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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

'À qui la faute?'

12 de junio de 2024 21:54 h

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A la política habitual la reemplazó un atroz sentimentalismo de masas, compuesto de ira, miedo, resentimiento y autocompasión

¿De quién es la culpa? ¿Por qué millones de votantes en el continente eligen opciones de extrema derecha, objetivamente liberticidas o decididamente absurdas e incompetentes? No son idiotas. Son ciudadanos que expresan su indignación, su malestar y su defección. La respuesta no puede consistir en afirmar que están equivocados, que están mal informados, que están manipulados. Demasiado sencillo. Además de un voto contrario a sus propios intereses y a los del interés general –olvidado concepto que es el sostén de todo sistema democrático– , es un voto antisistema, un voto rupturista y un voto que significa que-os-den ¿Hay algo más? ¿Hay más responsabilidades? ¿Tienen alguna culpa la izquierda y los conservadores de lo que sucede? 

Emmanuel Macron reconocía en público la suya, que es la de muchos más gobernantes, la de muchos más partidos también en nuestro país: “asumo mi responsabilidad por no haber aportado respuestas bastante rápidas y radicales a las inquietudes legítimas de esos ciudadanos”. Es importante reconocer que todos los que usan un voto de castigo o que se dejan llevar por las fáciles e inoperantes soluciones que les ofrecen populistas, ultraderechistas o payasos no están soñando sus dificultades ni sus frustraciones o la falta de respuesta del sistema. 

He oído analizar el ascenso del tal Alvise en nuestro país y achacarlo a problemas inventados, a falta de información, a la existencia de pseudomedios y todo por no reconocer que entre esos votantes hay gente que sabe lo que pasa, que conoce también el contenido de los medios tradicionales pero que ha decidido romper la baraja, hacerse visibles y mandar al cuerno todo. El colega Antonio Maestre hacía un experimento en redes pidiendo a los votantes del citado personaje que le escribieran contándole sus razones. Y razones le dieron dialogando. Razones que podemos no compartir, pero que no podemos anular ni despreciar. ¿Nadie más que los votantes europeos de opciones radicalmente contrarias a los principios democráticos comunes tiene la culpa de este incremento del voto ultra en España, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Italia y en tantos otros? ¿Son los votantes, que votan mal, o son los dirigentes democráticos los que no saben escucharles y arbitrar soluciones para los males que al parecer les aquejan? ¿Se puede gestionar una democracia obviando que una parte de la población plantea malestares concretos por mucho que nos parezcan absurdos o que no queramos asumirlos?

Miren el caso francés. En el debate preelectoral el aún primer ministro Attal debatía con el triunfante candidato lepenista Jordan. Fue el retrato de un fenómeno. El joven enarca instalado en el poder, culto, de familia acomodada, criado en los mejores barrios de París le discute que la inmigración no causa problemas ni es la causa de los problemas de seguridad al joven de barrio bajo, sin estudios universitarios, hecho a sí mismo en redes. ¿No responderá esta dinámica a un alejamiento de las élites progresistas de los problemas reales de los barrios, de las periferias, de los lugares en los que la fricción de la convivencia se hace sentir? ¿No hay un alejamiento de la frustración de los jóvenes? Observen, por ejemplo, el nuevo caso exitoso en Alemania, el de Sara Wagenknecht, comunista en su juventud y luego militante de Die Linke que, junto con su marido, ex líder socialdemócrata, se presentó a las europeas bajo las siglas BSW. Su programa electoral se resume básicamente en una política social de izquierdas (incluyendo subida de pensiones y salario mínimo interprofesional) y la promesa de un control migratorio en un país “que está ya saturado”. No sólo ha conseguido el 6,2% de los votos –el 13% si solo se cuenta la Alemania del Este– sino que ha arrastrado 520.000 votos de la SPD socialdemócrata y 410.000 votos de la izquierda de Die Linke. No sé si es la respuesta buena, pero es una izquierda buscando respuesta para esos ciudadanos y ha funcionado. 

¿De quién es la culpa de este ascenso? ¿Quién puede acabar con él? Mientras algunas formaciones obtengan beneficios de confrontar con ellos resulta difícil. No voy a pensar que es casual el empeño de Pedro Sánchez de mentar a Alvise un día sí y otro también en entrevistas y en el hemiciclo después de que Tezanos lo metiera en el CIS de un día para otro. ¿Es buena idea? ¿Es necesario? ¿Es eficiente para poner freno al avance de estas corrientes malignas y peligrosísimas para la democracia? A lo mejor para crear alianzas sanitarias, movilizar voto y hacerle una pinza a la oposición, sí. Permítanme que dude de que sea bueno para el interés general, insisto, ese concepto tan olvidado por nuestros dirigentes.

Se lo decía el domingo y lo repito ahora: es absolutamente imposible que la izquierda en solitario logre cerrar el paso a las corrientes de ultraderecha y antidemocráticas que recorren Europa. Ni en nuestro país ni en ningún otro. Sólo la oposición conjunta de democratacristianos, conservadores, liberales, socialdemócratas y el resto de la izquierda puede funcionar. Eso sucedió durante la II Guerra Mundial y eso mismo lleva sucediendo en Francia desde 2002, cuando se produjo el primer duelo en segunda vuelta entre Chirac y Le Pen padre. Eso es lo que espera Macron que vuelva a suceder en Francia en la segunda vuelta de las legislativas convocadas por sorpresa y contra el deseo de Marine Le Pen. 

¿De quién es la culpa? ¿No tendremos todos alguna? 

Ahora sigamos limitándonos a llamar a esos votantes imbéciles o fascistas, nos irá de fábula.