La portada de mañana
Acceder
Israel no da respiro a la población de Gaza mientras se dilatan las negociaciones
Los salarios más altos aportarán una “cuota de solidaridad” para pensiones
Opinión - Por el WhatsApp muere el pez. Por Isaac Rosa

Un regalo para Feijóo

11 de julio de 2024 22:56 h

0

Lo que no se atrevió a hacer Feijóo, lo hizo Abascal. Romper los gobiernos de coalición. El líder de la extrema derecha cumple su amenaza, a pesar de la contestación interna y de que un sector de Vox se resistía a su decisión. Es lo que tiene el carguito, la paguita, el silloncito: que los que eran castos, puros y venían ligeros de equipaje no querían hacer las maletas ni dejar de pisar la moqueta, por mucho que digan que no tienen apego más que a los principios.   Al final se impuso la bravata de quien trata de demostrar que sólo Vox defiende a España y a Europa de la invasión migratoria. Con mentiras, con bulos y con la furia que desprende el verbo siempre llameante cada vez que Abascal pontifica. 

El divorcio, que no es de mutuo acuerdo, llegará a Aragón, Valencia, Castilla y León, Extremadura, Baleares y Murcia. Sólo en los gobiernos autonómicos. Nada se ha dicho hasta el momento sobre los más de 140 ayuntamientos donde ambas formaciones gobiernan en coalición. La excusa: el reparto por las diferentes Comunidades Autónomas de los inmigrantes menores no acompañados que el partido de extrema derecha se niega a aceptar y que los de Feijóo han asumido a regañadientes, y con un acuerdo de mínimos con el Gobierno de España.

“El señor Feijóo es el que ha decidido romper los gobiernos regionales al impedir a los líderes regionales [de su partido] votar en contra del reparto de menas. Para estafar a los españoles, para saquearlos y ponerlos en peligro, que no cuenten con nosotros”, escribió Abascal en sus redes sociales y en alusión a los 347 menores extranjeros no acompañados que serán distribuidos desde Canarias y Ceuta a las distintas Comunidades autónomas. Un reparto del que a las Autonomías  hasta ahora gobernadas por  PP y Vox les corresponden sólo 209 niños y sobre el que los populares han admitido que es “mínima y voluntaria”.

En efecto, los de Feijóo mantienen silencio sobre su posición respecto a la reforma de la Ley de Extranjería para que el reparto de menores migrantes sea obligatorio cuando una Comunidad supere el 150% de su capacidad, como es el caso actual de Canarias, porque no quieren alejarse por completo de ese populismo que relaciona inmigración e inseguridad y que da votos, aunque se trate de una cuestión de sensibilidad y de derechos humanos.

El debate sobre los menores inmigrantes invita a reflexionar sobre las barreras que separan a un mundo globalizado, sobre la situación de miles de adolescentes desamparados a merced del universo cruel de los adultos, sobre la deshumanización de la política o sobre  la imperiosa necesidad de huir del hambre o la guerra aún sabiendo que se puede morir en el intento. Y, sin embargo, aquí, en España, una de las principales economías de Europa, se impone la táctica, el regate corto, el partidismo, el odio y la deshumanización porque el discurso de criminalización de los menores inmigrantes conviene tanto a un Abascal en retroceso como a un PP que no consigue articular un marco propio que le convierta en alternativa de Gobierno. Lo que esconde la decisión es el auge de la estrambótica Se Acabó La Fiesta y el boquete que Alvise Pérez ha hecho en el electorado de Vox.

Más hubiera ganado el líder del PP tomando él la iniciativa y desmarcándose del discurso ultra y xenófobo de Vox, pero no lo hizo y prefirió asumir parte del marco antiinmigración de sus socios para no perder votos. Aún así los populares ganan hoy porque se libran -aunque por decisión no propia sino ajena- de un socio incómodo mientras los socialistas tendrán dificultades desde ahora para enjaretar en sus discursos la recurrente exhortación del “rompa usted con Vox y la extrema derecha”. 

Parece bastante obvio que la eventual ruptura es más dañina para los intereses de Vox que para los de un Feijóo a quien se le presenta una oportunidad para poner distancia con el populismo y la extrema derecha, aunque está por ver que se lo permita el sector más ultra de su partido y aquellos barones que tendrán que gobernar ahora en minoría. Un regalo inesperado para un líder sin iniciativa que está por ver cómo y si realmente le da rédito.