El trío del PSOE ya está en la pista de baile. Susana Díaz no ha dado los primeros pasos, pero ya ha dado una fecha para su entrada en escena. Eso ya es un alivio para los barones regionales del partido que lo han dado todo por ella y que estaban empezando a ponerse nerviosos. Se cargaron a Pedro Sánchez, pero el muerto ha resultado estar muy vivo. Ahora ya tienen la seguridad de que Díaz será candidata, pero siguen estando nerviosos. Como un flan.
Sánchez estuvo este fin de semana en Cádiz –no exactamente un feudo de Díaz–, donde consiguió otro gran recibimiento. El exsecretario general del PSOE ahora es el líder de un movimiento insurgente sin apoyo de los líderes regionales y con el único sustento de los fondos de un crowfunding que resultó ser bastante más dinero del que sus rivales pensaban que podía recaudar.
Más motivos para ponerse nerviosos. El control del aparato te da avales, decenas de miles de ellos, pero nunca puedes estar seguro de que te dé los votos necesarios. Que se lo pregunten a Almunia.
¿Hasta dónde llega la resurrección de Pedro Sánchez? El joven elegido por Susana Díaz para frenar a Eduardo Madina cuando Rubalcaba se rindió a la evidencia y aún era demasiado pronto para la presidenta andaluza no era entonces alguien que se caracterizara por unos determinados valores ideológicos. Era sólo otro joven dirigente con poco presente y mucho futuro, no tanto como para estar en condiciones de impedir el advenimiento posterior de Susana Díaz.
Un radical, no era. Eligió a Jordi Sevilla como su principal asesor económico. Sevilla había sido jefe de gabinete de Pedro Solbes durante cinco años. No, su asesor no era tampoco un radical.
El PSOE nunca ha tenido en las últimas décadas un ala izquierda con peso en el partido, a diferencia de los socialistas franceses o los socialdemócratas alemanes. Alfonso Guerra fingía que era su gran líder, pero en las reuniones del Consejo de Ministros se limitaba a refunfuñar cuando se subía el precio de la bombona de butano (o eso contaba Jorge Semprún en su último libro de memorias). Izquierda Socialista siempre ha sido un grupo de gente tolerada desde arriba porque era inofensiva. Zapatero fue más lejos que lo que los gobiernos socialistas de los 80 estaban dispuestos a permitir en algunos temas (memoria histórica, por ejemplo), pero en política económica se atuvo a la más estricta ortodoxia social-liberal, se encomendó a Solbes y se hizo fotos con Botín.
Ahora que Sánchez parece haberse hecho sandinista, podríamos imaginar que nos encontramos ante un duelo ideológico del que el PSOE ha huido desde que Felipe González dijo en 1979 eso de “hay que ser socialistas antes que marxistas”. Con la cantidad de folios que llenan los programas de los partidos, resulta que esas siete palabras fueron suficientes para cerrar cualquier debate de fondo. Todo lo demás eran preposiciones y adverbios.
No, Sánchez no es un cambio radical con lo que han sido siempre los socialdemócratas españoles. Pero al señalar como enemigo al neoliberalismo, ha encendido las alarmas de los dirigentes que creen que el sistema político español debe volver a los años 80 y que por tanto el PSOE debe parecerse al partido de esa época. Su objetivo, no se sabe cómo, es que regrese el bipartidismo y el PSOE por defecto vuelva a ser la principal fuerza de la izquierda. Ya se ocuparán franceses y alemanes de esos debates interminables sobre la crisis de la socialdemocracia. Ellos tienen los intelectuales, pero nosotros tenemos los avales, y con eso los militantes están controlados.
Hace dos semanas, Álex Grijelmo describía brevemente pero de forma muy atinada cierto discurso muy habitual en las declaraciones de los políticos, el mismo con el que Susana Díaz quiere derrotar a Sánchez. Retórica, más que discurso. Seleccionaba una serie de frases que abundan en las intervenciones de Díaz. “Un PSOE más PSOE”. “Un proyecto ganador que una a los socialistas”. “Sin complejos”. “Necesitamos al PSOE más PSOE que nunca”.
Como si el PSOE fuera una Iglesia evangélica en la que ciertos conceptos básicos (democracia, justicia, compasión, solidaridad) levantan el ánimo de los votantes al servicio de... ¿De qué? De las prioridades que marque en cada momento el líder. Yo soy el salvador y yo os marcaré el camino correcto hacia un futuro inmaculado. ¿Necesitáis algo más en qué creer?
El personalismo es inevitable en unas primarias, pero lo más importante es que resta poder a los barones, y por eso hay tantos dirigentes socialistas que maldicen el día en que se convirtieron en el método irrenunciable para elegir al líder. Era más sencillo antes cuando cada dirigente regional ponía sobre la mesa sus avales y negociaba el poder que obtendrían a cambio él y su federación (tantos puestos en la Ejecutiva, tantas carteras en el Gobierno).
Ahora hay que dejarlo todo a la decisión de los militantes. ¿Y si se dejan llevar por sus sentimientos, sus preferencias personales? ¿Y si se dejan arrastrar por SUS IDEAS en vez de votar lo que dictan los que dicen que el PSOE debe ser el PSOE y no hay más que hablar?
¿Qué será lo siguiente? ¿El libre albedrío, como gritaba Agustín González cuando hacía de cura en tantas películas?
Cristo todopoderoso y madre del amor hermoso, imagina que el PSOE se vea obligado a hacer un debate ideológico en sus primarias a causa de la reaparición de Sánchez.