Escribo con las tripas. Uso también la cabeza, pero eso lo hago al principio, antes de sentarme a la tecla. A la que tengo página, se me alborota la víscera, y eso, con las tripas. Me gustaría muchísimo volver a ser sarcástica, frívola, malota. Pero este estado de las cosas, hay que joderse, me desata. Les cuento ahora de mi habitual demagogia. Empecemos por una demagogia básica, digamos que de nivel 1: Mis dos hijos están desde hace ya tiempo entre esos 2.267.000 de críos que viven por debajo del umbral de la pobreza en España. Ya saben, no hay cómo pagar el cole y esas cosas.
Aunque sé que debería estar hablando de lo de Bárcenas.
Voy a aprovechar que, hace un par de días, se me afeaba aquí mismo el estilo, por demagógico y por el uso de “una idea muy elemental, buenos/malos, ricos/pobres, y olé”. Bien visto, sí señor. Podríamos decir, yendo algo más allá, que no es sólo un estilo, sino que hace tiempo que vivo en plena demagogia. Elemental, sí, como la idea sobre la que se levanta. Mi demagogia de nivel 2: soy más pobre que las ratas. La idea elemental: creo que mi pobreza es consecuencia de una estrategia política basada en desplumar a una gran parte de la población —en este caso española, pero podría ampliarlo—, para enriquecer a otra parte, muy pequeña.
Ya sé que debería estar hablando de lo de Bárcenas.
Defino “más pobre que las ratas”: en el último año y medio, la media de ingresos en mi familia rondó los 300 euros mensuales. Tengo dos hijos en edad escolar. Esta es exactamente mi idea elemental. Sólo una. No necesito otra. Sobre ella construyo todo mi discurso, claro. ¿Para qué querría yo otras ideas, quizás no elementales, si esta mía es de tal potencia, brinda tal promesa de furia, tiene tal hondura que da para una vida entera de teoría, práctica y difuntos?
De lo de Bárcenas, sí, un momento.
Voy con “buenos/malos, ricos/pobres”: ¿Soy buena por ser pobre? En absoluto. Ser buena es una idea que me repugna. El hecho de ser muy pobre, o de ser un desahuciado/parado/excluido suele llevar a las personas a una cierta sensación de pureza que luego acostumbra a convertirse en una exigencia de pureza. Honestidad, coherencia, austeridad y esas monsergas. Pero es difícil parecer malo cuando eres muy pobre, porque incluso robando tienes tu gracia. Eso sí, y con esto no pacto: igual que no hay buenos y malos, sí hay ricos y pobres. De eso va todo este asunto, precisamente.
Y ya llego a lo de Bárcenas. Ayer mismo, la Cruz Roja hizo público uno de sus habituales y aterradores informes, tras encuestar a 737 personas en “situación de vulnerabilidad” en Cataluña, la comunidad en la que vivo. Allá van algunos datos:
Siete de cada diez familias no pueden garantizar la alimentación saludable de sus hijos en casa.
Ocho de cada diez no pueden facilitar a sus hijos todo lo que necesitan para ir al colegio.
Un 38 por ciento no puede pagar el comedor escolar.
El 70,3 por ciento no puede hacer frente a tratamientos bucodentales y de óptica.
Esto y lo de Bárcenas son la misma cosa. ¿Buenos y malos? No. Pobres y ricos. En muy poco tiempo, hemos asistido a un empobrecimiento impío y fulminante de millones de españoles, millones de familias. Esta devastación no es inocente ni azarosa, no es una seta que aparece de repente, y además va acompañada de una aniquilación sostenida y minuciosa de lo público. En muy poco tiempo, la inmensa mayoría de la población española ha perdido la confianza en que podrá ganarse la vida, y tener un techo o contar con atención médica en toda circunstancia. Pobreza, incertidumbre y miedo. Este estado de las cosas se construye. Ricos y pobres. La pobreza de mis hijos y la amenaza de quedarme sin techo son evitables, y responden a determinadas medidas políticas, o económicas si prefieren. Ricos y pobres. Otras medidas políticas/económicas garantizarían los derechos básicos de una vivienda digna o a un trabajo con “remuneración suficiente”. Se trata de decisiónes y actuaciones. Las personas que han tomado esas decisiones y las ejecutan están en la banda de lo de Bárcenas. Frente a nosotros, sí, contra nosotros. Hay un ellos y un nosotros, por supuesto.
Despojar a la población de esos derechos es un ejercicio de violencia y amenaza. Empobrecerla es un ejercicio de trasvase de su riqueza y la de todos (pública) a manos de unos cuantos. Nosotros, y la banda de Bárcenas. Pobres y ricos. Demagogia e ideas elementales.