Andaos con ojo, si lo que queréis es ponerme nerviosa, vais listos..., ha venido a decir Ana Botella. Tras décadas de matrimonio con José María Aznar, nada hay en este mundo que pueda ponerla tensa. Es la mujer nofrost. Cuanto más le quieran mover la silla, más tranquila se irá a ese spa portugués que reserva para las grandes ocasiones. Lo imposible ha sucedido, Mariano Rajoy parece haber encontrado a alguien tan resistente que él mismo. A Ana Botella no la saca de su palacio de princesa de Madrid ni la pareja de la Guardia Civil.
Cuanto más cae el Partido Popular en las encuestas, más nombres se incorporan al casting de heroínas conservadoras capaces de enamorar de nuevo a un votante popular de quien todas las encuestas dicen que anda muy enfadado. Dado que no le van a devolver ni su voto, ni su dinero, el votante conservador tiene ganas de hacer sangre, y ya no se chupa el dedo tanto como antes.
Primero irrumpió Esperanza Aguirre, la yayotoyota indignada. Se presentó como la liberal con mano de hierro capaz de poner fin al reinado de terror de los agentes de movilidad del ayuntamiento. Pero tras un arranque fulminante, la lideresa se ha desinflado un poco. Ella solo juega cuando está segura de ganar y las encuestas dicen que eso ya sólo lo garantizaría la caída de otro asteroide que acabe con los votantes de izquierdas igual que con los dinosaurios.
Luego hizo el paseíllo la consejera Lucía Figar, azote de herejes y paladina de la educación separada en guetos sexuales. Sólo fue un entretenimiento para despistar y poner nerviosa a la alcaldesa. Pero a fuerza de golpes, Ana Botella ya se ha convertido en una depredadora política avezada. La sparring le duró menos que un caramelo a la puerta de un colegio.
Cuentan que en el partido muchos intentaron convencer para que candidatase a Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta Maravilla. Ella no ha llegado donde ha llegado a base de hacer gilipolleces, así que naturalmente nunca quiso, ni dio a entender que quisiera. Pero en este caso la alcaldía de Madrid resulta accesoria. El objetivo es apartarla de Moncloa como sea. Su amiga de la muerte, María Dolores de Cospedal, no perderá ocasión de susurrar al oído de Rajoy lo bien que luciría Soraya en el cartel de Madrid.
Cristina Cifuentes, la delegada Robocop, siempre ha estado ahí, haciendo guardia. Ha convertido cada protesta ciudadana en un acto de su campaña para la alcaldía. Ella siempre ha estado convencida de que el camino hacia el poder municipal venía escoltado por antidisturbios. Tras dar a entender que lo de las protestas ya lo ha arreglado ella a base de hostias, adopta ahora ese aire misterioso de “sé algo que vosotros no sabéis, pringados”, y dice que no va a entrar el el asunto de las candidaturas “para que nadie se ponga nervioso”. Que en cristiano quiere decir: “Mariano, soy tuya. Si me quieres, nomíname ya”.
El casting no ha terminado. Ninguna convence del todo y para que la trampa de que sea el alcalde el más votado funcione, primero hay que ser el más votado. Si tienes ganas, eres emprendedora, te apetece y no te da miedo Ana Botella, manda tu currículum. En el Partido Popular hay una alcaldía esperando candidata.