Quienes ingenuamente creían que Mariano Rajoy podía rectificar y que el diálogo aún era posible no han tardado mucho en comprobar la vanidad de su sueño. No han pasado ni 48 horas desde la “razzia” de la Guardia Civil del lunes para que el fiscal general haya ordenado la apertura de una causa por sedición, seguramente contra los líderes de Omnium y ANC, y para que el ministro del Interior anuncie el envío de más policías a Catalunya. “Para poder poner bajo sus órdenes a los Mossos d’Esquadra” ha dicho el Gobierno catalán. Con el fin de reprimir a fondo la movilización popular. Y antes del 1-O pueden pasar cosas aún más graves. Y no digamos el día mismo de la consulta.
No es impensable que miembros del Govern, y Puigdemont mismo, estén para esas fechas en la cárcel. Tampoco que las calles de las principales ciudades catalanas estén tomadas por la Guardia Civil y los antidisturbios para impedir concentraciones y manifestaciones y la votación misma. Sobre todo esto último. Puede pasar de todo si eso ocurre. Habrá que ver qué hace la policía catalana. Una ley de 1986 podría ser invocada para ponerla a las órdenes de los cuerpos estatales. ¿Se negará el mayor Trapero a obedecerla? Si algo de eso se produjera, el conflicto ascendería a otro nivel: el de la confrontación entre fuerzas policiales distintas. Casi una guerra.
Más allá de hipótesis tremendistas, que desgraciadamente pueden verificarse, lo que está claro es que el Gobierno del PP no está dispuesto a permitir que se celebre nada que se pueda parecer a un referéndum. Y, por otro lado, también es evidente que los líderes independentistas no van ceder. No hay duda de que saben perfectamente lo que les puede caer encima. Pero mantienen su posición. La declaración de Puigdemont en la tarde del jueves tenía algo de anuncio de tragedia.
Y hay una tercera certeza. La de que después del 2 de octubre las cosas estarán peor que nunca. ¿Qué diálogo se puede entablar con los líderes de un movimiento que están en prisión o amenazados con largas condenas? Únicamente el de su amnistía. Muy improbable, además. Pero ninguno que permita abordar los problemas reales que han empujado al mundo independentista a emprender la vía de la ruptura. En la que hoy seguramente están muchos más catalanes de que los que lo estaban hace tan sólo una semana.
¿Había previsto Rajoy ese escenario sin salida? Seguramente sí. Tan tonto no puede ser. Pero ha sido incapaz de dirigir las cosas en otro sentido. Por su debilidad e inseguridad congénitas. Las de un líder que manda casi por casualidad y que desde hace más de una década ha dedicado lo fundamental de sus esfuerzos a evitar que los suyos le echaran del cargo. El problema que planteaban los independentistas catalanes, nacido de otros muchos, entre ellos de las barbaridades contra el nacionalismo cometidas por el PP, requería, para hacerle frente, de un político con otros registros además de ese. Y con más fortaleza y convicción de su papel como presidente del Gobierno de España. La que habría hecho falta para que se enfrentara al nacionalismo español más burdo. Para que le dijera que esta vez no se impondría. Por muchos votos que le dé. Por mucha capacidad de presión que pueda ejercer.
No se ha atrevido a enfrentarse a los duros, a Aznar en primer lugar. Y ha dejado pasar el tiempo. Porque no sabe hacer otra cosa. Y porque tampoco sabe negociar. No lo ha hecho nunca. Ha dejado correr las cosas haciendo creer, para eso estaban sus corifeos, que eso iba a resolver algo. La política es cruel: las cuentas pendientes siempre se terminan pagando. Y la de Catalunya no se iba a borrar por ensalmo. Al final, Rajoy ha terminado actuando como un gobernador civil del franquismo, que se limitaba a aplicar la brutal legislación del sistema y las órdenes que le venían desde arriba poniendo cara de que estaba haciendo algo importante.
Hay quien asegura que su deriva autoritaria le está produciendo buenas rentas electorales. Que su partido, con él a la cabeza, crecerá en las próximas elecciones, que todo indica que serán el año que viene porque el PNV no va a seguir cambiando cromos con el PP. Demasiado bonito para ser verdad. Porque si la crisis catalana deriva en lo que todo indica que va a derivar, en una rebeldía sin fin y cada vez más nutrida y dramática en defensa de sus derechos democráticos, Rajoy caerá, antes o después. Porque los influyentes de Europa sugerirán esa salida a quienes pueden propiciarla. Hoy por hoy se contienen. Pero los grandes diarios del continente condenan unánimemente la actuación el gobierno de Madrid y prevén lo peor en Catalunya. Y también porque llegará un momento en el que los poderes económicos exigirán que alguien distinto pare el desastre que en ese terreno puede provocar la citada rebeldía.
Que el PSOE, por sus errores y su debilidad, esté entrampado con este hombre clama al cielo. Más que cualquiera de las crisis internas que ha padecido, y de la que sigue sufriendo, éste es el peor momento del Partido Socialista desde su refundación en 1972. Porque no tiene ni voz ni voto en el entuerto más serio que la democracia española ha conocido desde el intento de golpe de estado de 1981. ¿Puede hacer algo Pedro Sánchez para salir de este agujero?
Su única opción es entenderse de una u otra manera con las fuerzas que están en contra de Rajoy. Con Unidos Podemos y las mareas en primer lugar. Y también con los nacionalistas, incluidos los catalanes. Para formar un frente en defensa de la democracia amenazada que ofrezca una alternativa a la inepcia autoritaria del PP. Lo de menos es cómo se formalice esa iniciativa e incluso tampoco importa si no se formaliza mucho. Lo fundamental es que desde España llegue otra voz a Cataluña. Cuanto antes mejor.
Puede que haya mucha gente en las izquierdas que, en principio, esté de acuerdo con la insensata dureza de Rajoy. Por atávicos antinacionalismos que seguramente van a seguir. Pero que en un momento como éste, y más si las cosas se ponen peor, se pueden ver durante un tiempo desplazados a un segundo lugar ante el espectáculo de una derecha que actúa como Franco. Ojalá.