¡Puta Cataluña y buenas noches!
¿Se imaginan un programa en Telemadrid que empezara cada día con el presentador al grito de “¡Puta Cataluña y buenas noches!” y el público reaccionando a carcajada limpia?
¡Cada día!
¿Y que luego, para evitar las quejas de varios grupos parlamentarios, el presentador mantuviera el espíritu totémico del saludo con la renovada fórmula de “¡Puta noche y buena Cataluña!”, desencadenante de risas todavía más joviales ante la complicidad de un código en clave compartido?
Sinceramente, me cuesta imaginarlo en Telemadrid, por muy férreamente que pueda estar controlada por Isabel Díaz Ayuso, a la que en Cataluña muchos consideran el summum de la manipulación y de la catalanofobia.
En cambio, “¡Puta noche y buena España!” -referencia en código a “¡Puta España y buenas noches!”- ha sido el saludo de inicio de los más de 50 programas emitidos en TV3, la televisión pública catalana, del espacio Zona Franca, late night de vocación gamberra estrenado esta temporada bajo la batuta del humorista Joel Díaz.
Es en el marco de este programa que el colaborador Manel Vidal hizo recientemente su chiste asociando la esvástica nazi con el Partit dels Socialistes (PSC), una broma que ha causado un terremoto: el despido fulminante de Vidal, decisión tomada de común acuerdo entre la dirección de TV3 y la productora encargada del espacio, Atomic Beat Media, lo que a su vez precipitó la renuncia de Díaz a seguir presentando el espacio, que ahora está en barbecho, a la espera de que la dirección de la cadena decida si vuelve a programarlo o lo liquida.
Chivo expiatorio
El despido ha desencadenado un intenso debate sobre los límites del humor, así como muestras de solidaridad con el humorista, a las que me sumo: Vidal no es más que un chivo expiatorio despedido por hacer el tipo de humor por el que le contrataron. Si alguien debería hacerse responsable de lo sucedido no es el humorista ni el presentador, sino el programador de TV3 que decidió que Zona Franca puede ser un tipo de programa adecuado para la televisión pública.
Y es que el problema de Zona Franca y el despido de Vidal tienen en realidad muy poco que ver con los límites del humor. Aquí el debate real de fondo, pendiente aún de abordar, es sobre el papel de una televisión pública en una democracia liberal como Cataluña y España.
Zona Franca es un programa en el que la sátira va siempre en una misma dirección: los independentistas más puros se ríen de los no independentistas y también de los independentistas “cobardes”, los que no tienen pit i collons para imponer la independencia supuestamente avalada por el pueblo el 1 de octubre de 2017.
Este planteamiento está en las antípodas de lo que debería ser cualquier televisión pública, cuyo sentido no puede ser nunca utilizar la plataforma en beneficio de un segmento de la ciudadanía contra los otros, sino contribuir a la salud democrática con buena información y programas con vocación de servicio público.
Ello no significa que la sátira no pueda abordarse en una televisión pública. Al fin y al cabo, se trata de uno de los mejores indicadores que reflejan la calidad de una democracia. Y ni siquiera hace falta irse muy lejos para encontrar un buen ejemplo. La propia TV3 programa desde hace casi dos décadas Polònia, un programa satírico que sí cumple los requisitos que se esperan en una televisión de servicio público: no hay grupo político que alguna vez no se haya sentido profundamente ofendido por sus dardos, siempre vinculados a la actualidad y no a los prejuicios, con una base fáctica real a la que sacar punta y que no hace excepciones a la hora de subrayar las contradicciones o esperpentos de todos los actores del tablero político.
Zona Franca se sitúa en otro terreno: siempre apunta al mismo lado y con los mismos riéndose. La única forma imaginable de que un programa como este pueda tener cabida en una televisión pública sería programando otro en dirección contraria, en el que los constitucionalistas, antinacionalistas e independentistas “timoratos” pudieran también troncharse de risa asociando las esvásticas a Waterloo y a los independentistas del morro fort. Pero, francamente, parece mucho mejor dejar la televisión pública para otros menesteres.
Es por esto que el debate que se ha abierto tras el despido del humorista no debería ser sobre los límites del humor: la sátira de Zona Franca es legítima y hasta una muestra de salud democrática que Vidal pueda hacer su chiste sin ser despedido, con independencia de que a mí me haga gracia o no, o incluso pareciéndome un absoluto disparate. Pero solo tiene sentido si lo hace en un marco financiado por su propia comunidad, como La Sotana, el proyecto irreverente del cual proceden, y no en la televisión pública.
Esto es justamente lo que intentamos hacer en Mongolia, revista satírica y de información de la que soy coeditor y que tenemos también un target muy particular al que dirigimos nuestros chistecitos: la extrema derecha, las religiones, los nacionalismos, la monarquía... Ni se nos pasaría por la cabeza que una propuesta como esta pueda tener un programa en ninguna televisión pública: es nuestra comunidad la que tiene que involucrarse para que un proyecto de estas características sea posible. También en la financiación, e incluso para defendernos de las querellas penales que nos interponen: las últimas, promovidas por ultracatólicos ofendidos por nuestra supuesta falta de respeto con el Belén navideño, que nos obligarán en breve a lanzar una nueva campaña de microfinanciación.
La lógica del ‘procés’
Que esta evidencia no se vea de forma cristalina en Cataluña, hasta el punto de que Zona Franca haya estado en la parrilla de TV3 y que el despido de Vidal abra un debate sobre los límites de la libertad de expresión y no sobre el papel de la televisión pública en una democracia, no es ninguna casualidad: es el reflejo de la lógica impuesta durante más de 10 años de procés, en el que los independentistas asociaron su causa a la de todas las instituciones de autogobierno que controlaban, incluida TV3.
De la misma forma que en todos los ayuntamientos de mayoría procesista ondeaba con normalidad la bandera independentista, pisoteando un principio tan elemental de las democracias liberales como la neutralidad institucional, se acabó encontrando lógico encargar para TV3 un programa gamberro que únicamente se burlara de una parte de la ciudadanía, la que no comulga con el independentismo unilateral. Con la paradoja añadida, además, de que ahora esta parte objeto de todas las burlas resulta ser abrumadoramente mayoritaria en la sociedad catalana tras el giro realista de ERC y hasta de parte de Junts, simbolizado en la candidatura de Xavier Trias al Ayuntamiento de Barcelona.
Ojalá pronto Manel Vidal y Joel Díaz retomen los chistes que quieran en La Sotana, un programa financiado por su propia comunidad, libre ya de los corsés que necesariamente debe imponer una televisión pública. Y que empiecen al grito de “¡Puta España y buenas noches!”, que relacione las esvásticas con quien les dé la gana y digan que Mongolia “es la revista que leen los fachas”, aunque a mí todo esto me parezcan despropósitos que solo demuestran extrema ignorancia.
Sería el mejor signo de que nuestra democracia es de mejor calidad: con sátira libre y medios públicos que tienen claro su papel.
65