El PP ha sido el partido más votado, pero se ha dado el gran batacazo y, además, no está ni mucho menos claro que vaya a gobernar. El PSOE ha perdido dos millones de votos, pero no se ha hundido. Ciudadanos, obteniendo un buen resultado, ha defraudado las expectativas y su futuro depende de cómo se coloque en el complejo escenario político que el 20-D ha generado. Y los más de 5 millones de votos obtenidos por Podemos es la noticia de estas elecciones, la gran novedad del panorama político español.
Dicho lo anterior, es imposible prever lo que va a ocurrir a partir de ahora y cualquier salida es posible. La primera incógnita, la más inmediata y de la que depende todo lo que vaya a producirse después, es si Mariano Rajoy logrará la investidura, si, como es previsible, el Rey le pide que se presente a la misma. A la vista del reparto de escaños, hoy por hoy eso no es posible. El problema del líder del PP no es que no tenga apoyos suficientes para resultar elegido sino que la suma de votos potencialmente contrarios a su investidura supera la mayoría de la cámara. Al margen de lo que hagan Ciudadanos, el PNV y Coalición Canaria, si el PSOE, Podemos, Unidad Popular, Esquerra, Democracia i Llibertad, Geroa Bai y Bildu votan “no” mandarán a casa a Mariano Rajoy.
Todavía en la fase previa a de la eventual formación de gobierno, se abriría entonces la posibilidad de que el líder del segundo partido más votado, esto es Pedro Sánchez, recibiera un nuevo encargo por parte del Rey. Y aunque no está ni mucho menos claro que los obtuviera, el líder del PSOE podría lograr los votos y las abstenciones para ser investido. Al él si le cuadran las cuentas, aunque sea muy en teoría.
Ese es un camino, aunque plagado de grandes incertidumbres. El otro es que el PSOE se abstenga en la votación de Mariano Rajoy, esto es, que los socialistas den el gobierno al PP. Todos los poderes fácticos, y seguramente también algunas personalidades socialistas, van a ejercer fuertes presiones para que Pedro Sánchez opte por esa decisión. Pero si éste cede a las mismas se habrá jugado, esta vez de verdad, el futuro del PSOE.
Porque si los socialistas han salido relativamente bien librados de la prueba del 20-D, y desde luego mucho mejor de que casi todos les auguraban, ha sido seguramente porque hace un mes, y no mucho antes, tuvieron la intuición de que habían de sumarse a la corriente de cambio y de izquierdas que dominaba la escena política, impulsada por Podemos, y que ha terminado por ganar las elecciones. Lo hicieron a su manera, y generando todas las dudas posibles. Pero eso permitió que muchos de sus votantes potenciales terminaran por introducir su papeleta en la urna sin sufrir una contradicción insalvable con su conciencia.
Si el PSOE traiciona a esa gente absteniéndose en la investidura de Rajoy, el precio que pagaría en las próximas elecciones sería demoledor. Y todo indica que esos comicios no serán dentro de cuatro años, sino mucho antes. Porque sea cual sea el resultado de la votación de investidura, la situación política que vendrá tras la misma será lo suficientemente inestable como para que la amenaza de una disolución del parlamento penda permanentemente sobre ella.
La política española ha entrado en un nuevo terreno. El cambio ya ha empezado y es ya muy grande. Y el guion de ese cambio no está escrito. Pueden ocurrir muchas cosas inéditas en la historia democrática. Lo único que está claro es que el bipartidismo, sin haber desaparecido del todo, ya no controla todos los resortes. Ni mucho menos. Porque hay nuevos actores, y particularmente Podemos, que pueden influir decisivamente en el rumbo de los acontecimientos.