El PSOE y su transfobia banal
El 9 de junio de 2020, tras la formación del primer Gobierno de coalición en el que el PSOE cedió la cartera de Igualdad, se difundió un argumentario para el partido que criticaba las “teorías” (concretamente, la “teoría queer”) que “niegan la existencia del sexo biológico, por lo que desdibujan y difuminan la realidad de las mujeres”. Contaba con las firmas de José Luis Ábalos (por aquel entonces secretario de Organización), Carmen Calvo (de Igualdad), Santos Cerdán (secretario de Coordinación Territorial y Relaciones Partido/Gobierno) o Gómez de Celis (secretario de Relaciones institucionales). Las consecuencias fueron inmediatas: Carmen Calvo afirmando que la Ley Trans “podía destrozar toda la legislación de Igualdad” al imponer la “teoría queer”, negándose a llamar mujer a Carla Antonelli porque su partido “lo estaba debatiendo”, o una sentada espontánea que cortó el paso a la cabecera del PSOE el día del Orgullo LGTBI.
Lo que el PSOE estaba haciendo, por una dinámica de guerra intestina partidista en el Gobierno —Calvo tenía con Igualdad una relación patrimonialista, de posesión: que Irene Montero o Podemos se hicieran con la cartera era un agravio inasumible—, era una vergüenza. Dejaba bien claro su mensaje: importa más la competición partidista que los derechos humanos; con tal de reivindicar su posición propia, el partido era capaz de dar marcha atrás, renegar de su reivindicación de la autodeterminación de género en 2017 y 2019, con sendas iniciativas legislativas, e intentar disfrazarse de partido antiqueer y antiposmoderno.
¿Qué era exactamente lo queer? Para cualquiera que haya indagado en las teorías queer, en plural, en el mundo del pensamiento o de lo académico —que no van siempre en la misma dirección—, un compendio de reflexiones, debates entrecruzados y grandísimas diferencias entre pensadores que discrepan sobre lo que significa el género y la subversión en el mundo contemporáneo y en nuestro pasado. Para una parte del feminismo, el chivo expiatorio ideal para ejercer un tapón generacional, mezclando el pensamiento de todos para hablar de la teoría queer como una suerte de conspiración justificativa de la pedofilia, la mutilación corporal o el sexo con animales. Quien piense que esta última frase es una exageración, que lea Neoliberalismo sexual, donde la autora directamente mezcla, sin ton ni son, a “putas, gais, lesbianas, zoofílicos, sadomasos o pederastas” en un mismo párrafo, como si la culpa de todo la tuviera una posmodernidad que tampoco se sabe cómo definir… y que, a pesar de ser criticable y discutible, ni se critica ni se discute bien.
Es por todo esto que el nombramiento de Isabel García al frente del Instituto de las Mujeres cae como un jarro de agua fría. Afín a José Luis Ábalos y Carmen Calvo, contraria a la Ley Trans —hasta, aparentemente, que ha asumido el cargo—, su perfil contrasta con la afinidad que tenía la ministra Ana Redondo con asociaciones LGTBI vallisoletanas o con el perfil Julio del Valle, director general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI. Pero la transfobia banal del PSOE no debería sorprendernos tanto: por algo se fue —prácticamente expulsada— Carla Antonelli, hoy senadora en representación de Más Madrid y Sumar; por algo protestan las Juventudes Socialistas de muy diversos territorios.
En el relato del PSOE para expurgar cualquier posible acusación de transfobia no faltan nunca unas cuantas frases repetidas hasta la saciedad: que ningún avance social en España se habría producido si no hubiera sido de la mano del PSOE, que el compromiso de los y las socialistas con el colectivo LGTBI es inquebrantable, que el PSOE y el feminismo vendrían a ser una y la misma cosa. En realidad, en 1991, como recuerdan investigaciones como Raquel Lucas Platero, el PSOE rechazaba la inclusión de la transexualidad en la cartera de servicios ofrecidos por la Seguridad Social, “aludiendo a la reducida demografía y a que no era una cuestión de necesidad”. Izquierda Unida, hoy en Sumar, tuvo siempre una posición adelantada a la del PSOE en lo que tenía que ver con derechos civiles; el apoyo del PSOE a una legislación sobre lo trans como la de 2007 no llegó hasta la amenaza de Carla Antonelli, en 2006 militante socialista, de llevar a cabo una huelga de hambre contra el Gobierno de Zapatero.
Lo que el PSOE debería saber o intuir, en 2024, es que el sector de Carmen Calvo perdió aquella batalla y no puede intentar cobrársela en una segunda ronda. O no puede hacerlo, al menos, sin decepcionar irremediablemente a buena parte de su militancia, sobre todo la más joven, que no logra comprender ni un nombramiento así ni su justificación posterior. Sería de agradecer más valentía, aparte de la demostrada por las Juventudes Socialistas regionales, por parte de figuras del PSOE, muy numerosas, contrarias al nombramiento. Si Isabel García no dimite o es cesada por lo inaceptable de sus palabras, la sentada contra el PSOE que se dio hace años en el Orgullo volverá, de seguro, a repetirse. Quizá, en 2021, era aceptable la transfobia banal, o que a las personas trans se nos utilizara como armas arrojadizas; en 2024, por suerte, el umbral de lo tolerable ha cambiado sin vuelta atrás.
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