“¿Son gafas graduadas?”
La pregunta fue formulada hace dos días por el diputado popular Carlos Floriano, un hombre que, hasta donde sabemos, ve perfectamente. Se refería a las gafas de sol que Pedro Sánchez lució dentro de un helicóptero y también dentro de un avión. Unas gafas que el país entero pudo apreciar gracias a la nueva y dinámica política de comunicación de la Moncloa.
No fue, en justicia, la única pregunta que formuló el señor Floriano. Hubo siete más, y todas orbitaron en torno a lo mostrado en aquellas espontáneas sesiones de fotos. El resto de las preguntas, sin embargo, parecían responder a una cierta estrategia política. Con sus cuestiones, Floriano pretendía poner de manifiesto que el uso de un helicóptero para según qué desplazamientos podría constituir un derroche innecesario del sudor de los españoles (sudor que, no hay duda, podría destinarse a fines más nobles).
Teme quizá el PP que el síndrome de la Moncloa haya afectado de forma prematura al ánimo de Sánchez, emborrachándole de poder en tiempo récord. No es descabellado pensar que, entre la inesperada resurrección política, los piropos en inglés y la sonrisa de Merkel, Sánchez esté a un tris de perder la chaveta. La preocupación de Floriano es, por tanto, un acto de responsabilidad no solo democrática sino también humana. No puede esperarse menos de un buen cristiano.
Eso, sin embargo, no explica la extraña pregunta sobre las gafas. Recordemos: “¿Son graduadas?” Existe la posibilidad, es cierto, de que Floriano simplemente se haya encaprichado con unas gafas como las del presidente. Que quiera dejarse ver con ellas por el puerto deportivo y el club de golf. Pero, de ser este el caso, el popular habría preguntado también por la marca y por el precio. Además, ¿por qué no mandarle un whatsapp al presidente? ¿Por qué una interpelación parlamentaria?
Analicemos el fenómeno como, sin duda, lo habrán analizado los estrategas del PP. Llevar gafas de sol en un interior puede ser síntoma de fotofobia, intolerancia ocular que, dicen, afecta a Pedro Almodóvar y a Jack Nicholson. No parece ser este el caso de Sánchez, un hombre cuyos ojos hemos visto ante cientos de focos y ante toda clase de cielos despejados. ¿Por qué no quitarse las gafas entonces? La respuesta es evidente y Floriano lo sabe. Todos lo sabemos. Sánchez se siente sexy con ellas. Se sabe elegante, arrebatador, handsome. Si no puede conquistar nuestro corazón, conquistará nuestro bajo vientre, porque en el amor y en la guerra todo está permitido. El tal Redondo, su celebrado asesor cazarrecompensas, sin duda le animaría: “¡Póngaselas, presidente! Four more years!”. Y en ese pequeño gesto ha visto el PP el talón de Aquiles de Pedro Sánchez, una grieta por la que colarse y recuperar el poder. Sin Rajoy, sin Aznar, sin ETA y con los nombres de sus abuelos despojados de las calles, los conservadores se aferran a la vanidad del presidente, ese terrible veneno que, en el pasado, ya tumbó a prohombres como Napoleón Bonaparte.
En unos días, el Gobierno responderá por escrito a las preguntas de Floriano. Descubriremos entonces si Sánchez sufre de astigmatismo o, como todo hace indicar, es una víctima de la Vogue. Sea como sea, se trata de una cuestión de suma importancia para nuestro país que solo una oposición atenta puede y debe denunciar. Los negros, ya si eso, que se ahoguen.