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Yo quiero pagar impuestos

Se debaten los Presupuestos de las Administraciones Públicas para el próximo año, que resulta que es un año electoral. Y la tentación de los políticos en año electoral es decir que se bajan los impuestos en la esperanza de conseguir más votos de algún incauto votante.

Pues bien, quiero anunciar que mi humilde voto no será para quien me prometa que bajará impuestos. Yo quiero pagar impuestos. Y quiero que lo paguen mis conciudadanos, con la máxima equidad.

A los que se dicen liberales, les encanta decir aquello de que el mejor destino para un euro es el bolsillo de cada ciudadano porque él sabrá mejor que nadie emplearlo de la mejor manera. Esa afirmación refleja una vez más que, en este país, definirse como liberal equivale a proteger los intereses de los más ricos. Porque el liberalismo se olvida cuando hay que proteger a los bancos o a las grandes empresas eléctricas o constructoras. Porque ese euro en el bolsillo de cada ciudadano no significa de CADA ciudadano, sino de los ciudadanos con altos ingresos.

El mecanismo del mercado genera desigualdades crecientes. Es un juego del Monopoly en el que unos pocos tienen todas las calles, con casas y hoteles, mientras que la inmensa mayoría de la población va cayendo de casilla en casilla, sin más posibilidad que pagar y pagar. Como tantos estudios (tanto de investigadores como de organismos internacionales, tanto de ongs como de las propias estadísticas oficiales) demuestran, la desigualdad y la pobreza no han parado de crecer en los últimos años. En España, una de cada cuatro personas está en situación de pobreza y riesgo de exclusión social. Y el porcentaje es aún mayor entre la población infantil.

Por ello, es bueno, es necesario, que exista un Estado que garantice unas rentas mínimas para que nadie pase hambre, que asegure unos servicios adecuados de educación y sanidad a toda la población, que permita que todo ciudadano, independientemente de su renta, tenga acceso a unos niveles de vida dignos.

Yo quiero aportar mis impuestos para que eso ocurra. Yo no quiero que falte dinero para los servicios públicos, yo no quiero que haya niños con dificultades para comer cada día; yo no quiero que se cierren camas hospitalarias ni que se retrasen revisiones u operaciones importantes por falta de personal; yo no quiero que se cierren escuelas públicas ni que se deje morir la ley de dependencia; yo no quiero que mi ciudad esté cada día más sucia y destartalada ni que se caigan los árboles; yo no quiero que se hipoteque el futuro del país cortando la financiación de las universidades y la investigación; yo no quiero que los parados carezcan de cobertura; yo no quiero que los jubilados pasen problemas crecientes porque las pensiones menguan y les cobran cada vez más servicios; yo no quiero que la justicia sea lenta e ineficaz ni que los corruptos gocen de impunidad; yo no quiero que el Estado se endeude por falta de ingreso y quede a merced de los bancos y destine la mayor partida presupuestaria a pagar intereses…

Todo eso está pasando, porque esos euros en el bolsillo de los ciudadanos (sobre todo, de determinados ciudadanos) no pueden impedir, más bien provocan, el deterioro del gasto público. Hay muchas cosas que solo son posibles de forma eficiente si sacamos dinero de los bolsillos de cada uno y los ponemos en común para obtener ventajas para todos. No es (solo) sentido público, cooperativo y solidario, es egoísmo. Porque al final esa suma de pocos hacen mucho. En el fondo, es un seguro porque en cualquier momento o yo o los míos necesitaremos de forma imprescindible que esos servicios funcionen y funcionen bien.

No digo que pagar impuestos sea un plato de gusto. Ni que quiera pagar más de lo que me corresponda. Solo que comparo los costes que me supone pagar impuestos y los beneficios que recibo y que recibe toda la sociedad, y ya no tengo ninguna duda.

Esfuerzo colectivo

Claro que, para que todo eso marche correctamente, no basta con que yo pague mis impuestos. Hace falta que paguemos todos y con arreglo a nuestra capacidad. No quiero que los más ricos encuentren sociedades y otros vericuetos legales para no pagar, no quiero que profesionales y comerciantes oculten sus ingresos, no quiero que las rentas de capital (y menos aún las especulativas), tengan un trato de favor respecto a las rentas de trabajo, no quiero que los grandes patrimonios ni las grandes herencias apenas tributen, no quiero que el empleo sumergido y los pagos en negro queden impunes. Por eso quiero una legislación más progresiva y que parte de mis impuestos se destinen a reforzar los servicios de inspección fiscal y laboral.

Hace falta que los recursos colectivos se gestionen eficientemente, claro. Pero es mentira que la gestión más eficiente sea la privada. Hay continuos ejemplos, aquí y en otros países, de cómo la privatización de la gestión de servicios público ha conllevado de forma evidente una peor calidad y un encarecimiento. Hay continuos ejemplos de que, años después, ha sido necesaria la intervención pública porque la gestión privada había llevado a la quiebra al servicio. Con lo que los presuntos ahorros se tornaron en gastos desproporcionados.

Hay buenos y malos gestores en el sector público y en el sector privado. Por eso quiero que se arbitren los incentivos y desincentivos adecuados que diferencien a los que hacen bien las cosas de los que lo hacen mal. Y justicia rápida para los corruptos.

Sé que, al poner esos euros en la bolsa común, el juego democrático puede llevar a que no todos los gastos que se emprendan me gusten. Pero no por ello dejaré de pagar mis impuestos. Porque no quiero que nadie pueda alegar ese (ni ningún otro) pretexto para reducir sus aportaciones. Lucharé democráticamente porque predomine mi orden de prioridades frente a otras. Con escritos, manifestaciones y debates. Con aplausos y con protestas. Y con mi voto. Porque no da igual votar a unos que a otros.

España con un nivel de gasto público cinco puntos por debajo de la media de porcentaje del PIB de la UE, tiene todavía mucho que mejorar en sus servicios públicos a la ciudadanía. Por ello es todavía más grave que los próximos presupuestos opten por bajar todavía más el nivel de nuestros servicios porque se han bajado los impuestos buscando réditos electorales.

Yo sé que quien me dice que va a bajarme los impuestos me está diciendo en realidad que va a reducir el nivel de los servicios públicos, que va a permitir que se incremente la desigualdad, que va a hipotecar el futuro de nuestra economía… No estoy dispuesto a apoyar tal cúmulo de despropósitos. No con mi voto.

Este artículo refleja exclusivamente la opinión de su autor.