No han pasado aún ni dos semanas de las elecciones y el presidente del Gobierno ha aprovechado una comparecencia con su homólogo marroquí para poner en marcha la estrategia del miedo. Del miedo a la izquierda, claro. En la sala de prensa de la Moncloa, en el momento en que tenía que dar cuenta de una reunión bilateral con Abdelilah Benkirán, Mariano Rajoy arremetió contra Pedro Sánchez porque, según él, está cayendo en la radicalidad y el extremismo izquierdista y pone en riesgo la estabilidad y la recuperación económica del país.
No es que el inquilino de la Moncloa se haya vuelto loco y crea que el líder del PSOE es la rencarnación del Ché, de Mao o de Lenin, no, pero quiere hacerle creer a la ciudadanía que es poco menos que el Durruti del siglo XXI y que traerá la anarquía. Todo porque los socialistas van a ayudar a las plataformas ciudadanas de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Cádiz o A Coruña a conseguir la alcaldía de esas ciudades y a Compromís a lograr la de Valencia, y que el PSOE puede recibir el apoyo de Podemos para gobernar en Castilla-La Mancha, Aragón, la Comunidad Valenciana y Baleares, en las dos últimas en un pacto con más formaciones, además de Asturias y Extremadura en las que ha sido primera fuerza.
Ese cambio de gobiernos solo parece drámatico para el PP, porque será el reflejo del batacazo. Como Rajoy eludió explicar al día siguiente de las elecciones que la pírrica victoria iba a dejar al PP con muy poco poder territorial, ahora ha decidido seguir ocultado esa realidad con la matraca del desorden y la inseguridad. Porque antes de que acabe el mes los peperos habrán dejado de controlar prácticamente todo el mapa territorial para gobernar solo en La Rioja, Castilla y León y Murcia, además de Galicia donde no hubo elecciones autonómicas el 24 de mayo, y habrán perdido un buen puñado de alcaldías importantes, la de Madrid, sin ir más lejos.
Esa estrategia del miedo a la inestabilidad es la misma que utilizarán durante la campaña de las generales. Aún creen que es la que les puede dar buenos resultados. Esa y la de decir que España va bien y es la envidia del mundo civilizado, que, por lo que se vio el 24 de mayo, no le han reportado muchos réditos electorales. Porque, en contra de lo que cree esa derecha del orden y la mano dura, a la inmensa mayoría de los ciudadanos no les preocupa si hay un gobierno de coalición de dos, tres o cuatro partidos, lo que les interesa es que las personas que lo integren administren los bienes públicos con decencia, buscando lo mejor para todos y no lo mejor para sí mismos. Les importa también que los ejecutivos autonómicos y los ayuntamientos dejen de recortar en los servicios sociales esenciales: sanidad, educación, comedores escolares, becas, ayudas a los más necesitados..., que restituyan esas prestaciones al nivel en que se encontraban antes de la crisis y que las mejoren.
Parece que el PP no se ha enterado todavía de que lo que genera inestabilidad, daña la recuperación y la imagen de su tan querida marca España no son gobiernos municipales y autonómicos de izquierda sino las tramas de corrupción incrustadas en esas administraciones, como la Gürtel o la Púnica, por poner un ejemplo. ¿Por qué iban a confiar más los inversores extranjeros y la propia Unión Europea en gobiernos en los que han florecido redes corruptas que en políticos que pretenden acabar con esas prácticas y gobernar por el bien general? A esa pregunta muchos ciudadanos españoles ya dieron respuesta el 24-M. Por eso habrá tantos equipos de izquierda en ayuntamientos y comunidades. Aunque a Rajoy no le guste.