Cuando un “gobierno” se convierte en “régimen”

¿En qué momento un país deja de tener “gobierno” para convertirse en un “régimen”? Pocas expresiones tan intencionadas en su uso como la de “régimen”. Una palabra que contiene todo un tratado de geopolítica entre sus siete letras, y cuyo uso dibuja una clara línea roja sobre el mapa mundial: hay gobiernos, y hay regímenes.

Por supuesto, régimen es la forma abreviada de “régimen autoritario”, aunque la segunda parte de la expresión se omita. Por sí mismo, régimen no tiene significado negativo, significa “sistema político”, sin más. Pero hoy se usa para dar a entender un país donde peligran o ni siquiera existen la democracia, las libertades y los derechos humanos. Aunque a veces su empleo parezca natural, tratándose de dictaduras incuestionables, en la mayoría de casos la línea es delgada, y países con idénticas zonas de sombra en democracia y derechos son llamados “gobierno” o “régimen” en función de la estima y los intereses de quien los nombra.

Algunos parecen incontestables: el régimen norcoreano, el régimen guineano, el sirio o el chino. En otros, la expresión está consolidada aunque responde más a alineamientos geopolíticos: el régimen de Putin, o el régimen cubano. A partir de ahí, el término se usa alegremente, sin mucho rigor pero con toda la intención: ahí está el régimen venezolano, que desde Chávez es la denominación natural en la prensa de medio planeta. Y luego están los casos inverosímiles: parece difícilmente imaginable que un día hablemos del régimen noruego o el régimen canadiense.

Para la mayoría de países, ser llamado régimen por la prensa y por otros dirigentes es como colocarles una cruz: ya estás marcado, y puede que acabes cayendo algún día. Régimen es todo gobierno cuyo derribo veríamos con buenos ojos, incluso alentaríamos, incluso derribaríamos nosotros directamente. Cuando un gobierno es llamado régimen puede acabar cayéndole cualquier cosa, lo mismo una primavera que una guerra humanitaria, pasando por sanciones económicas y resoluciones de la ONU. Lo que no quita para que haya regímenes que reciben trato de aliado.

Pero hay más: el efecto que tiene el lenguaje sobre los ciudadanos, nosotros, los consumidores de información. Cómo carga las noticias, cómo las distorsiona. El hecho de que sea un “régimen” ya hace que sus asuntos merezcan más atención que los de otros países, pero además la propia expresión amplifica la gravedad de lo contado. No leemos igual “el gobierno venezolano retira la licencia a una televisión”, que “el régimen venezolano retira la licencia a una televisión”. Hay mucha distancia de un titular a otro. Aparte de que, por supuesto, cuando uno empieza la frase diciendo “el régimen”, el resto debe estar a la altura. En el ejemplo propuesto sería “el régimen venezolano amordaza la televisión opositora”. El tipo de manejos de los que suele advertirnos Pascual Serrano, y que hace que Venezuela tenga “régimen” y en cambio la vecina Colombia (con su negro historial en derechos humanos) tenga “gobierno”, o que cualquier cretino pueda hablar de “genocidio” como si tal cosa.

Cuando un país tiene “régimen”, todo lo que suceda en ese país es atribuible al régimen. Nunca diremos “la policía carga contra los manifestantes”, sino “el régimen carga contra los manifestantes”. Nunca “un juez condena a un opositor”, sino “el régimen condena a un opositor”. Y ahí está otra palabra inevitable: opositor. Todo régimen debe tener opositores, y cualquiera que haga algo contra el régimen se convierte de inmediato en un opositor que, como no se opone a un gobierno sino a un régimen, cuenta con nuestra simpatía y tiene carta blanca: contra un régimen vale todo, desde la violencia hasta el golpe de estado, como hemos visto en el “régimen ucraniano”. Y quienes lo intentan saben que pueden contar con nuestro apoyo, nuestro dinero y a menudo nuestras armas.

Qué diferente suena todo cuando nos hablan de regímenes en vez de gobiernos. Si alguien lo duda, tomemos como ejemplo España. Es cierto que a menudo oímos expresiones como “el régimen español”, “el régimen del PP”, “el régimen bipartidista”, “el régimen del 78”, pero siempre entre activistas, con intención despectiva, nunca en la prensa española o internacional, ni en boca de dirigentes de otros países.

Y sin embargo, sirvan unos pocos ejemplos para ver lo diferentes que se perciben las cosas cuando de un régimen hablamos. Imaginemos un lector europeo que a diario leyese titulares como estos:

“El régimen español aprueba una ley que endurece la represión contra las protestas”

“El régimen de Rajoy dispara a africanos indefensos y provoca quince muertes”

“El régimen del PP se enriqueció con dinero negro durante años”

“El régimen español echa de sus casas a decenas de miles de personas”

“El régimen de Rajoy acaba con el director de un diario para acallar las críticas”

“La pobreza y la malnutrición infantil se disparan bajo el régimen español”

“Miles de opositores son reprimidos por el régimen cuando se manifestaban frente al Congreso”

“El régimen del PP intenta reducir los parlamentos autonómicos para perpetuarse en el poder”

“El régimen de Rajoy recorta los derechos de los trabajadores”

“El poder judicial español, al servicio del régimen”

“El régimen español indulta a torturadores”

“El régimen de Rajoy endurece las sanciones a los opositores”

“Persecución contra el juez que encarceló a un banquero cómplice del régimen español”

Y así podríamos seguir un buen rato. Todas son noticias ciertas. Ni siquiera he cargado las tintas. Solo he empleado “régimen” y “opositores”, y sin embargo todo suena más grave, parece un gobierno merecedor del reproche internacional, un gobierno ilegítimo que cualquier día puede acabar derribado por los opositores.

Habrá quien diga que lo nuestro es en efecto un régimen, no un gobierno. Yo me conformo con que nos fijemos en lo delgada que es esa línea, y lo tengamos en cuenta cada vez que nos hagan mirar desde un lado u otro de la misma.