No cabe duda que tanto la dirección del PSOE como la de Unidas Podemos deberían hacer suya la recomendación que Aitor Esteban les dirigía ayer en la entrevista publicada en eldiario.es de que retomaran la negociación por donde deberían haberla empezado, por pactar un programa, que, aunque el diputado vasco no lo decía expresamente, se entiende que se refería no a un simple programa de investidura, sino a un programa de legislatura para ser desarrollado a lo largo de cuatro años. En lugar de empezar la casa por el tejado y negociar la composición del Gobierno, se debería haber procedido a la inversa. Primero qué queremos hacer conjuntamente y después cómo y con qué composición del Gobierno. Elemental. Causa hasta un cierto sonrojo tener que decir estas cosas a estas alturas del guión.
Afortunadamente, se tiene tiempo para poder hacerlo. Pero hay que hacerlo bien, sin jugar con dos barajas. El pacto tiene que ser un pacto entre el PSOE y Unidas Podemos exclusivamente. La dirección del PSOE puede reunirse con “la sociedad civil”, pero no puede pretender, cuando acuda a negociar con Unidas Podemos, que lo hace en nombre de y con el concurso de “la sociedad civil”. Cuando acuda a negociar, el PSOE habla en su propio nombre y con la propuesta de un programa exclusivamente suyo. Es de esperar que los representantes de la “sociedad civil” seleccionados por el presidente del Gobierno como interlocutores le hagan ver que no se puede contar con ellos para acorralar a Unidas Podemos. El principio de “igualdad de armas” vale en la Política exactamente igual que en el Derecho. Cada partido tiene la fuerza que le han reconocido los ciudadanos con el ejercicio del derecho de sufragio, pero en sus relaciones solamente pueden contar con esa fuerza sin que sea admisible la ayuda exterior. Nadie puede pretender jugar “con ventaja”.
El pacto, para poder iniciarse con posibilidad de fructificar, exige, además, que el PSOE, como también se lo dice Aitor Esteban en la entrevista, se olvide de pedir la abstención a PP y Ciudadanos. A setas o a Rolex. En una negociación política para poder formar Gobierno, no se le puede estar poniendo una vela a dios y otra al diablo. Además de que no conduce a ningún sitio, es una falta a de respeto para la otra parte.
Con estas dos condiciones el pacto es perfectamente posible. Fue incluso casi posible en la primera sesión de investidura. Hubo mucha torpeza en las formas, pero materialmente se llegó a una situación de acuerdo en casi todo. Que no fuera posible llegar a un acuerdo por “las políticas activas de empleo”, parece una broma. Hacer el ridículo, que es uno de los peores errores que puede cometerse en política, lo hicieron ambos.
En mayo de 1980, tras del anuncio en la tribuna del Congreso de los Diputados por parte de Gregorio Peces Barba de la moción de censura del grupo parlamentario socialista contra Adolfo Suárez, con Felipe González como alternativa, intervino el vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril Martorell, con un discurso peor que lamentable, como él mismo reconocería casi de manera inmediata. Corrió el rumor de que Miquel Roca comentaría tras dicha intervención: “el discurso del vicepresidente no lo ha entendido nadie, pero me temo que lo acabaremos pagando todos”. Y efectivamente así fue. El proceso de desintegración de UCD se desarrollaría a velocidad de vértigo con consecuencias que todavía gravitan sobre nuestro sistema político.
Lo mismo cabría decir del desarrollo de la sesión de investidura de la pasada semana. Nadie puede entender que pasara lo que pasara, pero todos podemos acabar pagando el coste de unas actuaciones disparatadas por los protagonistas principales del debate. Lo que no se puede explicar, no se debe hacer. En democracia, por supuesto. Y que, con la composición del Congreso de los Diputados, el PSOE y Unidas Podemos no puedan formar Gobierno, resulta inexplicable. Las direcciones de los dos partidos deberían reflexionar antes de cometer un error que puede ser irreparable.