Al tiempo que buena parte de los medios de comunicación españoles, y no digamos los tertulianos, desvelan cada día hechos que según ellos van a cambiarlo todo, la prensa extranjera ha dejado de ocuparse de la política española. Salvo en ocasiones muy puntuales. Y no porque lo que pueda ocurrirnos no le interese, que la preocupación por nuestras debilidades económicas sigue siendo muy alta, sino porque no hay noticias que sostengan una corresponsalía cabal. Y es que, visto fríamente, lo que hay en la crónica española es, sobre todo, ruido, griterío, si no manipulación burda y sistemática de la verdad. Sin embargo, la realidad sigue ahí, actuando a su ritmo, que no es de los medios y los gabinetes de comunicación. Y puede deparar no pocas sorpresas.
En el terreno político, la nota principal de lo que realmente está pasando es que una parte significativa de la ciudadanía parece dispuesta a apoyar un cambio. Esto es, quiere que el sistema de poder que ha estado vigente en las últimas décadas sufra una modificación sustancial. Que los que han venido mandando dejen de hacerlo o que manden mucho menos. O que, de una vez por todas, muerdan el polvo.
Es más un sentimiento, una reacción, no pocas veces airada, que un proyecto político. De ahí que buena parte de la gente que se ha colocado en esa postura –sobre todo en los sondeos, pero ahora también en la calle– no sea muy exigente con los partidos que la encarnan. Con Podemos y con Ciudadanos. Y sobre todo con el primero que sigue siendo la opción más sólida. No le piden que concrete su programa, que diga lo que hará si se hace con el gobierno.
Les basta con que sea una opción consistente. Porque creen que eso, por sí solo, producirá cambios. Aparte de que pocos de ellos ven a Pablo Iglesias en La Moncloa. Ni tampoco atisban las coaliciones que le permitirían participar del poder. O las desechan, por el momento. Lo suyo es la contestación, que no es poco. Lo cual, más que motivo de desalificación, es normal. Porque todo ha ido demasiado rápido, sobre la marcha, para esperar mucho más.
Pero con sus limitaciones y particularidades, Podemos es ya una referencia muy importante del panorama político español. Y nada indica que vaya a dejar de serlo de aquí a que se celebren las elecciones generales. Lo dicen los sondeos, lo confirma la lógica. Podemos tendría que hacer barbaridades impensables –del tipo de proponer un programa electoral bolivariano, o bolchevique, o de anunciar pactos con el PP y el PSOE– para que una parte sustancial de los 3 o 4 millones de ciudadanos que dicen que apoyan al partido de Pablo Iglesias dejaran de hacerlo de repente.
La opción por Podemos es sólida, responde a hartazgos y decepciones muy profundas, y no parece que pueda deshacerse en el corto y medio plazo. Y menos por algunas irregularidades en las cuentas de sus dirigentes que saquen a pasear los servicios de información. Que siendo lo que sean, son ridículas frente a lo de los ERE o lo de Bárcenas. Y la gente lo sabe.
Además, y denuncias aparte, los rivales de Podemos no están haciendo nada que frene su marcha y, lo que es peor para ellos, no dejan de hacer cosas que la consolidan. La corrupción, el principal motor del desapego hacia los grandes partidos, no deja de ser noticia y todo indica que va a serlo aún más en los meses que quedan para las elecciones. Por muchas trampas que haga, la imagen del PP y la de sus dirigentes están indeleblemente marcadas por sus escándalos. Y cada vez más. La del PSOE también. Sobre todo en Andalucía. Para colmo, los socialistas han entrado en una crisis interna a la que no se ve salida. Y los sondeos les son cada día más negativos: no se ha dado mucho relieve a la noticia de que los socialistas baleares estudian proponer un pacto electoral con Podemos. Pero es un indicador muy elocuente.
El lío interno de Izquierda Unida tiene cada día peor pinta. UPyD ha perdido el paso. La única opción que no va a peor, sino todo lo contrario, es Ciudadanos. Sus posibilidades son aún una incógnita, pero no cabría descartar que se consolidaran. Arañando incluso no pocos votos potenciales de Podemos.
En definitiva, que en España ha surgido una tercera fuerza política y está surgiendo una cuarta que pueden condicionar seriamente el devenir del futuro Parlamento. Esa es la realidad que se va afianzando por encima del griterío mediático. Es difícil entrever qué efectos políticos va a producir eso. Dependerá del estado en que queden sus rivales tras las elecciones. Pero una hipótesis va cobrando fuerza: la de que el Gobierno que surja de ese Parlamento será muy inestable y durará poco. Incluso si nace de una coalición entre el PP y el PSOE que, además de que no es una salida fácil, llevaría el germen de su destrucción desde su nacimiento. Con lo que es muy posible que haya nuevas elecciones en torno a la mitad de la legislatura.
El futuro estará pues marcado por la inestabilidad política. Ese será el resultado inevitable del desaguisado de los años pasados. Y, además, es muy posible que distintas formas de inestabilidad económica lo acompañen. Por lo que se pueda derivar en un futuro de la crisis cada vez más abierta que vive la UE y por los propios problemas de la economía española. Que siguen ahí, aunque la propaganda oficial los oculte y aunque se esté produciendo una tímida mejora en algunos indicadores económicos. De eso no se habla en las tertulias. Ni del paro catastrófico, ni de la deuda impagable, ni de que el crédito sigue sin llegar de verdad, ni de que el empleo es cada vez más precario. Pero esas son las realidades. Y más tarde o más temprano, unas y otras terminarán imponiendo su ley.