En el contexto político actual de nuestro país hay dos preguntas pertinentes: ¿De qué no se está hablando? ¿Qué es lo que no estamos viendo?
Les voy a contar algo que me recuerda a lo que estamos viviendo actualmente en España. En enero de 2006 cientos de periodistas de todo el mundo nos amontonábamos a las puertas de un hospital de Jerusalén, donde se encontraba internado, con graves daños cerebrales y en coma, el primer ministro Ariel Sharon. Dispuestos en hileras, situados frente a las cámaras, relatábamos en directo la evolución del mandatario. Nunca pasaba nada. Sharon movía el dedo anular de su mano derecha. Eso era todo y eso es lo que repetíamos día tras día en nuestras crónicas: “Sharon mueve el dedo anular de su mano derecha”.
A un cuarto de hora de aquel enorme plató de televisión improvisado, en Cisjordania, las tropas israelíes impedían la libertad de movimientos de la población palestina y aplicaban políticas de discriminación sistemáticas. Pero allí no había ni cámaras ni enormes platós de televisión. La raíz de la realidad de aquel territorio estaba fuera de los encuadres mediáticos y de los debates políticos. Lo importante era el dedo anular que movía Sharon.
Aquí está ocurriendo algo parecido. El emperador desfila desnudo y sin embargo nadie habla de su falta de ropajes, sino de cómo se contornea y mueve la cadera, de la velocidad de sus pasos, de las reglas que regulan sus paseos.
¿De qué no se está hablando en el debate público? Ya no se habla de lo que nos pasa a los ciudadanos. De que tres millones de trabajadores no llegan a mileuristas en España. De que el 66% de los pensionistas, tampoco. De que el 15,5% de las mujeres que trabajan lo hacen por debajo del umbral de los 665 euros al mes.
De que crece la distancia entre los mejor pagados y los peor pagados y entre los sueldos de hombres y mujeres. De que no hay democracia en los centros de trabajo ni en los barrios sometidos a la dictadura de la precariedad.
No se habla de las realidades que hay en los comedores sociales, en las familias desahuciadas, en los hogares que no llegan a fin de mes, en los jóvenes preparados que emigran por falta de espacio laboral para volcar sus conocimientos.
Tampoco se habla de la cuestión que atraviesa al PSOE de forma transversal: su crisis de identidad, originada con las medidas económicas neoliberales que aplicó cuando gobernaba, y reforzada posteriormente con el ejercicio de una oposición –la de Rubalcaba– que mostró pocas resistencias a las políticas del PP en un momento en el que se estaba ejecutando una reducción gravísima de servicios públicos, derechos y libertades.
¿Qué defiende el PSOE de hoy? No se sabe. ¿Quiere seguir siendo ese PSOE que modificó el artículo 135 de la Constitución, legitimando recortes y políticas de austeridad?
¿De qué no se está hablando? De la gente que resiste gracias a las ayudas de familiares y amigos. De la falta de oportunidades laborales y sociales. De que el 15M marcó un antes y un después en la política española. De que al igual que buena parte de la socialdemocracia europea, el PSOE abandonó sus principios y se entregó a la austeridad.
De que asistimos a la coreografía de la resistencia del bipartidismo, debilitado con la pérdida de votos y de identidad del PSOE. De que tras las medidas de austeridad del último Gobierno socialista, el PSOE perdió más de cuatro millones de votos, su mayor bajada. De que llegaron nuevos actores políticos que supieron entender el 15M y ocupar un espacio electoral despreciado por los partidos del turnismo.
¿Qué no vemos? Un debate que, por lógica, existe entre bambalinas pero fuera de los focos mediáticos: el de la investidura, el de la abstención concebida como clara línea de demarcación, el de las presiones para que la esencia del régimen del 78 siga viva, con la ayuda de actores como Ciudadanos, dispuesto a apoyar tanto al PSOE como al PP con tal de mantener todo como está.
Durante todo el año 2016 la representación política ha sido sustituida por una representación teatral. La trama consiste en actuar como si en los últimos años aquí no hubiera pasado nada, con la esperanza de que, a fuerza de disimular, un día nos despertemos y creamos que el dinosaurio nunca estuvo aquí.
Por eso el PSOE y los aliados del bipartidismo, medios de comunicación inclusive, insisten en hablar de nombres, de normas, de filias y fobias, de guerras de poder, de estatutos, congresos, consejos y comités, de combinaciones y permutaciones de alianzas, a semejanza del dedo anular que Sharon dejaba o no dejaba de mover.
Lo que sea, con tal de evitar debates y respuestas al aumento de la desigualdad, de la precariedad, del enriquecimiento de unos pocos a costa de la desposesión de las clases medias, del crecimiento de la xenofobia y de la extrema derecha europea. Cualquier cosa antes de abordar compromisos.