Querida Carolina
Te escribo esta carta calata, o sea en pelotas, como Gloria Anzaldúa nos escribía a todas “encuerada”. Te la escribo con sintaxis lemebeliana, si hace falta, con mis enormes tetas colgando entre las palabras y estorbando mi enrevesado teclear. Te escribo con los dedos sin uñas que acabo de comerme y con el culo pidiéndome dejar la silla y escribir de pie mientras hago otra cosa, la cena, la colada. Te escribo, como siempre, oliendo mi coño sudar la escritura e intentando “escuchar a las palabras cantando en mi cuerpo” como nos pidió Gloria. Te escribo desde fuera de la academia periodística y desde fuera de la academia literaria, en las que nunca me quisieron. Te escribo desde fuera de la heterosexualidad. Te escribo, simplemente, como dijo la poeta peruana María Emilia Cornejo, porque soy la muchacha mala de la historia, como tú, como todas las que estamos aquí. Y porque creímos un día que también teníamos algo que decir.
Me he tomado muy a pecho todas las formas en que nos convocas en tu libro Feminismos fronterizos. No puedo elegir una porque lo quiero ser todo, mestiza, perra, abyecta y bárbara, aunque el capitalismo lo estampe en una camiseta. Me da igual. En una carta que me escribiste hace poco mencionabas un puñado más de epítetos provocadores: “traidora e infiel”, por ejemplo, que son dos más que se queda esta panchita para sí misma. Son años de entrenamiento en convertir las piedras que tira el poder en autocelebración y fiesta.
Vivimos en la casa de la diferencia que nos enseñó a levantar Lorde. Es una casa construida al pie de la herida, justo a la altura de la grieta sísmica. Solíamos llamarla feminismo. No tuvimos habitación propia burguesa pero migramos y nos hicimos una casita en el borde, una casa en la que todas teníamos algo que hacer, ahí nos tocamos rico y escribimos las poéticas del cruce mientras cuidamos a nuestres hijes y hermanes. Por eso, nos dices, la frontera se volvió nuestra herramienta política de transformación.
Hoy nuestra casa quiere ser demolida, nos quieren desalojar, deportar otra vez, con leyes, grúas y excavadoras blancas, maquinaria heteronormal bien engrasada, maquinaria burguesa y tránsfoba, que araña desde hace 500 años las raíces de nuestros bosques. Pretenden desmontar la casa del amo con las herramientas del amo, algo imposible, y en el camino aplastar nuestro hogar. ¿Teníamos al enemigo dentro?
Pero querida Carolina, en tu libro te preguntas por este momento extraño del feminismo contemporáneo: ¿Cómo es posible que 40 años después de haberlo hablado todo, de haber tendido puentes, de haber urdido redes contrahegemónicas, descoloniales y críticas, siga el feminismo tan malditamente blanco? ¡Que vuelvan a odiar a las putas, a las pobres, a las trans, hasta a las lesbianas! Que nos obliguen a debatir temas que creíamos superados, desde el pensamiento único, desde el sujeto único, absoluto, falsamente universal, con argumentos rancios y crueles. El paso de la cuarta ola nos deja una resaca siniestra, vienes a decir, tanto llenar la calle para después ponerle puertas y reservarse el derecho de admisión. Fueron por las trans, vienen por las negras.
Estar tanto en ciertos márgenes que ya podemos decir que estamos fuera hasta del Feminismo, al menos de ese. En los últimos años también me he preguntado, como tú hace mucho, qué hay más allá de los límites del eurocentrismo feminista ilustrado. Me han ido llegando las teorías y vidas y escrituras anticoloniales como cartas de amor, no siempre de las fuentes letradas directas sino de segunda o tercera mano, de manos de compañeras que estaban amasando sus historias a mi lado, sus cantos y sus poemas furiosos. Me gusta que seas una de esas manos que amasan para el pensamiento. Que hayas hecho un libro como una biblioteca, un libro de libros, pero también de luchas diversas que ya tenemos metidas dentro, un libro que pelea entre la teoría y la metáfora, un libro para rezagadas como yo para las que leerlo es como ir a la escuelita nocturna del feminismo (por ahí que también me sirve para ganarle por fin a Carmen Romero en el trivial de Feminismos reunidos).
Creo que nos dices en Feminismos Fronterizos que dejemos el árbol de los parentescos, la genealogía, y cojamos el mapa, porque el árbol es tronco, es monolito, y la cartografía, en cambio, da cuenta de las mutaciones de los feminismos que muerden, los no domesticados. Si no mutamos, claro, languidecemos en el porche de la casa del feminismo.
Nos dieron en las escuelas y universidades a leer hombres y más hombres cishetero. Y luego a mujeres blancas. Y ahora, gracias a lo que recoge tu libro escrito también con voluntad pedagógica –sistematizando autoras que vienen de contextos fuera de la academia, que quizá ni hubieran querido ser sistematizadas–, mis amigas, que escriben sobre sí mismas (es tan machuno eso de dividir la vida de la obra) y sobre sus comunidades, también pueden ser parte de esa escritura orgánica que dices, también desde ahí revolucionan la forma de hacer crítica del contenido. Todas las de Devuélvannos el oro; Lucrecia Masson y sus poéticas rumiantes; Mafe Moscoso, con su literatura de entremedio, hija del cuy y del toro. Arelis Uribe, que escribió un libro titulado Quiltras, que es como se les llama a las perras chuscas como ella, como tú o como yo. Nayare y sus poemas travestis, campuzanos. O mis queridas Natalia Sánchez Loayza y Rosa Chávez Yacila, que preparan libros sobre ese otro lado de Lima, que no sale en la Literatura Peruana actual, donde un muro separa las casas de las que no tienen agua potable de las casas con piscina. He ahí otra frontera. Una nueva mutación. ¡Hagamos otro Este puente, mi espalda!
Porque Carolina, tú nos contaste que la historia del pensamiento había sido durante siglos un soliloquio de señores, seguro que tuviste que soplarte años de lecturas de señoros, años de teorías de señoros; eres, pues, una superviviente de la academia filosófica: ante ese otro monolito tú opones un pensamiento muy distinto, uno que construye comunidad. Nos dices que al feminismo que está en el poder le ha faltado pensar con el cuerpo, le ha faltado “sentipensar”, como dicen las amigas y las hermanas. Y que el primer giro de la consciencia feminista siempre se produce cuando el feminismo inicia la genealogía crítica de sus propios conceptos hacia nuevos sujetos.
Por eso tu libro tiene el potencial de la memoria histórica y política que nos está faltando, del que fue siempre y debería seguir siendo un espacio para el contrapoder. Y no esta puta mierda.
Tú sabes de qué manera intensa urge hacerlo y tomas la responsabilidad de refrescar hoy esos debates, esas nociones, de presentarnos nuevas amigas o traer a las viejas a conversar alrededor del mismo fuego radical de las primeras desobedientes. Vuelves a Gloria Anzaldúa, a Cherrie Moraga, a Paco Vidarte, a María Galindo. Todas abyectas, bastardas, proletarias, extrañas, intrusas, incivilizadas, parias, precarias, pobres, prietas haciendo política de sus vidas. Lo que haces, por suerte, no es ampliar el campo de batalla sino ampliar el campo para la convivencia en medio de nuestras luchas materiales. Termino esta carta igual de calata y encuerada y en pelotas como la empecé. Pero más melonista. Querida Carolina, gracias por calentarnos en este fuego.
Con amor descolonial
Gabriela Wiener Bravo
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