Rechazo del machismo

Ya esta el balón botando en el área simplista y crispada que quería el partido de los doce escaños en Andalucía.

Los guerreros a caballo han impuesto con éxito un marco en el que al decir que hay muchísimas más mujeres asesinadas por hombres que hombres asesinados por mujeres aceptamos implícitamente, en este contraataque alarmado, la idea que nos quieren imponer: matan los hombres como matan las mujeres, empate. Esto no es solo machismo, es conflicto, conflicto entre pares; las feministas son brujas culpables. Matan todos. En este cuadro, desaparece el machismo. Se privatiza el problema.

Quieren los machistas del nacionalcatolicismo de Cuelgamuros armar una versión del contencioso que haga que este desaparezca para así cohesionar a los propios y dar munición a las conciencias de los dubitativos. Sí, hay hombres que matan a mujeres, pero también, oiga, mujeres que matan a hombres. Se acabó el debate. Empate infinito. Otra de gambas.

No hay cosa que perturbe más a las conciencias biempensantes reaccionarias que las ideas, y la narración de los hechos, que ponen en cuestión su estatus.

Lo cierto es que los hombres asesinan a las mujeres porque sienten que son de su propiedad, las asesinan cuando ven que dejan de ser suyas. Los hombres las asesinan a ellas o a sus hijos, violencia vicaria se llama esto. Es una cuestión de poder. No pueden, los que defienden la testiculina como argumento supremo, con esta evidencia. Los hombres asesinan a las mujeres porque están imbuidos de que las mujeres son suyas, una pradera para cabalgar. Descanso del guerrero, que decía Blas Piñar en los setenta.

Lo que hace el partido de los doce escaños en Andalucía, y vete a saber cuántos en el Congreso, es establecer que el hombre sufre a manos de la mujer, que la mujer es mala malísima y presenta denuncias falsas (y otras alharacas) y que esto es ‘muy complicao’. Como se decía por los equidistantes en los tiempos de ETA: el problema vasco es muy ‘complicao’, lo cantó Sabina.

No tienen los ultras datos que sostengan su discurso, y cuando se les piden se quedan en blanco.

A Abascal le preguntaron cuál era el porcentaje de inmigrantes en España. No supo qué contestar. Lo lleva en su programa electoral, bien arriba, pero no tiene ni repajolera idea de cuántos son. Se inventa el problema para ofrecerse como solución en la misma frase. Acabar con la inmigración con urgencia, para así tranquilizar a sus votantes, algunos de ellos inmigrantes ya con papeles, como ocurrió antes con Le Pen en Francia: ponga un magrebí en sus mítines, que así no le podrán llamar xenófobo. Tanto con la inmigración como con la sangrante violencia machista se crea por los populistas ultras un lugar de enunciado, se inventa un problema que no existe para acudir urgentes al rescate con soluciones todo a cien: que se vayan, o que se hagan católicos de golpe, o votantes de Abascal; que se apoye a los hombres víctimas, pobres.

El caso es que después de la ley de 2004 contra la violencia machista, después de más de mil mujeres asesinadas por más de mil hombres, después de decenas de niños asesinados pos sus padres machistas, de hombres encarcelados que no creen que hayan hecho algo malo, después de Ana Orantes –que en 1997 contó en Canal Sur su tortura y al hacer ese ejercicio de libertad fue asesinada por su marido torturador–, después de mil historias de miedo en las mujeres que los medios no siempre hemos contado, llegan unos a caballo y dicen que esto es un empate, que aquí mata todo el mundo. Ni un puñetero dato, porque no lo hay.

Aceptar el marco conceptual del machista, aunque sea para rebatirlo, implica un cierto grado de asentimiento. Aceptamos el falso marco del otro y así es más difícil llegar a la verdad.

Para la izquierda que se quedó en casa en las andaluzas, todo esto debería llevarle a pensar, a quitarse las babuchas cuando vengan más urnas y no a cabrearse cuando el resultado es inamovible .

Lo malo es que lo que dicen de las mujeres los del partido de los doce escaños en Andalucía es compartido por gente que se siente progresista, así en la tierra como en la red. Comparten el hartazgo respecto de los avances de las mujeres en su lucha por la igualdad, los que modifican su estatus privilegiado. Comparten a veces esa palabra horrible, a la que no haré propaganda, y que une feminismo con Holocausto, nada menos, en un mismo sintagma.

Acaban de rescatar en Murcia a una mujer llena de moratones, a la que su pareja había encerrado en una despensa. Tenía esta mujer heridas en la cara y los brazos en alto, en disposición de evitar más golpes.

Y acaba el Supremo de fijar que toda agresión de un hombre a una mujer es violencia de género.

Los periodistas, obligados por ley profesional y ética a elegir bien las palabras, no deberíamos dar pábulo a las que quieren imponer los que tienen una idea nacional-católica de la mujer. Ha costado mucho tiempo, y han tenido que morir muchas mujeres, hasta que hemos acuñado ‘violencia machista’. Antaño se decía “crimen pasional”, luego “violencia doméstica” o “violencia intrafamiliar”. Las palabras no sólo describen la realidad,  también la crean, por eso no deberíamos dar por buenas las palabras con la que se pretende tapar lo evidente: los hombres asesinan a las mujeres porque sienten que son de su propiedad.