La putrefacción

7 de octubre de 2023 14:29 h

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Ninguna sociedad puede soportar décadas y décadas de guerra sin pudrirse. Ni el bando que gana todas las batallas ni el bando que las pierde todas se libran de una degeneración profunda. Da igual que el conjunto de Israel sea mucho más (y por supuesto mejor) que sus colonos asesinos en Cisjordania, como da igual que los palestinos sean mucho más que el terror de Hamás: en una guerra importa matar, mortificar, humillar y atemorizar al enemigo, y ahí es donde luce lo peor de cada bando.

Lo que ocurre ahora no es una nueva guerra. Es la misma de siempre. Y en los últimos años no ha hecho más que agravarse, no tanto por la intensidad de la violencia (que en estos momentos alcanza un nivel elevadísimo) como por la concentración de odio y la progresiva renuncia de ambas partes a la más mínima posibilidad de convivencia.

Benyamin Netanyahu, un oportunista sin escrúpulos, ha convertido el gobierno de Israel en un refugio de fanáticos ultraderechistas que degradan lo que fue, y técnicamente es aún, una democracia (el proyecto de liquidar la independencia judicial constituye un buen ejemplo de hacia dónde se dirigen) y hablan abiertamente de anexión y exterminio, mientras utilizan su ejército para garantizar la impunidad de los colonos en las cotidianas razzias contra los palestinos. Eso es terror.

Como es terror lo que aplica Hamás sobre la propia población de Gaza, una gran cárcel a cielo abierto, y sobre los israelíes. Acerca del supuesto gobierno autónomo de Cisjordania, ya una simple entelequia, la aplicación sistemática del apartheid israelí, el crecimiento exponencial de los asentamientos en su territorio (ilegalmente ocupado, recordemos) y la alegría con que fluyen hacia bolsillos particulares los fondos europeos presuntamente destinados a causas humanitarias, han hecho de Ramala una capital tan corrupta como sombría y desesperanzada.

Este nuevo fogonazo de horror dejará víctimas y avivará las llamas del odio. Pero no sabemos hasta dónde llegarán sus consecuencias. En Jerusalén hay un gobierno que ha renunciado a cualquier tipo de autocontrol, por lo que cabe temer una matanza en Gaza (hay quienes proponen una reocupación a sangre y fuego del minúsculo territorio) y un incremento de la locura en Cisjordania.

El precario statu quo mantenido durante años, con la franja de Gaza como territorio palestino “liberado” (insisto, una gran prisión vigilada desde fuera tanto por Israel como por Egipto), con Cisjordania como un tablero en el que los colonos van ocupando una casilla tras otra, y con un gobierno israelí cada día más teocrático, nacionalista y belicoso, puede estallar en un instante.

Militarmente, vencerá de nuevo Israel. De eso no cabe duda. Las consecuencias de esa victoria militar las pagarán igualmente los israelíes y los palestinos, porque el terror seguirá. Y porque los dirigentes de ambos bandos serán aún más execrables que hasta la fecha.