contraproducente austeridad que reducía los ingresos de los países con gobiernos “adecuados”. De hecho, la economía española se ha beneficiado precisamente de dicha ausencia, porque el país carece de una mayoría parlamentaria clara que pueda aplicar las contractivas políticas de Bruselas desde diciembre del año 2015.
Un gobierno fuerte, apoyado por una saludable mayoría parlamentaria, es un factor positivo si goza de libertad para aplicar políticas económicas y sociales sensatas o para practicar lo que llamamos desobediencia constructiva en el movimiento transnacional DiEM25, es decir: responder con un ¡No! a las políticas que vayan en detrimento de la recuperación económica y la justicia social (la parte de la desobediencia) mientras se proponen políticas racionales y de sentido común cuya adopción a escala europea tendría amplias y ventajosas consecuencias para los europeos y para la propia supervivencia de la UE (la parte constructiva).
Es altamente improbable que Sánchez hubiera asumido la 'desobediencia constructiva' si hubiera mantenido su puesto; tan improbable como que la hubiera asumido Papandréu hace cinco años. Sin embargo, el simple hecho de que existiera esa posibilidad, y la certeza de que los conservadores no la asumirían, bastó para que la preocupada oligarquía se los quitara de en medio. El PASOK mordió el polvo por participar en el derrocamiento de su líder y, curiosamente, el PSOE ha tomado el mismo camino.