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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Recetas para un mundo mejor

14 de septiembre de 2022 22:27 h

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Según datos de las Naciones Unidas, 2,3 millones de niños y niñas de menos de cinco años mueren cada año por desnutrición. Entre los que sobreviven pese a pasar hambre, un 21% sufren un retraso en el crecimiento. Casi una tercera parte de la población mundial, o lo que es lo mismo, 2.370 millones de personas, no tienen un acceso regular a alimentos suficientes y saludables. Mientras, los países más ricos tiramos entre el 30% y el 50% de la comida disponible. Estos son algunos de los datos que la crisis ecológica y la derivada de la guerra en Ucrania aún empeorarán más y que Jordi Armadans, politólogo y experto en procesos de paz, recoge en su libro ‘Pau’ (Ara Llibres).

Avergüenza pensar que hace tres décadas un colectivo de más de 2.000 científicos integrados en el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ya alertó de los fenómenos que se producirían y de los que somos nosotros, los humanos, los responsables. Lo somos también de dejar que miles de personas mueran por intentar huir de la miseria. Y no solo eso. Como acertadamente señala Armadans en su libro, nuestros gobiernos hacen algo aún más perverso puesto que persiguen a las oenegés que intentan salvar vidas. Pasa en el Mediterráneo o en México mientras preferimos no preguntarnos a dónde van a parar las armas que vendemos a Arabia Saudí o nos limitamos a considerar una fatalidad las cifras de los obreros fallecidos en la construcción de las obras para el Mundial de Qatar. Es más que hipocresía. Es deshumanización. Callar y asumirlo como si fuesen muertes inevitables no puede ser una opción y menos para aquellos que tenemos un altavoz para hacernos escuchar.

No podemos mirar hacia otro lado cuando en programas de televisión se normaliza el negacionismo, cuando se prima el espectáculo a costa de ofrecer datos falsos, cuando se juzga a responsables de oenegés por intentar salvar vidas o cuando por intereses económicos o políticos se presenta a Marruecos como una democracia. Todo eso pasa a diario por nuestras pantallas, en formatos diversos, como si fuese normal. 

Mantenerse al margen no es una alternativa y en el actual escenario todavía menos. Las guerras, como recuerda el periodista David Fernàndez, siempre duran mucho más de lo que prometen y cuestan muchos más de lo que siempre evalúan. La que se libra en Ucrania no es una excepción y no basta solo con señalar a Putin, el responsable de la invasión. Es evidente que hay que hacerlo y tantas veces al día como sea necesario. Pero a la vez hay que exigir que se pare la guerra. José Enrique Ayala lo ha explicado mejor que nadie en este artículo. Destacaba que después de seis meses, 5.000 civiles muertos, además de al menos 9.000 militares ucranianos y probablemente más de 15.000 rusos, seis millones de refugiados, y tras una destrucción de infraestructuras por valor de casi 100.000 millones de euros, la guerra sigue y nadie sabe cuándo acabará.  

Las políticas de seguridad, como defiende Armadans, deben incluir más dimensiones que la militar. Actualmente las principales amenazas que tenemos y que también se calculan en muertos tienen que ver con el hambre, la pobreza, la desigualdad y el medio ambiente. Así que las soluciones no pasan por más ejércitos. Y de paso vale la pena dedicar un minuto a pensar si priorizar el poder militar no es directamente contraproducente.  

Se trata de “refrenar la destrucción”, como defiende Judith Butler. Para lograrlo hay que reforzar el Tribunal Penal Internacional y que a los criminales de guerra no les sea tan fácil declararlas y legislar para que los grandes oligopolios no puedan seguir destruyendo el planeta porque se les permite que actúen solo pensando solo en su propio beneficio. No hace falta irse muy lejos para tener cifras que ayuden a entenderlo. Las seis compañías energéticas que forman parte de IBEX 35 multiplicaron por cuatro sus beneficios en 2021. Durante la primera mitad de este año las tres grandes eléctricas dispararon su beneficio un 24%. Existen ríos que están prácticamente privatizados y si fuese por estas grandes compañías seguirían recibiendo beneficios caídos del cielo.  

Sería iluso pensar que un mundo realmente justo es aún posible. Pero no deberíamos renunciar a trabajar para mejorarlo y denunciar a los que se dedican a deshumanizarlo. A no ser que hayamos decidido que ya no vale la pena seguir luchando.