Querido Pedro,
Hace años que te llamo presidente, pero sólo al escribir el encabezamiento de esta carta he pensado que, como yo, mucha gente te habrá dejado de llamar Pedro. Somos los que respetamos el cargo que desempeñas. Y lo haríamos igual con cualquier presidente del Gobierno elegido en las urnas. En democracia, las formas son el fondo y quienes sólo respetan al Gobierno cuando es el suyo, mal pueden llamarse demócratas.
Así empezó todo: con faltas de respeto. Son tan delgadas las líneas que al principio nos preguntábamos hasta dónde llegaba la crítica legítima y cuándo empezaba a ser una crítica abyecta. Pero la abyección es una cualidad que eligieron algunos de tus detractores, qué le vamos a hacer.
Después nos preguntamos si esas críticas abyectas no se estaban convirtiendo en acusaciones inaceptables, como las de golpismo. Se volvió la cosa más difícil, porque qué se podía hacer ante una acusación inaceptable, nos preguntábamos. La respuesta era: nada. Y lo aceptamos.
Qué decir del ecosistema de la información. Se hablaba de exageraciones: hay que ver, la hipérbole se ha instalado en la política española. Nos reíamos. El humor pareció una salida en algún momento. Pero es muy delgada la línea que separa las hipérboles de las medias verdades y las medias verdades de las mentiras. Cada día se movía un poco más la línea que separa el juego limpio del juego sucio. Es tan amplia la libertad de opinión en democracia, que pasamos de las palabras gruesas a los insultos, las injurias, los infundios, las calumnias. Y nadie hacía nada.
Las calumnias han traspasado otro límite: el personal. Calumnias que publican órganos de agitación –llamarlos medios sería dignificarlos– para dar carnaza a las redes y las tertulias, para que alguien pueda denunciar en un juzgado y algún juez abra una investigación: tiempo ganado para el ensañamiento. Aunque sigue habiendo gente bienintencionada que reparte culpas a izquierda y derecha, la maquinaria daña en un sentido.
Y seguimos sin saber qué hacer. No lo supo António Costa, que dimitió por sospechas que quedaron en nada cuando las examinó la justicia. Tampoco lo supo Jacinda Ardern: aguantó la presión hasta que no soportó más el desgaste.
Al leer tu carta por fin hemos comprendido dónde está el límite: en la resistencia humana al golpe. En eso consiste ser un líder progresista en el mundo de hoy: saber cuántos puñetazos en la mandíbula puedes soportar. Hemos pasado de la deslegitimación del Gobierno a la destrucción personal. Primero, cinco años de desgaste político, un día tras otro, una semana tras otra, un mes tras otro. Como no parecía surtir efecto, ahora meten en la trituradora a la gente que quieres, porque eso es lo que más duele. Saben que puedes aguantar muchos golpes en tu mandíbula, pero no en la de Begoña.
Ahora nos has dicho que eres fuerte pero también vulnerable. Por eso te admiro más. Tu carta marca el fin del simulacro: dejemos de seguir fingiendo que esto es normal. Estoy de acuerdo. Para preservar la democracia hemos de frenar los ataques que dinamitan su esencia: una competición justa entre adversarios políticos. Y es la derecha que aún se tiene por demócrata la que debe poner un límite: no jugar sucio..
Se trata de algo que no está en tu mano, por eso entiendo que te tomes unos días para reflexionar. Si hay una posibilidad de que sigas, te diría que pienses en la gente que necesita tus políticas. Podría citar muchos ejemplos, pero mencionaré tres: los palestinos, los receptores del salario mínimo, los pensionistas. Si decides marcharte, te seguiré respetando y admirando. Te volveré a llamar Pedro.