La llamada cuestión catalana siempre ha sido una gran aliada electoral para el PP fuera de Catalunya. Cada subida de tensión con los independentistas le daba a los populares un plus de votos muy celebrado en la calle Génova. Siempre ha sido así pero hay quien empieza a creer que el actual arreón final puede convertirse en un búmeran contra ellos.
Tras el shock de la derrota electoral de 2004, el 11M y Catalunya se convirtieron en las agarraderas políticas y electorales de un PP grogui. Hace ahora doce años, Rajoy recorrió toda España recogiendo firmas contra el Estatut en una gira que derivó en muchas ocasiones en un aquelarre contra Catalunya, o así al menos se entendió allí.
El propio Rajoy le permitió a Arenas llenar las radios andaluzas con unos infames anuncios en los que se acusaba a Zapatero de obligar a todos los niños a hablar catalán. Hubo boicots contra productos catalanes y grandes manifestaciones llenas también de banderas en defensa de la unidad de España. Todo con la calculadora electoral de Arriola en la mano echando humo.
El PP culminó su estrategia recurriendo ante el Tribunal Constitucional el Estatut ya aprobado por los catalanes, por cierto en un referéndum, no está de más recordarlo porque escuchando a los independentistas parecería que en Catalunya no se ha podido votar nunca.
La sentencia que anuló la parte más simbólica del texto fue utilizada por los soberanistas como prueba definitiva de que ya no tenían cabida en España. Y allí comenzó el mambo como dirían los de la CUP.
Poco importó aquello en la dirección del PP porque en aquel momento estaban de fiesta permanente preparándose para llegar con mayoría absoluta a Moncloa a lomos de una crisis económica que abrasaba a Zapatero. Los líos con Catalunya le sonaban muy lejanos a Rajoy, convencido además de la absurda teoría del suflé.
Rajoy se instaló en Moncloa y se sentó a esperar a que bajara la fiebre, sin mover un dedo, sin escuchar a nadie, ni a Rubalcaba que se lo advirtió desde su primera reunión en 2012, ni a Duran i Lleida que se lo repitió una y otra vez, ni siquiera a sectores templados de su partido que empezaban a ser conscientes de lo que se venía encima. Nada. Esta semana incluso ha defendido en la sesión de control al Gobierno su famoso inmovilismo con una de sus frases lapidarias: “cuando no sabes a dónde ir, es mejor quedarse quieto”; toda una declaración de estadista: si no se qué hacer con lo de Catalunya, no hago nada.
Y así fueron pasando los años mientras se permitía despreciar propuestas como la de la reforma federal de la Constitución que presentó el PSOE en 2014. Hace más de 3 años se hubiera podido empezar a trabajar en la comisión propuesta por los socialistas a la que ahora sí quiere aferrarse el PP como prueba de que es dialogante. Tarde piaches, como se dice en mi tierra, que es la misma de Rajoy. Ahora, puede ser demasiado tarde.
Y el problema es que algunos empiezan a temer en la calle Génova que todo lo bueno que tiene hoy ante la opinión pública la imagen de un Rajoy salvador de la ley, la Constitución y la patria pueda derivar en la constatación de que si esto se pone feo, y se está poniendo muy feo, los españoles puedan empezar a pensar que Rajoy no es la persona adecuada para resolver este gigantesco problema y que se le pueda empezar a ver desbordado por los acontecimientos. Los titubeos de Juncker o editoriales como el de Le Monde pidiéndole que siga el ejemplo de Cameron no han caído bien en Moncloa. Y además los sectores mas integristas de la derecha española ya han empezado a levantar la voz y a exigirle mano dura.
De momento su respuesta ha sido prudente y pactada con el PSOE y con Ciudadanos pero el ardor de la fiscalía general del Estado anunciando que está dispuesta a detener a cientos de alcaldes independentistas o la cruzada del juez madrileño que prohíbe que se habla si quiera del referéndum no son buenos síntomas.
Una escalada de tensión verbal e incluso en la calle que nos acabe metiendo a todos en un callejón sin salida podría convertir a Catalunya en un peligrosísimo búmeran para Rajoy. Es cierto que hasta ahora los ha esquivado todos pero un día se le puede acabar la baraca.